El salto
relatos de humor ·
Tantos años soñando con este momento; con el punto preciso en el que estiro los brazos, a unos pocos metros del suelo, y mi cuerpo sale desplazado hacia delante y vuelaSecciones
Servicios
Destacamos
relatos de humor ·
Tantos años soñando con este momento; con el punto preciso en el que estiro los brazos, a unos pocos metros del suelo, y mi cuerpo sale desplazado hacia delante y vuelaVerónica García-Peña
Sábado, 30 de julio 2022, 00:16
Hoy me he asomado a la ventana y, por fin, he saltado.
Esta mañana temprano, para disimular y que nadie en casa pudiera sospechar nada sobre mis intenciones respecto al salto, he desayunado como siempre, he leído el periódico y le he reído los chistes ... a mi hijo el pequeño, que dice que quiere ser humorista. También he escuchado a la mayor protestar sobre su nuevo profesor de matemáticas y al mediano presumir de sus resultados en la última clasificación de atletismo. Mi mujer no me ha prestado atención porque estaba centrada en un discurso que tiene que dar en su oficina —es jefa de selección de una gran editorial—, cosa que he agradecido porque si hubiera tenido que tratar con ella, se hubiera dado cuenta de que tramaba saltar y se hubiera montado una buena. Y es que mi familia es muy negativa con este asunto.
Tras el desayuno, he cogido el maletín de trabajo, donde anoche guardé todo lo necesario para llevar a cabo mi plan, y he ido hasta el garaje tarareando. Después he subido al coche y he tocado el claxon al enfilar la calle principal del barrio mientras saludaba con la mano a mi mujer e hijos. Ellos nunca me miran ni me devuelven el saludo, pero yo lo hago igual.
Una vez fuera del distrito residencial, tras esquivar a corredores matutinos y a paseadores de perros, todo ha sido coser y cantar. He cogido la autopista y, tras dos horas de trayecto, he llegado a la agencia. Al entrar en el vestíbulo, he saludado a la recepcionista que, como de costumbre, me ha ignorado, y he cogido el ascensor camino del piso 83, donde está mi despacho.
Ya en mi oficina, he dejado el maletín en una de las sillas vacías y polvorientas de enfrente de mi escritorio, me he quitado el abrigo y la chaqueta, y por el telefonillo he pedido a Grace, la secretaria de planta, un café solo con dos cucharadas de azúcar. Después de esperar más de hora y media, he tenido que ir yo a por uno a la máquina del pasillo. Grace siempre está muy ocupada.
Con el aguachirri en mi poder, sopla que te sopla, he regresado a mi despacho y me lo he bebido repasando mentalmente todo el plan de arriba a abajo. No me gusta dejar nada al azar. Me he quemado los dedos y la lengua, pero eso me pasa todos los días.
Una vez acabada la bebida, me he levantado y he cerrado con llave la puerta. Era el momento del salto y no me apetecía que nadie me interrumpiera. Cierto que nunca tengo visitas, pero no quería correr ningún riesgo.
Inquieto, pero feliz, me he quitado el traje azul marino que todos los días laborables visto y me he puesto mi atuendo especial. He abierto la ventana y con todo en su sitio, incluidos mis calcetines de la suerte y unas zapatillas nuevas de deporte que he comprado especialmente para la ocasión, me he colocado en el alféizar, me he ajustado las gafas de natación, ideales para estas labores, y he saltado. ¡Sí! ¡Lo he hecho!
Me he atrevido, por fin, tras años de dudas y temores. He dejado atrás todos esos comentarios dañinos y falsas insinuaciones sobre que volar es cosa solo de pájaros y aviones, y he saltado. ¡Eureka! ¡He saltado!
Y aquí estoy ahora, a mitad de caída, y la sensación es extraordinaria. Quizá, para ser sinceros, no tan agradable como imaginaba porque resulta que desde el piso 83 hasta donde estoy —andaré por la planta 40—, hay muchas turbulencias y mosquitos. No había contado con los bichos y aunque no dudo de su valor nutritivo, no los había metido en la ecuación. Mosquitos, moscas y otros insectos que —debido a la velocidad a la que desciendo—, no me da tiempo a distinguir. La velocidad es otro pequeño factor que no calculé convenientemente cuando diseñé el plan y es que las ciencias nunca se me dieron bien. A pesar de todo, no estoy en absoluto arrepentido de haber saltado.
Estoy ya por el piso 25. ¡Increíble!
En la calle, hay gente que me mira y me señala. Algunos contienen la respiración por mi proximidad al suelo y unos pocos, los menos, gritan pidiendo ayuda. Pero que nadie se preocupe. Todo está controlado. Además, nunca me había sentido más vivo. Tantos años soñando con este momento; con el punto preciso en el que estiro los brazos, a unos pocos metros del suelo, y mi cuerpo sale desplazado hacia delante y vuela. Tantos años soñando con ello y hoy se va a hacer realidad. ¡Va a ser grandioso!
Estoy cayendo, sí, pero en apenas un par de segundos extenderé los brazos y volaré. Sin duda lo haré porque para eso me he puesto…
¡Vaya!
Se me ha olvidado ponerme la capa…
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.