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Iratxe Bernal
Sábado, 26 de octubre 2024, 00:59
Un seguro de vida es una de esas cosas en las que da un poco 'yuyu' pensar, pero por las que conviene interesarse si sabemos que nuestro fallecimiento pondría en apuros a la familia. Para muchos, el primer contacto con este tipo de póliza llega ... con el préstamo hipotecario, cuando el banco nos 'invita' a contratarla para mejorar las condiciones del crédito. Y no es que sea un mal motivo para dar el paso, pero incluso entonces hay que estudiar sus condiciones para compararlas con las que ofrecen las aseguradoras y averiguar hasta qué punto –y hasta cuándo– el ahorro en las cuotas compensa el gasto en las primas.
A la hora de contratar un seguro de vida, lo primero que debemos decidir es para qué lo queremos. ¿Basta con que ayude a nuestra familia a mantener su nivel económico si fallecemos, por ejemplo, con hijos pequeños y sin haber terminado de pagar el piso? ¿O queremos que además nos proteja a nosotros mismos si tenemos que dejar de trabajar por un accidente o una enfermedad grave? «Éstas son coberturas complementarias que se pueden contratar o no en función de las circunstancias de cada persona, pero siempre hay que prestar mucha atención a sus definiciones específicas, porque suelen ser muy restrictivas, así que a veces encarecen el seguro sin aportar demasiado», explica Paula Oliva, especialista en ahorro y vida en la correduría Urquía&Bas. «No seríamos los primeros en creer que si nos diagnostican un cáncer recibiremos un anticipo del capital asegurado –el que pagarán tras la muerte– y, llegado el caso, comprobamos que sólo se nos reconoce ese derecho si la enfermedad está muy avanzada».
Dentro de estas coberturas complementarias, las que la experta sí recomienda contratar son las que cubran una posible incapacidad laboral, aunque también aquí hay que leer bien la letra pequeña porque no es lo mismo incapacidad permanente total que absoluta. Con la primera se nos reconoce que ya no podremos realizar nuestra actividad habitual, pero sí otras. Con la segunda, en cambio, se asume que no podemos desempeñar ningún trabajo. En estas, la Seguridad Social cubre el 100% de la base reguladora mientras que en las totales se queda en el 55% ya que, en teoría, podemos encontrar otra ocupación, «pero esto ni es tan fácil ni nos garantiza tener el mismo nivel de ingresos que antes, lo que hace recomendable incluirlas. Y si nos dicen que lo están, debemos comprobar si es total o absoluta. Hay quien contrata una cobertura por incapacidad confiando en que cobrará el seguro en cualquier caso y después se encuentra con que sólo recibirá el dinero si la incapacidad es absoluta», advierte Oliva. Por cierto, como son más frecuentes, las totales tienen primas más elevadas y los bancos ni las ofrecen.
Del mismo modo hay que prestar atención al apartado de exclusiones, donde se establece en qué casos la aseguradora no nos pagará. «Hay algunas comunes, como cuando la muerte se debe a un suicidio o una imprudencia temeraria, pero hay otras en las que encontraremos diferentes criterios. Las hay, por ejemplo, que cubren los deportes de riesgo y otras que sólo lo hacen si estamos federados», explica Oliva.
Todas estas coberturas pueden modificarse siempre que lo solicitemos antes de la renovación anual, lo que responde a otra pregunta clásica a la hora de contratar: ¿es mejor un seguro temporal, que tenga vigencia durante solo un período de tiempo, o es preferible uno que se renueve automáticamente cada año? «Lo segundo. La diferencia en las primas no es sustancial y con los temporales corres el riesgo de que, una vez vencida la póliza, quieras contratar un nuevo seguro y a la compañía ya no le interese, mientras que del otro modo te lo tienen que renovar hasta la edad marcada en el contrato inicial», señala la especialista.
Otra duda clásica es si la prima debe ser natural –que se va encareciendo según cumplimos años– o nivelada, que mantiene el importe constante. «Esto es muy personal, en función de nuestra economía. La nivelada al principio es más alta que la natural, pero a medida que asegurarnos supone asumir más riesgos, la situación se revierte. Personalmente, yo me inclino por la natural, porque lo que no gastas en el seguro puedes invertirlo sacando un rendimiento que luego compense la subida. Además, si fallecemos pronto o decidimos no renovar, habremos pagado más con las niveladas que con las naturales», matiza Oliva.
Ya sólo queda determinar qué capital vamos a asegurar, que dependerá «de nuestras deudas, de los gastos previstos en el futuro, como la educación de los hijos, y del nivel de vida que quieras garantizarles –explica–. Cada compañía tiene sus máximos, pero en general lo único que piden es que seamos consecuentes, que no pidamos asegurar un capital de un millón si ganamos 40.000 euros al año». Esa cifra, junto a factores como nuestra edad, profesión, sexo o enfermedades previas determinarán el importe de las primas.
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