![La basura lo 'cuenta' todo](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202205/27/media/cortadas/basura_601-kNHH-U170234021065ksB-984x608@RC.jpg)
![La basura lo 'cuenta' todo](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202205/27/media/cortadas/basura_601-kNHH-U170234021065ksB-984x608@RC.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Ala mayoría de las personas les dices 'basura' y lo primero que piensan es en el cubo que tienen en casa y, si acaso, en la última bronca familiar que han tenido sobre a quién le tocaba tirarla y no lo ha hecho. Vamos, que no parece un tema con mucho más recorrido.Pero no es así: la basura es clave para entender nuestro pasado y de su gestión también depende la calidad de nuestro futuro. ¿Es esto una exageración? «La basura no miente. De hecho, cuenta muchas verdades sobre nosotros, sobre cómo vivimos», asegura Jesús M. Paniagua, autor del libro 'Basura' (Editorial Guadalmazán).
A este experto en ingeniería medioambiental y profesor universitario le apasiona el tema; claro, ha dedicado a él toda su vida profesional..., así que quizá sobrevalore el 'poder' de la basura, ¿no? «No, no, hay muchos expertos que explotan arqueológicamente vertederos antiguos... ¡Dan más información que una tumba imperial!», asegura.
Tal y como explica, lo que dejamos atrás, nuestros desperdicios, delata qué comemos, qué enseres usamos, nuestras preferencias, nuestro nivel económico... y ya no digamos si tiramos documentos donde aparecen datos de todo tipo. ¡A cuántos asesinos ha pillado la policía en las películas tras rebuscar en los contenedores! También en la realidad, claro.
«En algunos lugares hay 'policías de la basura' que realizan búsquedas aleatorias para pillar a los que no reciclan... y amonestarles», apunta Paniagua. Es decir, que también sirve como 'chivata' de nuestro nivel de concienciación medioambiental. Así pues, hagamos un recorrido desde el principio de los tiempos para determinar si lo que la humanidad desecha –y cómo lo hace– tiene o no tiene mucho que decir.
Desde que los seres humanos empezaron a vivir en grupos vieron la necesidad de acumular sus restos lejos de ellos: desperdicios de comida, animales muertos, huesos... «Son peculiares los concheros, donde acumulaban las conchas de moluscos que consumían al por mayor, normalmente junto a ríos o cerca del mar», apunta Paniagua. Cantabria, Asturias, Cartagena... los hay de hasta 50.000 años de antigüedad... ¡Y enormes! ¿Qué nos dice esta costumbre? Que en aquella época ya 'gestionaban' su basura y sabían algo útil para la supervivencia: que a los animales herbívoros se les podía dejar defecar donde fuese, pero que las heces de carnívoros y omnívoros (las suyas propias) eran malolientes y peligrosas, por lo que había que 'apartarlas'.
En el año 5000 a. C. se asumía que cada casa debía apañarse para gestionar sus residuos –aunque había algún intento comunal–, que eran restos de comida, estiércol, cenizas, escombros de construcción y enseres rotos. Lo que hacían era crear montones junto a las casas y, cuando crecían mucho, los tapaban con tierra. En estos 'enterramientos' se han hallado muchas tablillas de arcilla con escritura cuneiforme que han aportado mucha información a los historiadores. «¡No había ley de protección de datos!», bromea Paniagua.
En Roma empezó el desmadre de la basura. Por ejemplo, era costumbre popular defecar y orinar en plena calle, donde fuera, algo que las autoridades trataban de erradicar con poco éxito. «En una casa de Pompeya se conserva un cartel que dice algo así como 'defecador, que te vaya bien, pero vete a otro lado'», señala Paniagua. Para intentar controlar el caos existían unos funcionarios públicos ('stercolari') que recogían los desechos de las calles y los llevaban en carros fuera de las murallas, a unos vertederos llamados 'puticulum' –«no confundir con otra cosa», apunta el experto– donde dejaban alimentarse a cabras y cerdos..., una de las primeras formas de aprovechar la basura.
