«Así, vacía, parece más pequeña», dice Jorge Castrillón mientras pasea su mirada por Fuente Dorada, la plaza más comprometida, solidaria, reivindicativa de Valladolid. Sus adoquines se llenaron hace diez años, justo hace diez años, de pancartas, toldos, asambleas esperanzadas, gritos contra políticos –«no ... hay pan para tanto chorizo», «lo llaman democracia y no lo es»–, en un movimiento que abarrotó calles y despertó conciencias cívicas. Se cumple un decenio de aquel 15-M del 2011. Y un grupo de quienes allí estuvieron se reúnen, de nuevo en Fuente Dorada, para analizar los ecos de aquellos días en los que todo parecía posible.
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El 15-M en España
TEXTO: Ander Azpiroz | fOTOS: aGENCIAS
Virginia Carrasco
La crisis financiera de 2008 había destrozado cualquier sueño de progreso infinitivo. La burbuja estalló, se desmontaron andamios, se estranguló la economía y disparó el desempleo. El paro en España se situaba en el 21,3%. En Valladolid, el 18%. Dos años más tarde, en la primavera de 2013, crecería hasta su máximo, el 23% en la provincia (cuatro puntos más en el conjunto del país: 6,2 millones de personas).
«A los trabajadores se nos trató de forma miserable», recuerda Luis González, de Parados en Movimiento. «Ante este panorama, el Gobierno socialista, con el apoyo de la mayoría de parlamento, aplicaba las políticas neoliberales presentes en toda Europa», indica Manuel Montañés Serrano, profesor de Sociología en la Facultad de Ciencias Sociales, Jurídicas y de la Comunicación de la Universidad de Valladolid.
«No solo no se ayudaba a la población, sino que se adoptaron medidas en su contra», añade Montañés. Y enumera: recortes sociales, «reducción del sueldo de empleados públicos, ampliación de la edad para acceder a la jubilación y del número de años cotizados para poder beneficiarse del cien por cien de la pensión, abaratamiento del despido, nuevos tribunales que agilizaban los desahucios. Y mientras, se inyectaban miles de millones de euros para que los bancos pudieran oxigenar sus finanzas». «Fue una pérdida absoluta de derechos sociales y el descontento estaba ahí –cuenta Mercedes Pastor–, a puntito de tomar las calles».
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«Se hizo fundamentalmente a través de las redes sociales», explican Carmen Haro y Dafne Calvo, entonces profesora e investigadora de la UVA, en su estudio 'Evolución de los movimientos sociales en la red'. «Twitter empezaba a cobrar importancia, pero todavía no se había convertido en referente informativo para los medios tradicionales. Los políticos tampoco le hacían mucho caso. Hoy el contexto es totalmente diferente: las redes son uno de los campos de batalla, los partidos las explotan y controlan, lanzan ahí sus mensajes. Entonces, hace diez años, estaban al margen», indica Javier Callejo Maudes, doctor en Sociología y profesor en el Departamento de Sociología y Trabajo Social de la Universidad de Valladolid.
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Aquellos días hizo un estudio: «El 88,2%de los integrantes del movimiento se habían enterado a través de las redes sociales». Fue un gigantesco boca a oreja digital. El móvil y sus SMS convertidos en arma de convocatoria masiva. Y eso que el 'whatsapp' aún no se había popularizado. La cita inicial fue una concentración para el 15 de mayo de 2011. A solo unos días de las elecciones municipales y autonómicas. «Nuestros sueños no caben en vuestras urnas», era uno de los lemas.
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«En Valladolid ya había grupos que organizaban actos públicos para criticar esta situación», recuerda María Velázquez. El colectivo Estado del malestar se reunía los viernes en San Pablo. Estaba el movimiento Anonymous, las plataformas críticas con la Ley Sinde (que regulaba los derechos de autor en Internet), las marchas contra el plan Bolonia, Juventud sin futuro, Democracia Real, ya.
«Este movimiento se venía cocinando desde hacía meses, fruto de ese descontento», indica Pastor. Y cristalizó en esa manifestación convocada por Internet para el 15 de mayo en cincuenta ciudades. La de Valladolid congregó a 3.000 personas con salida desde la plaza de Colón. Una pancarta de color rojo abría la comitiva: «No somos mercancía en manos de políticos y banqueros». Detrás, una riada de cartulinas que gritaban malestar: «La banca privatiza los beneficios». «Rajoy y Zapatero, marionetas del banquero».
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El sociólogo Javier Callejo, quien ha estudiado a fondo el movimiento, también en su tesis doctoral, estuvo allí. «Había muchísimas personas, pero ningún medio. El primero en llegar, cuando ya llevábamos una hora de marcha, fue El Norte de Castilla [el fotógrafo Antonio Quintero]. Pero no había más periodistas, no estaban las televisiones».
