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En sus talleres flota cierto aire de celda monacal.
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En sus obras han hallado anclajes al abrigo de la certeza de que había que seguir creando, imaginar qué vendría tras la frase más mentada en estos tiempos: «Cuando esto acabe...». Habituados a trabajar en condiciones de aislamiento, los artistas confían en que en este tiempo hayamos redescubierto el placer por la lentitud y la mirada serena al mundo, el aprecio por lo que tenemos más a mano, lo verdaderamente insustituible. Lo revolucionario de la sencillez. En esos márgenes se desenvuelve su día a día y allí, en su ecosistema de músicas y silencios, han seguido fondeados durante la pandemia mientras aguardan esperanzados a que todo vuelva a su ser, a las exposiciones, viajes y proyectos truncados por las olas de covid, aunque en estos meses no han parado de pintar y dibujar, en espera de condiciones propicias para que sus obras vuelvan a ser contempladas.
De sus estudios en Laguna de Duero, Simancas, Pedrajas de San Esteban y la calle Platerías emana una vitalidad contenida, con creaciones «esperando salir a la luz, como tantas otras cosas», coinciden en anhelar estos artistas, sin dejar de recordar que en los momentos más tenebrosos la cultura ha sido en nuestras casas un asidero esencial para soportar tantos días con la vida al ralentí.
Cintia Martín, ilustradora y editora
Cientos de peques y mayores han montado abrazómetros y un sonriómetro de papel mientras les estaba vedado pisar la calle. Las fichas que la editorial vallisoletana Tralarí permitía descargar gratis desde su web han aliviado muchas horas de reclusión y de enganche a las pantallas. «Pretendíamos ayudar a los niños a seguir jugando a pesar de llevar mascarilla y no poder quedar con los amigos y compañeros de clase», resume Cintia Martín (Salamanca, 1971), ilustradora y editora del proyecto Tralarí, impulsado en 2011 junto a Consuelo Digón y Nuria de la Iglesia. «Seré feliz cuando estos juegos pensados para abrazar y sonreír a nuestros seres queridos hayan desaparecido, cuando no sirvan para nada porque no quede ni rastro del distanciamiento social ni de los rostros con la boca tapada», confía la artista mientras trabaja en su estudio en la calle Platerías de Valladolid.
Desde el sello Tralarí generan proyectos lúdicos y singulares y diseñan libros como 'El secreto de las vocales', elaborado junto a la escritora y poeta Esperanza Ortega. Sus títulos se exhiben en ferias de España, Portugal, Inglaterra, EE UU, India e Italia a la vez que realizan talleres infantiles donde se experimenta con grafías y juegos que luego tienen reflejo en publicaciones elaboradas en diferentes y llamativos formatos. Desde una tira de cartón con forma de gusano que se pliega sobre sí misma ofreciendo un relato en texto e imágenes, hasta pañuelos de tela en los que se ha estampado el cuento de 'Caperucita Roja'. Este ha sido uno de los productos concebidos durante la reclusión pandémica por esta arquitecta de formación que, admite, sigue padeciendo el 'síndrome del intruso' pese a llevar varios lustros inmersa en la inventiva gráfica volcada en encandilar al exigente público infantil. Aunque no deja de insistir en que «trabajamos para los pequeños, pero también para el niño que los adultos llevamos dentro. Niños y mayores tenemos que jugar más».
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Manuel Sierra, pintor
El estudio de Manuel Sierra (Villablino, 1951) en la villa medieval de Simancas está poblado por muchos más libros que cuadros. Rodeado de tanta palabra entintada se adivina mejor su querencia por contar con el pincel. De ahí manan líneas y colores, geometrías dislocadas, dispuestas tantas veces a generar chutes de energía y vivacidad. Un hábitat pictórico pródigo en ventanas a las que asomarse, paisajes y composiciones que contagian vida. «Si no pintara, sería más insoportable de lo que puedo ser; para mí pintar es sanación, y hago que para los demás pueda servir de bálsamo». Habla mientras retoca el pecho de un mirlo. En sus paseos por la montaña leonesa de Babia tomó en su libreta notas de varias aves y ahora aquellos trazos toman cuerpo sobre una tabla entelada con varias gamas verdosas de fondo. «Hay pájaros que se dejan tomar apuntes con facilidad si tienes calma para ver. Pintar –explica– es observar, escuchar y traer la memoria dispuesta a ser invadida por colores y formas».
