![Curso de verano](https://s3.ppllstatics.com/rc/www/multimedia/2023/08/24/WEB%20840%207%20Curso%20de%20verano%20F.jpg)
![Curso de verano](https://s3.ppllstatics.com/rc/www/multimedia/2023/08/24/WEB%20840%207%20Curso%20de%20verano%20F.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Al final no les sorprende que ocurra sino que ocurra así. «¡La barca!», dicen señalándome. «¡El barquero!». Nunca les aclaro que este formato es solo para ellos, las personalidades. La gente común viaja en lanzaderas que cargan y descargan a un ritmo intensivo. Nadie dice ... tu nombre en el servicio habitual. A las personalidades, en cambio, les ofrecemos esto: un poco de atención, algo de escenografía. Lo malo es que tienen que esperar a que se llene la barca. Tres pasajeros. Cuando apareció el profesor San Miguel, ya había cargado uno. Ni se le notaba al pobre. Llegó y se sentó en silencio, cruzó las manos sobre el pecho, cerró los ojos, sacó la lengua y dejó caer la cabeza sobre el hombro. Graciosísimo. Era Maurice Barbin, el mimo francés. Un genio. Permaneció petrificado incluso cuando apareció San Miguel dando voces. «¿Me he ahogado o no?», preguntó saliendo de la oscuridad. «¿Qué broma es esta?». Al verme puso esa cara, siempre es la misma, pero siguió preguntando: «¿Eres tú acaso Caronte, el hijo de la noche, el nieto del caos?»
A mí lo que me sorprendió fue encontrar tanta cultura en alguien que iba en bañador. Así que revisé su ficha. Gustavo San Miguel. Doctor en Física y Filosofía. Profesor en Salamanca, Cambridge y Marburgo. Padre del Nuevo Nominalismo Materialista. Ensayista, político, divulgador. Editor de la revista 'El Incrédulo'. Impulsor de la Ley de Laicidad. Obra selecta: 'Fundamentos de lo fundamental', 'Contra la superstición', 'La epidemia trascendente'.
«No sé qué diablos pasa, pero lo impugno», dijo San Miguel poniendo los brazos en jarra y forzando el tono magistral. El bañador le quedaba pequeño. Era azul, con palmeras. «¡Me acojo al imperio de la ley fenomenológica!» Toda su autoridad se derrumbó cuando me quité la capucha y le señalé su lugar en la barca. Modestia aparte, no es fácil sostenerme la mirada. Repentinamente dócil y ensimismado, empequeñecido, frágil, tembloroso, el profesor San Miguel se sentó. Y comenzó a murmurar palabras inconexas. Tensión. Ostras. Estrella.
El significado de esas palabras lo entendí al seguir con su ficha. San Miguel había muerto por hidrocución en la piscina de un hotel de Santander. El choque térmico fulminó un organismo hipertenso que se había sometido previamente a una ingesta portentosa de ostras y champán. El profesor participaba en un curso de verano: 'Ciencia y espíritu en el Antropoceno tecnológico'. La polémica en un coloquio titulado 'Ensoñación o trascendencia: diálogo sobre lo inefable' había sido airada, personal, aparatosa y los dos ponentes la continuaron durante la comida en la marisquería Miña Terra y la llevaron después hasta la piscina del hotel, donde siguieron con el champán a cuenta de la institución universitaria.
«¡Estrella!» El alarido de San Miguel me hizo levantar la vista de la ficha. De la oscuridad salió otro tipo en bañador. Este llevaba coleta pese a estar bastante calvo y avanzaba haciendo con los dedos mudras hinduistas. «¿Estoy siendo invitado al inframundo?», preguntó. Cuántas preguntas aquel día. Como lo de Estrella quería sonarme, miré la siguiente ficha. Fernando Pérez Estrella. Escritor, viajero y periodista. Fundador de la editorial Eco Sublime. Obra selecta: 'La noche de Krishna', 'Manual de reencarnación', 'Espiritualidad cuántica'… Había muerto golpeándose la cabeza al lanzarse a la piscina de un hotel de Santander para rescatar a un colega con el que llevaba todo el día discutiendo y también para impresionar a dos estudiantes extranjeras que gritaban en la zona de hamacas.
El nuevo llegó también con mucho mundo y bastante autoridad. «Estoy iniciado en los misterios órficos», me advirtió. Iba a hacerle lo de la mirada cuando el tipo me volvió la cara para centrarse en su colega. «¿Lo ves, San Miguel? ¿Lo ves? ¿Lo ves? », repetía muy excitado, abriendo los brazos como si en lugar de la tiniebla abrazase una evidencia, recién muerto pero feliz como un niño en una juguetería. «¿El mimo es Maurice Barbin?», preguntó al reparar en el tercer pasajero. Lo que vino después fue extraño: una discusión en la que solo participaba él. Mientras el profesor San Miguel miraba fijamente al suelo de la barca y sin dejar de temblar negaba con la cabeza, Estrella lo acribillaba con un discurso triunfal sobre metafísica, resplandores, energías inalterables y transmigración. Cuando puse proa a lo que llamáis el misterio, noté que San Miguel murmuraba algo. «El infierno…», se dijo a sí mismo. «La eternidad no teniendo razón es el infierno». Fue entonces cuando el mimo francés abrió los ojos y, llevándose las manos a la cabeza, tensó el gesto en una mueca de asombro y comprensión. Buenísimo. Es justo esa cara. Siempre es la misma.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.