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De las primeras cosas que hizo Cristina, nombre ficticio, cuando se secularizó abandonando una congregación de Toledo en la que ingresó a los 21 años ... de edad, fue llamar a sus amigas para tomar un café 34 años después de la última vez que se vieron. En su fraternidad, más estricta que otras, únicamente había un teléfono con el que tenían permitido hablar media hora al día con sus familiares y las visitas estaban limitadas a una cada dos meses. «No es que no me pudieran venir a ver, pero al final te distancias», matiza la ex-monja, que hace tres años dio el paso de colgar el hábito. Tras pasar por distintas ciudades buscando un sitio el que poder independizarse, en Valladolid ha encontrado la oportunidad para empezar de cero cerca de sus familiares.
El retomar sus amistades le ha hecho preguntarse cómo sería su vida y dónde estaría trabajando, de haber continuado sus estudios en Filología Clásica. Apenas le quedaba un año de carrera cuando dio el paso de entregar su vida a la Iglesia, aunque en realidad ella nunca quiso ser monja: «Estaba en un sitio para el que no me sentía llamada, había cosas que eran excesivas y no me encajaban». Se confiesa reservada y le cuesta entrar en detalles, pero explica que con los años se ha dado cuenta de que, aunque no se arrepiente, fue una decisión que no tomó libremente: «Cuando entré era muy influenciable y hay personas que infuyen mucho, se juntaron las dos cosas».
Su historia está llena de sentimientos encontrados en un lugar en el que nunca encajó pero en el que a su vez fue «muy feliz». «Trabajábamos en zonas rurales, en pueblos muy pequeños, visitábamos a los ancianos, a los enfermos. Y luego colaboraba también impartiendo catequesis y reuniones con los jóvenes, en la labor de parroquia», relata sobre su día a día, durante el que también asumía las funciones de secretaria, administrando todo lo necesario respecto a la gestión interna del monasterio, entre otras labores, como la transcripción de las homilías para ser recogidas en libros. «Todo de esa vida me parecía muy bonito, pero no era mi sitio», reflexiona.
Cristina
Monja secularizada
El pensar en «cómo abrirse camino en la vida civil» la ha retenido «mucho tiempo» después de casi cuatro décadas dedicada en cuerpo y alma a la vida religiosa, pero asaltada frecuentemente por las dudas: «desde el principio veía claro que no era mi sitio, pero también pensaba en que podía estar equivocándome, que era un mal momento y que tenía que estar allí». Algo que compara, para que se entienda fuera del ámbito religioso, con un matrimonio.
La decisión, tras muchos años de reflexión, llegó cuando vio la oportunidad de que otra hermana, a la que estaba formando por la elevada carga de trabajo, la relevase en sus funciones de secretaria. Sus responsabilidades en la congregación le hacían sentir una mayor culpa al pensar que «las estaba abandonando». «Me sentía como muy obligada por el cargo, te crees imprescindible, que nadie lo va a poder hacer. Pero al final llegó un momento en el que ya había otra persona preparada para ello y me sentí liberada de poder tomar la decisión que tenía en mente», explica.
Renunciar a los votos monásticos no fue fácil, pero le ha aportado «paz». «Lo pasas muy mal, porque tienes que romper con las hermanas y empezar de cero, pero interiormente sabía que era lo que tenía que hacer y eso me ha dado mucha fuerza para salir adelante». Encontrar comprensión en el que era su entorno tampoco lo fue: «al hablar con las hermanas, aunque te tienes mucho cariño, no dejan de preguntarte que cómo te has ido, que ese es tu sitio y que te estás equivocando. Te hacen sentir como si estuvieras traicionando la fe». A su familia, aunque la ha apoyado, le costó entenderlo.
Vio la luz cuando en la Confederación Española de Religiosos (CONFER), a la que contactó en busca de trabajo, le hablaron de la asociación Extramuros, que ofrece ayuda psicológica, económica y laboral a quienes cuelgan el hábito o la sotana. Nació en 2023 «de forma espontánea» para ayudar al secularizado ante el desamparo de las autoridades eclesiásticas. «Está muy arraigado en la mentalidad católica que el secularizado es un infiel y un traidor», explica Hortensia López Almán, su fundadora. Carmelita durante 21 años, fue obligada a secularizarse tras denunciar abusos de autoridad y maltrato por parte de varias prioras.
«Es necesaria una asociación como esta, que la Iglesia asuma que forma parte de lo que tiene que hacer. Tiene que apoyar a estas personas porque les han entregado su vida», explica Cristina, que encontró en Hortensia la comprensión frente a cosas más básicas como «no saber abrir una cuenta bancaria, usar un móvil o hacer un currículum».
Cristina
Monja secularizada
«Me han ayudado como amigas pero también en lo profesional», agradece la religiosa. La asociación le ha brindado amparo legal para estudiar la posibilidad de demandar a la congregación por la práctica totalidad de años en los que ejerció como secretaria sin cotizar, a excepción del último. Una posibilidad que Cristina ha declinado ante la falta de garantías y el desgaste que supone el proceso.
Cristina, que ahora trabaja de cara al público en una institución religiosa, continúa «unida a Dios». «Yo no he sentido para nada que dejara al señor, lo tengo en todas partes», explica, a la par que celebra haber empezado una nueva vida en la que ha encontrado la mayor satisfacción en lo esencial: «La libertad de poder disponer de mi tiempo y de movimientos, el poder viajar».
Cuando Hortensia López Almán, carmelita secularizada, dio el paso de denunciar los abusos de autoridad y la situación de maltrato por parte de varias prioras, sus supeiores le dieron la espalda y la obligaron a colgar el hábito tras 21 años de dedicación total. Tampoco encontró el apoyo de las autoridades eclesiasticas. Le dijeran que al estar secularizada «no tenían que contestarle». El desamparo que sintió la empujo a escribir un libro y gracias a la difusión en medios de comunicación una benefactora se puso en contacto con ella para brindarle una donación que permitiera poner en marcha lo que estaba reivindicando: una instutición que proporcionara el apoyo necesario a los religiosos que habían dedicado su vida a la misma iglesia, que como a ella, les «dio la espalda». Ayudar a personas que están pasando por su misma situación le está proporcionando «una gran satisfacción». Destaca que lo más importante es el poder estar haciendo una labor de concienciación y hablar con personas que necesitaban apoyo psicológico. «Hay personas que me han llegado a agradecer el desechar quitarse la vida», relata. El reto pasa por avanzar en todos los frentes pero para eso «hacen falta fondos» y el apoyo de las administraciones para que investiguen los abusos laborales en el seno de las instituciones religiosas.
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