Villalán de Campos abre al turismo la torre de su iglesia
«No nos consta que exista en España ningún campanario residencial. Así que seremos los primeros», señala Ignacio Sánchez, alcalde de esta minúscula localidad vallisoletana de Tierra de Campos
¡Qué será de Villalán de Campos dentro de 30 años... ¡Al menos quedará la torre en pie!». Ignacio Sánchez, alcalde de esta minúscula localidad vallisoletana de Tierra de Campos, levanta la vista y señala hacia el espigado torreón mudéjar de Santa Cecilia, que es el ancla de la vida en la zona. Con sus 22 metros de altura es una referencia visual, un faro en mitad del océano de cereal que la rodea.
Desde esta atalaya, la vista se abre al 'zoom' de la agudeza de cada cual. Al fondo, las cumbres todavía nevadas de la montaña palentina y leonesa. A poco más de 20 kilómetros, las lagunas de Villafáfila (Zamora), paraíso de ornitólogos. Más cerca, otros torreones que apuntan al cielo como los de San Pelayo (Villavicencio de los Caballeros) o Tamaríz de Campos, en una suerte de 'Manhattan' católico y disperso.
En breve, cualquiera que lo desee podrá extasiarse con la profundidad de esta luz. Y completarla con unas noches en las que, cuando están despejadas, parece sentirse el palpitar del universo. Porque, camino de los cinco siglos de vida, la mampostería de la torre mudéjar de Santa Cecilia ha recuperado todo su esplendor. Doce años después de que sus poco más de 30 vecinos se conjuraran para rescatarla del derrumbe, en breve se estrenará como alojamiento rural. «No nos consta que exista en España ningún campanario residencial. Así que seremos los primeros», insiste con orgullo su primer edil.
El proyecto coincide con los tres mandatos municipales de Ignacio Sánchez. Es un decir, porque, desde que llegó al Ayuntamiento, impulsó una gestión asamblearia a través del concejo abierto. Y fueron los vecinos los que votaron la propuesta de los arquitectos que han realizado la rehabilitación. «Queríamos recuperarla a toda costa, pero no sabíamos con qué destino».
La idea no dejaba de ser una quijotada si pensamos que el presupuesto de Villalán de Campos no supera los 60.000 euros anuales. Juntando de aquí y de allá, en especial de los planes de obras de la Diputación de Valladolid, llevan gastados 228.000 euros. Es como si un Ayuntamiento medio como el de Bilbao (562 millones de presupuesto para 2019) se gastara más de dos mil millones en una sola obra.
Un concejo abierto para que cada vecino sea alcalde
Todos los vecinos mandan casi por igual en Villalán de Campos. Y en las elecciones del 26 de mayo, sus 33 residentes censados no votarán a unas siglas, sino a un nombre. Se presentarán aquellos que lo consideren y, quien resulte elegido, nombrará a otras dos personas de su confianza. Así renovarán el concejo abierto que rige desde que Ignacio Sánchez llegó a la alcaldía hace 12 años. Entonces, recuerda, «casi no había ni vecinos para formar una lista». La ley permite esta forma de democracia asamblearia en aquellos municipios que no llegan a los 100 habitantes. En Valladolid hay unos cuantos pero solo otros dos más aplican esta fórmula: Villamuriel de Campos y Barruelo del Valle. Desde que asumió el bastón de mando, Sánchez tuvo claro que prefería escuchar las opiniones de cada vecino antes de tomar decisiones. «Aquí no hay plenos, cada vecino es un alcalde en potencia». Se celebran siete u ocho cada año. En el último, realizado hace dos sábados, los vecinos recibieron la entrega final de su flamante torre y aprobaron el equipamiento para que lo antes posible esté operativa.
Y para continuar con la aventura improbable, le llegaron a escribir al arquitecto Frank Gehry para ofrecerle, incluso regalarle, el inmueble para que desarrollara un proyecto singular. «Nadie pensaba que fuera a respondernos. Lo hizo pero ya era tarde. Habíamos elegido nuestro propio camino», rememora el alcalde.
Sánchez (59 años) todavía recuerda las últimas misas en la vieja iglesia de Santa Cecilia, de la que su torre formaba parte. De eso hace 35 años. Después se construyó un nuevo templo y se cerró la iglesia, de la que aún se conservan un par de arcos. La austera y elegante torre quedó huérfana, alzada sobre su pequeño montículo.
