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Era el cóctel perfecto para el desastre», dice Gustavo Lozano (Valladolid, 1973). Habla por teléfono desde Delhi, donde vive y trabaja, en el corazón de un país, la India, que parece a punto de ahogarse por esta nueva ola de la covid. Hospitales saturados, ... enfermos sin oxígeno, cadáveres incinerados en las calles, más de 300.000 contagios cada día, una nueva cepa más agresiva si cabe y que circula sin freno en un país que es casi un continente. ¿Algo puede salir peor? Y allí, en esa parte del mundo que sufre ahora la peor vertiente de la covid viven paisanos.Vallisoletanos que un día decidieron buscar su futuro y que ahora miran con incertidumbre lo que el mañana puede traer.
Como Gustavo, ingeniero forestal del Cuatro de Marzo. Llegó a la India en 2006 para trabajar como profesor de español en Chennai, al sur del país. En 2008 regresó a España, justo cuando la crisis económica daba sus primeros zarpazos. No encontraba empleo de lo que estudió. El Instituto Cervantes le hizo una oferta para volver a la India y enseñar español. No lo dudó. Hizo las maletas. En febrero de 2009 se instaló en Delhi, donde reside en la actualidad. «Los españoles que vivimos en la India somos unos privilegiados. Yo lo soy. Puedo trabajar desde casa (clases 'on-line'). Si quieres, no es necesario salir. Podemos esquivar mejor el virus. Pero hay millones de personas que no tienen esa opción.Que deben salir si quieren comer», explica Gustavo. «¿Alarmado?No. Pero soy consciente de lo que ocurre. Y se veía venir».
«Se supone que durante la primera ola (aquí también hubo un confinamiento de tres meses la pasada primavera) las cosas no se fueron de madre. Tal vez porque la población no está tan envejecida, es una pirámide con la mayoría por debajo de los 25 años», cuenta Gustavo. Y eso animó a configurar una burbuja de falsa seguridad. «El Gobierno (de derechas, populista, hinduista) se atribuyó el mérito. Dijeron que gracias a la labor del primer ministro se había superado la situación. Un tipo que pedía salir al balcón a hacer sonar cacerolas en favor de los sanitarios, pero que no invertía en hospitales. Un tipo que pedía encender velas para luchar contra el mal, pero no tomaba medidas para evitar que se propagara la enfermedad», insiste.
Cuenta Gustavo que allí el sistema sanitario responde a una premisa: «Si puedes pagarlo, te atienden. Se ha generado un mercado negro brutal de venta de bombonas de oxígeno. Si el sistema está saturado, el que tiene dinero tal vez puede recibir tratamiento». «El Gobierno miró para otro lado, los grandes medios de comunicación también. Veías lo que ocurría en otros países (la segunda ola, la tercera...), pero aquí se creían a salvo. Ha habido falta de previsión, autocomplacencia... Se han celebrado grandes concentraciones (como el Kumbh Mela, un festival con millones de personas que no guardaban la distancia de seguridad, sin mascarilla). Y ahora es cuando parece que se les ha empezado a caer la venda de los ojos». Demasiado tarde.
«Yo, por salud mental no veo mucho las noticias», reconoce Sara Villa (Valladolid, 1984), pero «la información te llega por todas partes». Cada vez hay más casos de coronavirus cerca. «Hablas con las compañeras de trabajo y te dicen que están contagiadas, que lo tiene su marido, que lo ha cogido alguien de su familia. Es verdad, somos unos privilegiados:podemos teletrabajar. Nosotros nos hemos venido a una zona menos masificada... pero la situación del país es terrible». Habla Sara, criada en Huerta del Rey, y desde 2008 vallisoletana en la India. «Del país me atraía todo. Es un amor platónico que hay que conocer. Y entonces, o te conquista para siempre o sientes que no era para ti. Pude haber venido 18 días de vacaciones... pero me surgió la oportunidad de pasar dos años de trabajo, como profesora de español». Eligió la segunda opción. Y aquellos dos años se han transformado en una nueva vida. Allí conoció a su marido, Tulu. Allí han tenido a su hijo, Shilu. En la actualidad trabaja como traductora.
