![El mercado del Campillo, en la plaza de España, en una foto de la época.](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202108/18/media/cortadas/campillo222-kb9E-U150279063707qMG-624x385@El%20Norte.jpg)
![El mercado del Campillo, en la plaza de España, en una foto de la época.](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202108/18/media/cortadas/campillo222-kb9E-U150279063707qMG-624x385@El%20Norte.jpg)
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Como llevamos unos días de tanto calor, la concurrencia a los baños instalados en el río Pisuerga es numerosa y los paseos de Las Moreras están todas las tardes muy animados». El periódico de aquel 9 de agosto de 1887 bien servía para abanicarse, en ... una jornada que se presumía sofocante en Valladolid.
Los termómetros coqueteaban desde hacía días con los 40 grados. Estaba la ciudad inmersa en plena ola de calor. Y lo peor estaba por llegar. Ese día, martes 9 de agosto, el mercurio escalaría hasta los 43 grados: la temperatura histórica más alta de cuantas figuran en los registros de la Agencia Estatal de Meteorología para la ciudad.
El hito habría que tomarlo con cautela, porque han pasado 134 años y las comparaciones no siempre son fiables. Por ejemplo, a lo largo de la historia ha variado de situación la estación medidora. La actual (con informes desde 1974) tiene su máximo consignado el 19 de julio de 1995, con 40,2 grados. En esta ola de calor, el 13 de agosto de 2021 se ha igualado el pico del mes, con 39,5 grados (los mismos que el 3 de agosto de 2003). Pero no se ha llegado aún a esos 43 grados que dicen las hemerotecas que vivió Valladolid en 1887.
«En estos días de calor están muy concurridos todos los establecimientos de baños [los más importantes estaban en la calle Expósitos y la puerta de Santa Clara] y el paseo de las Moreras», insistía el periódico del 12 de agosto. Y seguía: «Por eso sería muy conveniente que las riberas del Pisuerga se regularizasen como se ha hecho algunos años. También en el Canal de Castilla se bañan algunos niños con un peligro que es de llamar la atención de los dependientes de la empresa y aun de la autoridad».
La advertencia llegaba después de una tragedia ocurrida el día 10 por la mañana. Concha Redondo, una mujer de 22 años, natural de Riaza (Segovia), casada con un empleado subalterno del penal, se encontraba lavando en las inmediaciones del Puente Colgante «cuando tuvo la desgracia de caer en el agua, siendo arrastrada por la corriente y feneciendo en el fondo sin que haya sido posible extraer su cadáver». Dos pescadores encontraron el cuerpo al día siguiente.
No fue el único suceso de aquellas horas de extremo calor. El martes por la tarde, cuando más apretaban los grados, se detuvo a «un joven perteneciente a una muy conocida familia en esta capital [no se decía cuál], sorprendido sosteniendo con otro sujeto una correspondencia anónima en la cual se trataba de llevar a cabo un atentado funesto contra el jefe de la familia de uno de dichos sujetos». Esa misma tarde de tantísimo calor, un hombre «tuvo la desgracia de que le cogiera una piedra» mientras trabajaba en una obra en el Campo Grande, «produciéndole una fractura de la cual fue curado preventivamente en el hospital provincial». También hubo una pelea entre dos tipos en la calle Estación. En el barrio de San Lorenzo se detuvo a un joven por maltrato a una mujer (en la calle del Río)y el sereno número 5 sorprendió a un individuo arrancando flores en el Campo Grande.
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El cuerpo de vigilancia seguía «dando batidas a las mujeres de conducta sospechosa y que se creen relacionadas» con varios timos «por el manoseado procedimiento del entierro». A continuación, para los incautos, explicaba el periódico en qué consistía la trampa: «Se trata de estafar cierta cantidad de dinero merced a otra mayor que en una cartas se simulan hallar enterradas». Más timos: en el mercado del Val fueron decomisados «cincuenta y tantos panes por hallarse escasos del peso legalmente estipulado».
Las noches de calor se animaban con música en una ciudad que contaba con 64.813 vecinos y a la que aún no había llegado la electricidad (la Electra abriría a finales de ese año). El jueves de esa semana la banda de música del regimiento de infantería de Isabel II ofrecía un concierto nocturno con pasodobles y polkas en el Campo Grande, donde, por cierto, los redactores de El Norte pedían al Ayuntamiento que colocara más asientos, «lo cual podría hacerse sin perjudicar a la empresa de las sillas, construyéndoles a gran distancia del templete».
No era la única sugerencia que se lanzaba al poder desde las páginas de El Norte. «Más de una vez nos hemos quejado del hedor insufrible que producen las alcantarillas y sumideros públicos de la población [más aún en jornadas de excesivo calor], quejas que algún señor concejal ha reconocido sobradamente atendibles, proponiendo al señor alcalde disponga que durante las noches se dejen sueltas las bocas de riego, cuidando de dirigir el agua a los colaguas, verificándose por este medio una limpieza general en el alcantarillado».
Y más peticiones: «De algún tiempo a la fecha pululan por las calles de nuestra población un número considerable de perros, que por el aspecto que ofrecen inspiran temores de que pueden ser atacados de hidrofobia. Las autoridades no han adoptado hasta ahora precaución alguna». Al día siguiente, el periódico insistía: «Llamamos la atención del señor alcalde por la poca vigilancia que ha desplegado para que lleven bozal los perros; los más de los días se nos quejan y en particular un amigo nuestro al pasar por una calle fue mordido por un can. No porque lleven la chapa y hayan pagado una peseta están exentos de que lleven bozal».
Para combatir el calor, ya se apuntaba la opción de marcharse a la playa. El periódico del 9 de agosto publicaba un anuncio sobre los baños de mar en el Cantábrico. «Gran fonda de San Martín, en la playa de Suances, provincia de Santander. Espaciosas habitaciones, trato esmeradísimo;precio seis pesetas, incluyendo comida, habitación y luz». Y presumía además de primera línea de playa: «Este establecimiento es el más inmediato al balneario y muelle de desembarque».
Las altísimas temperaturas también provocaron sudores en la provincia. Los agricultores de Nava del Rey confiaban en rematar esa semana la siega de trigo y garbanzos. «Se ha trillado bastante, pero se ha limpiado poco todavía porque el tiempo no abona, es decir, no hay aires a propósito y por el contrario dominan fuertes calores», publicaba el periódico en su página agraria. El corresponsal de Paredes de Nava (Palencia)alertaba de que «aprietan excesivamente los calores, que solo son buenos para adelantar la trilla». Y desde Astorga (León) llegaba al periódico el siguiente despacho: «En esta tierra que generalmente suele ser fresca la mayor parte del año y que en otros el verano es muy corto, en el actual estamos pasando un calor excesivo y que no se recuerda otro análogo hace muchos años. Por fin esperamos que pase pronto y que nos dejen concluir las operaciones de verano».
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