En tan solo unos días, todas las cámaras, todos los focos apuntarían a este movimiento bautizado como el de los indignados que llegó a la portada de 'The New York Times'. Pero no aquel 15-M, en el que los manifestantes regresaron a sus casas. En realidad, no todos. En Madrid, un grupo de personas decidió acampar y hacer noche al término de la marcha, en la Puerta del Sol. Hubo 19 detenidos. Prendió la mecha en toda España. Aquellas acampadas estaban a punto de extenderse y replicarse por todo el país (se llegaron a contabilizar 211 en las plazas de España). La de Valladolid, en Fuente Dorada.
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«Después del éxito de la manifestación del día 15, decidimos continuar con una concentración», cuenta María. Su nombre (junto con los de Miguel y Clara) son los que encabezan la solicitud que hubo que presentar ante la Delegación del Gobierno. «Me aconsejaron que no fuera sola al registro –en la delegación de la Junta, en Duque de la Victoria– y convencí a Jorge Castrillón. Yo no lo conocía de nada. Él estaba en la terraza del Penicilino. Le dije: 'Oye, tú estuviste en la marcha del otro día. ¿Me acompañas?'». Y la respuesta fue sí.
«Supongo que elegimos Fuente Dorada porque la previsión del tiempo daba lluvia. Y pensamos que, como había soportales, podríamos resguardarnos mejor», apunta Castrillón. Así nació en Valladolid la acampada de Fuente Dorada. La primera, el 17 de mayo. Se prolongaría durante días. «Aquello fue la expresión de un dolor, un movimiento pacífico, de desobediencia civil no violenta, que luego se intentó acallar con la ley mordaza», asegura Daniel García, convencido de que hay lemas hoy vigentes: «No es una crisis, es una estafa».
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«Era un movimiento apartidista, pero no apolítico. La mayoría de la gente que acudió a la manifestación era de izquierda o de centro izquierda , pero estaban presentes todas las ideologías», indica el sociólogo Callejo Maudes, quien elaboró una encuesta para intentar establecer un perfil de los indignados: el 58,86% de los encuestados esos días en las concentraciones tenían trabajo; de ellos, el 24,6% eran licenciados. El 51,9%, jóvenes de entre 25 y 34 años. El 18,35% tenían entre 18 y 24. El 23,42%, de 35 a 44. «Había un contexto de indignación general», resume Callejo. Y eso atrajo a personas de distintas tendencias y edades. «No había un sujeto histórico más allá del ciudadano. El movimiento nace y crea el propio movimiento», añade Montañés Serrano, quien ensalza la «ausencia de relación con otros movimientos, partidos y sindicatos».
«Fue una revolución social como nunca habíamos conocido», esgrime el poeta Alan Pipo: «A mí me tocó emigrar a Alemania en 1968. Cuando iba hacia allí, viví en París el mayo del 68. Y ver años después la expresión del pueblo entero en Valladolid, me emocionó». «Si me quedo con algo, es con la enorme participación, con el trabajo en asambleas», dice Inma González, también participante activa durante aquellas jornadas. «El 15-M ha sido el movimiento con mayor repercusión política, social y cultural de la historia de la acción social en España. Proporcionó una lectura alternativa de la crisis y de la austeridad», resumen las investigadoras Haro y Calvo.
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«El objeto de la reunión es tratar por parte de los ciudadanos los problemas de corrupción de la clase política, la reivindicación de una democracia real y la denuncia del bipartidismo imperante con su consecuente desafección de la ciudadanía con la clase política». Estos son los motivos que los convocantes de la concentración en Fuente Dorada (que acabó en acampada)transmitieron a la Delegación del Gobierno a la hora de informar sobre una protesta que comenzaría el día 17 (está corregida a boli la fecha), a partir de las 20:00 horas. «Su duración no puede se inicialmente estimada dados los temas a tratar».
«Fue la constatación de que de forma individual no se consigue nada, de que es necesaria la acción colectiva», afirma Sergio de la Torre, quien durante aquellos días de 2011 se ocupó activamente de la comunicación del movimiento. «Se sustituyó la jerárquica estructura organizativa de los clásicos movimientos por otra de tipo más horizontal», indica el sociólogo Montañés Serrano.
Su trabajo universitario le ha permitido investigar las fortalezas y debilidades del movimiento. Y en muchos casos, aquello que hizo al 15-M más atractivo fue precisamente lo que contribuyó a su desgaste. «La estructura organizativa en asambleas permitía practicar la democracia real. Pero se demostró que era materialmente imposible la participación de todos. Por eso, hay cierto descrédito del proceder asambleario. En algunos casos, es tachado de romántico, pero poco operativo y realista».
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El espíritu era difícil de plasmar en acciones concretas. La lentitud en el proceso de la toma de decisiones hizo que la euforia inicial se fuera diluyendo. «Había mucha gente que nunca había hablado en público, que no había mostrado sus ideas o participado en movimientos sociales o políticos, se acercó para intervenir de forma espontánea. Había ganas de expresarse, de mostrar el desencanto», dice María.