De esa guisa ha concebido en los últimos meses vencejos, urracas, chorlitos y otros pájaros que contemplan o sobrevuelan paisajes que luego coloca en cajas de madera y cristal, a modo de hornacinas. En sus exposiciones suele vender todo lo que muestra este perseverante colaborador de causas sociales, que ha hecho del muralismo otra dedicación. La pandemia la ha vivido con más «tristeza que miedo», con la muerte rondando en su familia: la covid se llevó a su cuñado, el periodista José María Calleja. Evadido habitual del teléfono móvil, esta época le ha blindado frente a distracciones superfluas, le ha resultado propicia para crear en la medida, asevera, «en que el encierro es la situación ideal para un artista. Yo necesito aislamiento, silencio, que no te den la brasa». En ese ambiente han fructificado medio centenar de obras. «Frente a tanto estímulo exterior, invito a la gente a encontrar su medicina en su interior». Puesto a afrontar el cataclismo colectivo, lo enfocó como «una ocasión perfecta» para preparar futuras exposiciones. «Qué mejor que pintar ahora que no puedo ir de copas, viajar ni estar con los amigos; desempolvé proyectos dormidos;se pueden hacer cosas siempre y cuando puedas superar la angustia y extraer lo más aprovechable».
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Eloy Arribas, pintor
Vivió el confinamiento en la segunda planta de una vieja casa en Pedrajas de San Esteban. La estancia donde pinta Eloy Arribas (Valladolid, 1991) es de techos, suelo y paredes blancas, desvencijadas puertas de balcón y ventanas con vistas a árboles de un corral y tejados. Una estufa de cáscaras de piñón calienta el espacio salpicado de lienzos y botes de pintura. «Para un artista apenas hay diferencia entre el confinamiento y la libertad; se pasa mucho tiempo solo dándole vueltas a las cosas. A mí me pilló con tanto trabajo que apenas eché en falta no salir de casa; es más, me ha venido bien este tiempo de parón para plantearme ciertas cosas que con un ritmo de vida normal habría sido imposible», reflexiona este artista y docente, que ha hecho de la exploración de la pintura como medio de expresión de las emociones primarias un reto profesional.
En su forja pictórica se entreveran la singularidad de la creación en el medio rural con el cosmopolitismo de estancias en el programa CreArt en Linz (Austria) o la Volume Gallery en Provincetown (Massachussets, EE UU), sus exposiciones en el Da2 de Salamanca, en JustMad, y su presencia en las galerías Herrero de Tejada en Madrid, Miquel Alzueta en Barcelona o las neoyorquinas Freight+Volume, Arts&Leisuree, SliGrocery y Stellar Projects, donde se vende su obra. «Quiero pensar que entre tantas situaciones terribles como hemos vivido, después de todo apreciemos que necesitamos tiempo para nosotros mismos, estar menos pendientes de tantas cosas superfluas. Pese a la ansiedad y el agobio de estos tiempos, soy optimista». Le inquieta que la gente no haya tomado conciencia hasta ahora del valor de la cultura y hace votos por que en adelante esté más presente en nuestras vidas. «Sin lecturas, música ni películas me hubiera vuelto loco; sin estímulos culturales, sencillamente te pudres. Cuando volvamos a la vida normal disfrutaremos con más ganas de museos, monumentos, exposiciones ...».
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Aún no ha puesto nombre al lienzo sobre el que sigue estampando imágenes, un juego de percepciones en el que, expone, los elementos de la composición operan como la percusión de una canción. «Vengo de un poso expresionista donde mi estilo se ha ido refinando hacia el lirismo; me interesa la relación entre los elementos del cuadro y aspectos musicales como el ritmo o el compás», resume sobre su obra, en la que ha estampado símbolos vaciados de naranjas partidas, ramitas de arbustos o ladrillos rotos, todo ello dispuesto a modo de bodegón.