«El confinamiento de la pasada primavera lo pasamos en Pune», una ciudad de tres millones de habitantes al oeste del país, a 150 kilómetros de Mumbay. «No salíamos de casa para nada. Podíamos pedir que nos trajeran la compra, la comida...». Cuando aquella primera ola pasó, Sara y su familia decidieron mudarse a Mokokchung, el núcleo urbano (40.000 habitantes)más importante de Nagaland, una región india vecina de Myanmar. «Estamos al este del país. Esta es una zona muy diferente al resto de la India. Sus habitantes son mayoritariamente cristiano. Tienen rasgos orientales. Aquí viven los padres de mi marido y decidimos mudarnos para estar cerca de ellos y porque la situación es mejor. Pero el miedo aumenta, porque ves que el virus cada vez afecta más a personas que conoces directamente», asegura Sara, quien no visita Valladolid desde el año 2018. «Estoy deseando ya de ir, ver a mi hermana, a mi madre. Pasar con ellas una larga sobremesa de café, pastas y partida de Monopoly. Ojalá que todo esto pase pronto», asegura la vallisoletana.
«A diario hacemos llamadas para ver qué cómo evoluciona la situación», dice Guillermo Rodríguez, director de la Casa de la India en Valladolid, quien recibe las noticias con «máxima preocupación». «La situación en Bombay ha mejorado. En Delhi parece que hay un nuevo pico.Hay una noticia buena, y es que han empezado a llegar depósitos de oxígeno a los hospitales. Todas las embajadas de India en el mundo han hecho un llamamiento para obtener donaciones, fondos, equipamientos hospitalarios que puedan ayudar a revertir la situación», indica Rodríguez.
También Rosa Casado está pendiente desde Valladolid de su teléfono y del 'Whatsapp'. Es una enamorada del país y, desde el instituto Condesa Eylo ha impulsado multitud de hermanamientos y programas de intercambio entre estudiantes vallisoletanos y de la India. En uno de esos viajes vino Rashmee Anand, profesora de francés en Noida, núcleo de 637.000 habitantes cerca de Nueva Delhi, quien a diario reporta lo que ocurre allí.
«La situación es mucho más preocupante que el año pasado. Ya hay personas muy cercanas a mí que se han contagiado: mi marido, mucha de mi familia más cercana», cuenta Anand. «Los casos se han disparado de una forma terrible estas últimas semanas. Los hospitales están llenos y es muy difícil encontrar atención médica. El Gobierno está trabajando duro para resolver esto», asegura la profesora, quien trabaja desde casa.
También en esos intercambios entre la India y Valladolid participó Alberto Crespo (San Sebastián, 1961, con raíces salmantinas por su familia materna). Lleva 14 años trabajando en el Liceo Internacional francés de Pondichéry (ciudad en el sureste de la India que formó parte del imperio colonial francés). «Todos los servicios sanitarios están saturados, tanto públicos como privados. La producción de oxígeno y el abastecimiento son insuficientes. Los reparten bajo escolta y miles de personas esperan en las calles con familiares que, a veces, mueren en las aceras e incluso se incineran en piras que arden delante de los centros de salud (hay testimonios macabros sobre la recuperación de órganos en personas muertas del covid que habría que investigar)«.
«Pero la situación sanitaria críticano es lo peor. La crisis económica y el desempleo (debidos al desplome de una economía estimulada por una demanda interior que se ha ido reduciendo por el empobrecimiento de la población) ha creado mucho desempleo y hundido a muchas familias en una extrema pobreza», cuenta Alberto.