Las grandes ciudades de Europa –y Sevilla era una de ellas en la época– tenían graves problemas con los residuos.La gente se reía de los intentos institucionales por poner cierto orden. Los cementerios –superficiales y al descubierto si había lluvias– se ubicaban por todas partes y el olor a cadáver era habitual. A ello añadimos los de industrias como las de curtidores, donde usaban despojos animales, cuyo hedor «impedía hasta el paso de personas y caballerías».
La basura era ya un servicio público y una fuente de ingresos, puesto que había 'recicladores' que recogían restos de todo tipo a cambio de dinero (era como una beneficencia) para su reciclaje. Los de comida o estiércol se convertían en abono, los trapos iban a parar a los fabricantes de papel y el hierro viejo era para los herreros. «Incluso los gatos muertos podían venderse a los peleteros», añade Paniagua. Las cenizas de carbón de la basura eran separadas de otros restos por mujeres, niños y ancianos y llevadas a las fábricas para hacer ladrillos, un negocio boyante en plena expansión de la ciudad. «De hecho, los londinenses bromeaban diciendo que su ciudad era como el ave fénix, pues se construía con sus cenizas», indica.
En el pasado, durante muchos siglos, la mayor parte de la basura era orgánica (comida, estiércol), y, de hecho, en partes del mundo poco desarrolladas sigue siendo así en buena medida.Luego se añadieron a ella cenizas, polvo, tierra y trocitos de manufacturas (madera, cerámica, papel, tela, vidrio). «Pero el advenimiento del plástico a mediados del siglo XX cambió mucho las cosas», sentencia Paniagua. Transformó nuestra basura y generó un problema. Lo mismo que las latas. ¿Cómo nos deshacemos de todo eso? A materiales más complejos, peor para procesarlos... Así que ahora tenemos entre manos un reto colosal: controlar la situación. Para ello, el experto insiste en algunas ideas encaminadas a generar menos residuos: prolongar la vida de los productos, por ejemplo, pero también pensar en la vida de las cosas desde el momento de su diseño. Es decir, crear artículos que no vayan a ser un problema cuando ya no sirvan.
Mitos y medias verdades
«Falsos mitos». «Generalizaciones que distorsionan la realidad». Así define Paniagua algunas de las ideas más extendidas entre la población sobre la basura.Vamos a aclarar dos de ellas.
«Lo que hacemos en casa no es reciclar, lo siento, es separar. El reciclaje lo hacen las industrias recicladoras, no nosotros», puntualiza. Entonces, ¿vale para algo? Se dice que luego todo se mezcla... Según el experto, lo que hacemos en casa es «decisivo», ya que, si no, sería imposible conseguir cantidades crecientes de productos reciclados de calidad.De dos kilos de plástico que echamos al contenedor indicado, al pasar por la planta de tratamiento, conseguirán recuperar un 70%. Y de la basura 'mezclada' que creemos que no se 'salvará' nada, en la planta lograrán recuperar un 20% o un 25%.
Es verdad que hay un activo comercio internacional de materiales reciclados. Por ejemplo, hasta 2018 China era el «sumidero del comercio de reciclables del mundo».Basura reciclada de cualquier calidad terminaba allí.Ellos, contentos, porque con ello hacían productos con material barato (y malo) que luego vendían a Occidente y al mundo entero. Y Occidente, contento también, porque los números de reciclaje mejoraban y alejaban la basura de casa.Pero, en 2018, China lanzó la prohición de importar ciertos residuos, en especial plásticos de poca calidad o mezclados, y el año pasado dio un paso más y prohibió la importación de todo lo considerado como 'residuos'. ¿La consecuencia? Es de esperar que esto 'presione' a los países a hacerse cargo de su basura y no enviarla lejos, y también a mejorar su tecnología para gestionarla.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.