«El 15-M fue un momento para la recuperación de la política. Hasta entonces se había visto como algo exclusivo de señores de gris y con corbata. El 15-M demostró que también era política lo que se hacía en la plaza y que nuestras preocupaciones eran otras: el empleo, la vivienda, la falta de oportunidades después de una crisis brutal que pagamos nosotros a costa de recortes», indica Castrillón.
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Fue así como se celebraron asambleas y debates. Se constituyeron en la que fue bautizada como 'fuente acampada' cuatro comisiones: comunicación, logística, propuestas y ética. Días después(desde el sábado 21) la plaza contaba con una zona de cocina, baños portátiles y se instalaron cámaras web para transmitir lo que allí ocurría por Youtube. El domingo 22 tuvieron lugar las elecciones locales y autonómicas. Ganó el PP con sendas mayorías absolutas (León de la Riva en el Ayuntamiento, Herrera en la Junta).
¿Qué ha quedado de todo aquello? «Fue el punto de partida para muchas de las acciones que han venido después. Del 15-M nacieron las plataformas por la sanidad, las mareas por la educación, las reivindicaciones de los jubilados...», cuenta Mercedes Pastor.
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«No es el que el 15-M haya sido el grupo motor, pero sin su espíritu, es probable que [los posteriores movimientos] no hubiesen tenido lugar. O al menos con la fuerza que han mostrado», indica Montañés. Y aquí se pueden añadir las marchas feministas del 8-M. «También fue la semilla para Stop Desahucios», indica Pepe Lobato, portavoz de un colectivo –«hijos del 15-M»– nacido en noviembre de 2011. «Diez años después seguimos reivindicando el derecho a una vivienda digna, luchando por un parque público de vivienda, por alquileres sociales, contra la pobreza energética». «Se han conseguido cosas, como el incremento del salario mínimo. El paro nunca se va a terminar, así que hay que caminar hacia alternativas como la renta básica», asegura Luis González, de Parados en Movimiento.
Esta influencia en otros movimientos es una de las tres vías de desarrollo que percibe Callejo. «Por otro lado, también se fortaleció el movimiento vecinal y las redes de barrio. En Valladolid no tanto, porque ya había una estructura fuerte, con asociaciones que llevaban años trabajando, pero en otras ciudades sí que fue relevante».
La tercera prolongación fue la institucionalización en partidos, con Podemos a la cabeza. Varios de los promotores de las marchas en Valladolid (y que ahora se han reunido aquí para recordar aquellos días) estuvieron integrados en formaciones como Ganemos, Podemos o Sí Se Puede (hoy sin presencia en el Ayuntamiento). Intentaron llevar el espíritu del 15-M a las instituciones políticas. Pero aquellos círculos asamblearios se perdieron por el camino.
«Las últimas elecciones de Madrid han supuesto en el imaginario de la sociedad un fin de ciclo que para mucha gente comenzó el 15-M», resume Callejo. «Encontrar en 2011 ideas tan abiertamente nacionalistas o de ultraderecha era prácticamente imposible», indica. «El escenario es mucho más tenso, hay más crispación, hoy sería más complicado reunir a tantas personas diferentes. También porque el discurso de la extrema derecha lo hace muy difícil», indica Castrillón. Y porque hasta las redes sociales han perdido esa «inocencia» de hace diez años, convertidas hoy en «campo de batalla política, en territorio de 'bots'». «En el momento actual, los poderes podrían intentar echar abajo este movimiento social incluyendo, en las propias redes, discursos que deslegitimaran el movimiento social», añade el sociólogo Callejo Maudes.
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Entonces, ¿podría darse hoy un nuevo 15-M? «Siempre que haya un poder, en la sociedad va a haber un contrapoder. Si hay un conflicto, siempre se podrán dar movimientos sociales que luchen en contra de lo establecido», indica Callejo. «Pero, por otro lado, la legislación impide que sea igual. La 'ley mordaza' apareció principalmente como respuesta al 15-M, para que no se dieran movimientos sociales organizados de la misma manera que aquel. Ahora mismo, el 15-M sería ilegal», concluye el sociólogo.
«Seguimos denunciando que este es un sistema que nos destruye como personas, nos convierte en mercancías. Diez años después, la precariedad está en aumento. Muchos jóvenes se han tenido que marchar por falta de oportunidades, pero se criminaliza a los que vienen para ganarse una vida mejor», dice Beatriz Amo. «Es tremendo que se vea a estas personas como el enemigo, y no a los propietarios de bancos con sueldos enormes que despiden a trabajadores y cierran oficinas», apunta Castrillón.
«El 15-M es una lección para después de la pandemia. El virus nos ha aislado e individualizado. Tenemos que recuperar los espacios públicos. Aquel movimiento ha de alentar la lucha de hoy. Hay que retomar las plazas, tenemos que volver a abrazarnos», resume Dani García.
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