«Un confinamiento nacional encendería la mecha del polvorín social. Los políticos han abandonado el tono sentencioso e infantilizador que los caracteriza para adoptar ahora una actitud de humildad e incluso de arrepentimiento. Sus miradas, sus ademanes y sus palabras traicionan el miedo que llevan dentro y que ya no pueden ocultar. Otros, como siempre, añaden miedo al miedo y amenazan a la población con represalias si se atreven a criticar la perfecta organización del primer ministro», cuenta el profesor donostiarra.
«Todo el que conoce un poco la historia de este pueblo sabe que toda protesta social degenera en actos de violencia desbocada que podría saldarse con miles de muertos más. Esta situación desorganizaría la frágil estructura médica y aumentaría considerablemente el número de muertos. Los apagones de luz serían más frecuentes, afectarían a los hospitales y al suministro de agua, lo que con temperaturas de 40 grados sería catastrófico».
Ahora mismo, el instituto en el que Alberto imparte clases permanece cerrado. «Mantenemos la educación en línea. Mis clases cada vez se parecen más a emisiones de radio, donde incluyo música, poemas, tertulias y grabaciones de los alumnos. Estos chicos son fantásticos», dice Alberto, quien recuerdas el viaje de intercambio que hicieron a Valladolid.
«Este nuevo virus no tiene nada que ver con el primero. Al parecer es la fusión de dos tipos distintos. Aquí influye la contaminación del aire (que es la primera plaga de las ciudades indias), pero también la realidad social, biológica y genética del país. La covid 19 se cebaba con mayores pero, aquí hay pocos, la gente muere más joven. Así que el virus afecta muchos niños y gente joven, y se propaga con una rapidez espeluznante», favorecido por el hacinamiento en muchas ciudades, «por las grandes asambleas políticas [están en elecciones], así como en los festivales hindúes como la Kumb Mela, que dura un mes y puede reunir a 25 millones de personas en una semana. Todas ellas se abarrotan en los templos o a orillas del Río Ganges, sin mascarilla ni distanciamiento social y regresan a sus pueblos o ciudades de origen diseminados por los cuatro puntos cardinales del país...».
Alberto estudió Agrónomos y después Filología en la Universidad de Tours (Francia). Ha trabajado como voluntario con niños con discapacidad, dado clases en Irán y Barheim. Ahora está en la India. «Estoy muy feliz en este instituto. Es como una gran familia. He hecho amigos. Los que trabajan en el consulado, o tienen empresas, cuidan de mí como yo cuidaba de ellos. En marzo de 2020, cuando se desató la pandemia mundial, uno de ellos me llamó insistiendo para que me subiera al avión que evacuaba a las personas con altos riesgos, como es mi caso. Pero me negué. En aquella época, había poquísimos vuelos, todos concertados, y muchas personas vulnerables, familias con hijos o extranjeros sin dinero. La cónsul, Catherine Suard, demostró unas capacidades de organización y una eficacia impresionantes. Gracias a ella, y al equipo de la embajada de Delhi, todos los que quisieron pudieron regresar a Europa.
«Mi esposa regresó a Francia en junio del año pasado. Hemos tenido suerte, se vino a pasar enero y febrero conmigo, los mejores meses desde marzo del 2020». Durante estos meses, ha iniciado varias labores solidarias:como un banco alimentario que improvisamos con la presidenta de una ONG LGTB para dar de comer a 75 mujeres transgénero que viven de la prostitución y lamenta la desconfianza hacia las vacunas.
«La solución son vacunas y test masivos», explica Gustavo. Pero esto se choca con una dura realidad. «En este país viven 1.366 millones de personas y es difícil una campaña de vacunación tan grande, sobre todo cuando en todo este año no se han tomado medidas para favorecer la circulación de las vacunas en cadenas de frío». ¿Y los test? «¿Quién puede hacer test y rastreos, poner vacunas, cuando todos los sanitarios están saturados con tantos muertos y los hospitales al límite? Si en España ya se hablaba de problemas con las UCI al 80%, aquí la gente se muere sin conseguir una cama de hospital», resume Gustavo Lozano.
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