Amante del punk ochentero y el flamenco, también se afana en el diseño de máquinas distópicas, como la hormigonera que ha adaptado con una regleta sobre la que cuelga una peluca que se agita con golpes frenéticos, simulando las sacudidas de la cabeza de un fan del 'heavy metal'. «No deja de sorprenderme que mis dos núcleos de trabajo sean Nueva York y Pedrajas, las dos metrópolis», dice desenfundando media sonrisa. «Aquí en el pueblo hago el trabajo puro y duro, luego vienen los viajes». Observa que, aún con limitaciones, la calidad de vida es mejor que la de la ciudad. «Crear en el medio rural es un lujo, aunque estar aquí solo es durete en un contexto en el que lo rural está bastante deteriorado». En Pedrajas ha montado con unos amigos la asociación Eres+ y el certamen musical Galan Fest, y desde allí planea seguir generando iniciativas.
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Helena Fernández Camazón, pintora
Entre rotuladores y pinturas forjó desde la niñez Helena Fernández Camazón (San Sebastián, 1973) la habilidad que después alcanzaría en el manejo del pincel y la paleta. Con ellos aprendió lo mismo a sentir placer que a dialogar con sus interioridades. Con los años, su ocupación laboral como delineante en un estudio de arquitectura de Valladolid la llevó a aparcar el caballete, al que volvería en 2014 'obligada'. «Con la crisis me quedé en el paro, me hundí moralmente y gracias a la pintura logré salir a flote dedicándome a pintar para mí», rememora esta artista que rubrica sus obras como Helen desde su estudio en Laguna de Duero.
Animada por su familia a mostrar su obra en público, fue en las Casas del Tratado de Tordesillas donde en 2016 colgó por primera vez sus cuadros. Desde entonces se dedica de lleno a la pintura, vendiéndola y habiéndola colgado en salas en un centenar de muestras por toda España, así como en ciudades europeas como Milán, París o la búlgara Pernik.
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Si para Helena Fernández Camazón el óleo ha tenido virtudes mentalmente liberadoras en momentos de especial dificultad, con la pandemia se ha valido del manejo de figuras y escenas realistas para escapar de las rejas del confinamiento y darse de bruces con otros mundos. «El pincel me ha aliviado mucho en todo este tiempo, sobre todo haciéndome olvidar la cantidad de exposiciones en las que iba a participar y que finalmente se han cancelado; mi obra no es muy comercial, así que esas citas eran mi escaparate, una gran oportunidad para crecer y tener visibilidad que se derrumbó. Me sentí como si me cortaran las alas. Casi no podía pintar por falta de ilusión, porque yo vivo mucho de ilusiones y proyectos a largo plazo, así que sentí mucha frustración».
Del parón que aún mantiene medio inmovilizada a la sociedad acabó fijándose en aspectos positivos de los que no fue consciente hasta que comenzó a gozar de sus beneficios: la serenidad de ánimo que reporta apaciguar el ritmo de vida frenético o aprender a disfrutar del paso del tiempo en familia –«pintar escuchando a mis hijos tocar el piano es una delicia»- y, en ese ambiente, generar ideas. «Me puse a crear convencida de que algún día mis obras se verían en una sala». 'Compartir' es el título de una de aquellas pinturas concebidas en los días de encierro colectivo. Un fondo saturado de gamas de grises con dos manos que mantiene unidas una corriente de gotas de agua conforman la escena del óleo, la especialidad creativa en la que con más expresividad se maneja esta artista afincada en Valladolid desde que tenía dos años. «El mensaje que he querido transmitir es de esperanza en que volveremos a tocarnos, a sentirnos; ahora pasamos por muchas dificultades, pero estamos luchando por recuperar esas sensaciones», resume quien frente a tanta inclemencia externa ha encontrado refugio en el arte. «No concibo mi día a día sin pintar, ni sin escuchar música». Mientras acaricia la textura del lienzo y perfila una figura suele tener melodías de fondo, preferiblemente acompañada por Beethoven, Pachebel, Ludovico Einaudi... «y también Pablo López y Malú, entre otros muchos, pero sobre todo clásica porque me inspira un montón».
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Cuando remata un cuadro no da tregua, comienza el esbozo del siguiente, al que se entrega por completo. «Mi tema preferido es el cuerpo humano, rostros y manos que dicen mucho», refiere la presidenta de la Unión Artística Vallisoletana, que ha hecho del retrato la especialidad por la que es más requerida por sus clientes.
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