«Os advertimos de que se nos ha acabado el café, pero el de El Minuto está riquísimo». Bromas y chanzas se podían oír desde el primer momento de la apertura de puertas del Penicilino en su fiesta de despedida de este domingo: «Vayan entrando ... de cinco en cinco, de cinco en cinco... siempre he querido decir esto», bromeaban los trabajadores. El regusto de fiesta, pese a lo animado de los DJ y los muchos besos y abrazos que se dispensaron junto a los ya míticos 'penicilinos', las frascas de mistela y, por supuesto, las inevitables 'zapatillas', fue amargo: el Penicilino echará el cierre por un largo tiempo, y la sensación de orfandad resulta visible.
Publicidad
Los disfraces tampoco faltaron a esta convocatoria: fornidos hombres de mediana edad como niñas pequeñas y sus trenzas, una reaparecida 'David Bowie', sacerdotes o una guardia civil empeñada en volver a hacer historia este 23-F fueron algunos de los vestuarios más aplaudidos mientras clientes de todas las generaciones se despedían de un local de referencia del que aprecian «su encanto de bar de siempre», lo económico de sus precios y su cómoda ubicación en la ciudad.
Saladitos, empanadas, tortillas, potajes... nada parecía faltar para una fiesta que, estimaban los organizadores, se alargaría hasta las 20.00 o las 21.00 horas. A mediodía la gente ocupaba el interior del local, la plaza de la Libertad y buena parte de Portugalete con sus familias o con sus amigos, una cerveza en la mano y un único tema de conversación: el cierre de un punto de encuentro que ya había asumido desde hacía tiempo su clausura: otra de sus peticiones de referencia para los abstemios, las dulzonas zarzaparrillas, no se servían ya «desde hace más de dos semanas».
Su carácter transgeneracional ha resultado palpable hasta el último momento. «Nos da pena que cierre un sitio tan emblemático, que funciona muy bien y que acoge a tanta gente tan distinta», declararon Ana Fernández y Ana Egido, dos mujeres de 70 años que han pisado estos suelos desde jóvenes, cuando cursaban sus estudios en las Jesuitinas: «Es muy económico y de calidad», juzgaron. «Esto es historia de Valladolid», sentenció Armando Díez, otro veterano incondicional del Penicilino de 47 años.
Noticia Relacionada
Lucía Vázquez de Prada, una ilustradora profesional de 26 años de edad, apuraba en plena fiesta sus últimos minutos en el lugar donde más cómoda se siente para trabajar: mientras termina de perfilar los contornos de un fauno confiesa sentir «mucha tristeza» al decir adiós al sitio desde el cual se ha estado inspirando para sus obras durante la última década: «Me va a costar reubicarme en un bar con tanto encanto, y creo que incluso este va a perder algo de su toque viejuno en la rehabilitación».
Publicidad
Catorce años han transcurrido desde que el actual equipo de trabajadores del Penicilino emprendiera la nueva etapa del local, cuando les habían dicho que apenas estarían cuatro: «Nuestra fórmula es buena aunque complicada», ha declarado Jesús Niño, en representación de todos sus compañeros. «Hemos querido hacer algo que escapara de la hostelería tradicional, cuyo modelo de explotación y de cadena no encaja con nosotros, que preferimos que el beneficio repercuta en la medida de lo posible en los trabajadores». No tiene problema Niño tampoco en señalar a sus competidores de las cercanías que, como él, salen adelante al margen de estos modelos: el Morgan, el Cafetín, el Kafka o el Berlín.
De cara a un hiato que se calcula de unos dos años, los profesionales hosteleros ya han estado buscando local. Hasta ahora, sin éxito: «Queremos un establecimiento donde quepan al menos diez mesas, y una terraza amplia. Son los mínimos básicos, ni siquiera hemos reparado en un máximo por el precio del alquiler», comentaban a una clienta curiosa. «El dueño tampoco ha querido firmar una garantía de que regresaremos, así que quizá esto vuelva convertido en una tienda de ropa», ironizaron.
Publicidad
El promotor de la remodelación e hijo del dueño del edificio, Miguel Guerra, que ha registrado además el nombre del establecimiento, insiste en que la ubicación «no es lugar para un gastrobar ni otra cosa, sería un suicido que ahí estuviera algo que no fuera el Penicilino, un sitio tradicional y emblemático». Inquirido por si mantendrá también el tejido humano que da vida hoy al establecimiento, Guerra ha afirmado desconocer la existencia de la petición de tal garantía, pero se muestra más cauto: «La espera será menor de dos años y entonces lo veremos, pero son los que tienen más papeletas para seguir».
Guerra también ha declarado que a los trabajadores se les ha ofrecido que se queden hasta la llegada de la licencia: «Preferimos que esté ocupado y se siga disfrutando», insistió.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.