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Calor
relato de humor ·
La escalera era muy estrecha, había que levantar el ataúd. Seis hombres. Y cuando... la caja patinó, se les escapó. Bum, se abrióSecciones
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relato de humor ·
La escalera era muy estrecha, había que levantar el ataúd. Seis hombres. Y cuando... la caja patinó, se les escapó. Bum, se abrióantonio soler
Sábado, 27 de agosto 2022, 00:06
No veas qué calor, ¿no Facun?'
—Mediano.
—¿Mediano? ¡Joer! Yo ya no tengo sesos.
Facundo sigue poniendo cemento. El Rai insiste:
—Y aquí en el tejado, que estamos más cerca del sol, más calor, ¿no, Facun?
Facundo detiene el palustre y mira ... al Rai:
—A mí nadie me dice Facun. Me llamo Facundo. ¿Estamos?
—Sin poblema. O sea yo me llamo Raimundo y los colegas me dicen Rai.
—Tú eres tú y yo soy yo. ¿Estamos?
—Estamos, Facundo. Sin poblema.
—¿Tú has currado en esto alguna vez?
—Mucho no, yo.
—¿Has currado alguna vez en algo?
—En un merendero, pero más con la guitarra.
—Pidiendo, te tengo visto.
—Tocando.
—Lo que tú digas. Acércame eso.
—¿El yeso?
—¿Qué yeso? ¡El cemento, coño!
—Me de creía que es lo mismo, Facun-do.
—Lo mismo, dice. El yeso y el cemento.
—Son cosas para pegar. ¿No?
Facundo extiende el cemento entre las tejas. Las sombras de ambos son negras, recortadas a cuchillo.
—Hace tanto calor que da risa, ¿no, Facun, Facundo? Es raro.
—Te dará risa a ti.
Se callan. El sonido del palustre, el metal arañando las tejas.
—Facundo, ¿a ti qué cosa rara te ha hecho gracia?
Facundo se encoge de hombros.
—No sé, a mí lo que me gustan son las periquitas. Cosas especiales.
—¿Y no te ha pasado algo raro con una periquita?
—¿Y tú? ¿A ti qué cosa rara te ha hecho gracia?
El Rai duda. Calla. Se decide:
—Mi tía Rosario era muy gorda.
—¿Eso te parece gracioso, que fuese gorda?
—Era muyyy gorda.
—No le veo el chiste.
—Se murió.
Facundo deja de untar cemento. Mira al Rai. Este se decide a hablar de nuevo:
—O sea, gracia-gracia, no tuvo, pero en viéndolo. La gente no sabía si reírse o llorar más antavía.
—¿Que se murió raro, de forma rara?
—Na, pero estaba muy gorda. Y vivía en un segundo. Sin ascensor, Facundo.
—Pesaba.
—Mucho, y la escalera era muy estrecha, había que alevantar el ataúd. Seis hombres. Y cuando la estaban alevantando, la caja patinó. O sea, se les escapó, y fuuuuu, como una cosa de la feria, la caja lanzada y al llegar abajo, bum, se abrió.
—Vaya gracia.
—Ya, pero al verla allí. Con cara de recién levantada, y mi tía, mi otra tía, Cuca, diciendo «Ay si parece que va a resucitar». Todo el mundo llorando, pero, mira, Facun Facundo, a mi primo Eusebio le dio la risa. Todos espantados, y mi primo sin poder parar, Facundo. Una cosa contagiosa, todos empecemos a reírnos, la risa nerviosa, llorando de la pena y de la risa. Me se iba a romper la mandíbula, de apretarla, pero todo el mundo sentado por la escalera riéndose o saliendo a la calle para poder de parar de reírse. Una cosa graciosa y penosa.
—Joder.
—¿A ti no te ha pasado, o sea, una cosa seria que se vuelve cómica? ¿Ni con las periquitas?
Facundo sopesa el palustre. Restriega distraídamente el cemento:
—A mí no, a un amigo. A un amigo sí. Una cosa de sadomaso.
—¿Salo qué?
—Sadamoasoquismo.
—Ah.
—Fue por un anuncio, a un piso que decían que era de eso. Quería probarlo, por saber.
—Hay que probar de todo.
—Pues eso, un día de calor, como hoy. Fue raro. La gachí lo recibió con una bata de maruja. Era mediodía, y la periquita, pregunta: «¿Quieres una tapa de arroz, que me sale muy bueno?». La casa entera oliendo a arroz. Me lo dijo mi amigo.
—Chungo, ¿no Facundo?
—Luego, peor. Una habitación con una cadena de perro en la pared, con una argolla y apareció la menda con una capucha y un biquini de plástico, una mierda. La tía dijo que hacía mucho calor y que se quitaba la capucha. Le puso el collar de perro y unas pinzas de la ropa en las tetillas. Y va y le dice la tía que ahora lo iba a mear, para refrescarlo.
—Chungo.
—Eso, mi amigo dijo que lo soltara y que si se acercaba para mearlo le daba una patada en el toto. Y la otra, que de allí no se va sin pagar, a voces. Una bronca.
—¿Lo soltó?
—¿No lo va a soltar? Le meto, le mete una patada que la destripa, mi amigo, o sea él.
—¿Pagó?
—La mitad.
—¿Muchos billetes?
—Eeh, no me acuerdo. Pero, al irse, unos vecinos diciéndole. ¿Qué, te han puesto fino, moña? Aquí nada más venís moñas, a que os zurren. ¡Ya ves tú, moña, a mí, a él!
—La cosa mucha gracia tampoco tiene, Facun, Facundo.
—Ninguna. Me tenía que haber callado. Será el calor. Venga, dame más cemento.
El Rai le acerca la cubeta. Las chicharras cantan el Apocalipsis. El Rai mira a Facundo, que está ceñudo.
—No te preocupes, Facundo, que yo no se lo cuento a nadie. Mi tía, la gorda, tampoco era mi tía. Era mi madre. Pero nos reímos igual. Y lloramos. Es lo que tienen algunas cosas tristes, que son muy graciosas, ¿no, Facun?
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