¿De quién es la torre?
Las temperaturas extremas de la Meseta hicieron su lenta labor. Las grietas en los cinco cuerpos de altura avanzaron haciendo temer lo peor. En su primer diagnóstico, los arquitectos Agustín de Diego Alonso y Elsa Calvo Tutor describieron sus «múltiples patologías»: el ladrillo exterior degradado, la madera interior en estado de ruina y la humedad, que trepaba desde el suelo hasta alcanzar los tres metros.
Pero el peligro que más temían en Villalán no era el efecto del paso del tiempo, sino el de las leyes. ¿Quién era el propietario real de Santa Cecilia: el pueblo o el Arzobispado de Valladolid? La Iglesia nunca gastó ni un euro en la rehabilitación, pero su canciller secretario presentó un documento del Registro de la Propiedad de Villalón de Campos fechado en 1982 que afirmaba que «la diócesis es propietario con pleno dominio y desde tiempo inmemorial de un solar donde se halla construido un templo católico de cuya propiedad no existe, al presente, documento originario».
Efectivamente, no había constancia de título de propiedad alguno en ese registro. Finalmente, el Ayuntamiento optó por segregar el área en tres parcelas e inmatricularlas. «Si hay que devolver algo, les damos una de las parcelas sin torre», explica el alcalde.
Los vecinos no entienden su horizonte vital y visual sin su torre. «He soñado muchas veces que se nos caía. No sé estar tres días seguidos sin verla», bromea Margarita Merino, ex teniente de alcalde. Pero cuando los andamios cubrieron sus muros y empezaron las obras, se temieron el choque en los tribunales. «Pensamos que podrían pararnos la obra y que esto iba a ser como el conflicto de la mezquita de Córdoba. Pero el Arzobispado lo ha dado por olvidado», respira tranquilo Ignacio Sánchez.
Para los arquitectos fue un auténtico reto. Elsa Calvo recuerda aquellas primeras inspecciones en las que «daba miedo subir». El remate final muestra el volumen desnudo de la torre abrazado por dentro por una estructura de metal y 73 escaleras que reparten el habitáculo en cuatro alturas y otras tantas estancias. «Hemos buscado el equilibrio entre el respeto a la piedra y ese armazón interior que camufla todos los elementos modernos», explica la arquitecta.
Tras superar el roquedal sobre el que se yergue la torre con unas escaleras exteriores, se accede directamente a una cocina de 15 metros cuadrados. Encima, un salón. Y a una altura superior, otra estancia que recibe al visitante con las imponentes campanas que aún conservan el sello de fundición. «Miranda de Ebro. 1945».
Todavía, una estancia superior bajo la estructura de madera que da calidez al remate final. Desde allí, una visión de 360 grados que permite un enorme dominio óptico a muchos kilómetros a la redonda. Dieciséis ventanales en arcos de medio punto facilitan ese éxtasis de luz, naturaleza y vacío.
No será un lugar de reposo para personas con problemas de movilidad. «Era un espacio muy vertical y pequeño. Un ascensor reduciría tanto el espacio que lo hemos descartado», confiesa Calvo Tutor.
Al flamante campanario residencial ya le ha salido una pertinaz pretendiente. Una cigüeña que ha decidido cambiar su nido sobre el penúltimo arco superviviente del viejo recinto por la verticalidad del tejado a 22 metros de altura. «Ella está venga a colocar sus palos y nosotros a quitárselos. No hay manera de que se vaya». En Castilla saben bien que un nido son más de 400 kilos de peso.
Con el amueblamiento, acordado en el último concejo abierto a principios de mes, una década larga de desvelos estará terminada. Hay un orgullo colectivo en la villa. «Luego dicen que no hacemos nada por mantener la España vacía. Y somos sus habitantes los que más nos entregamos», lamenta Margarita Merino. Villalán estudia ahora cuál es la mejor fórmula para colocar su torre en el mercado turístico. Buscan algo singular, a la carta, fuera de los paquetes turísticos. Es lo que merece un escenario tan inusual. Piensan en turistas que sepan apreciar un ocio casi sacro.
«Que la gente venga a disfrutar de la nada». La invitación del alcalde es pura poesía. Villalán está lleno de placas con los poemas favoritos de sus vecinos, que todos los años organizan una semana cultural. Disfrutar de la nada en Castilla lo puede ser todo.
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