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Ángel Mellado está convencido de que es algo totalmente normal vivir durante dos décadas en una pequeña comunidad de vecinos en la Casa Consistorial de Valladolid. Para la mayoría de los vallisoletanos es un hecho inesperado.
«A la gente que conozco le suele sorprender mucho, pero para mí no era nada extraordinario. Viví 22 años en el ayuntamiento y nací allí mismo», rememora Mellado evocando su niñez y parte de su juventud marcadas por la profesión de su padre: ordenanza municipal macero.
Los trabajadores municipales habitaron por encima del principal centro político de la ciudad, del lugar dónde se toman las decisiones, desde que nacieron allí con ayuda de las matronas. Al menos siete familias vivieron entre los despachos del propio alcalde y los concejales, del salón de plenos y pasillos con retratos de quiénes portaron el bastón de mando de la ciudad. Lo común para la época era que los empleados municipales recibiesen viviendas como contraprestación por estar disponibles durante todo el día. Se abre El Hilo:
• El edificio actual del Ayuntamiento, diseñado por el arquitecto abulense Enrique María Repullés -autor entre otras obras de la Bolsa de Madrid- abrió sus puertas en 1908. Inspirado en el Palacio de Monterrey de Salamanca, utilizó para su construcción granito, calizas de Campaspero y de Villanubla, ladrillo, hierro, mármol y madera. El estilo arquitectónico es el ecléctico, que toma como referencia elementos del Renacimiento para dotarlo de elegancia y sencillez. Tiene cuatro alturas: sótano y tres plantas y está precedido de un balcón en su fachada principal con torres rectangulares y patio interior. En el cuerpo central se halla una torre más esbelta que las de las esquinas en la que se encuentra el reloj, obra de Moisés Arroyo, y el escudo de la capital vallisoletana. Las obras duraron siete años y costaron 1.077.918,40 pesetas. Sin embargo, en el Archivo Municipal de la ciudad no hay rastro visual de las viviendas de los empleados municipales del Ayuntamiento.
• A mediados del siglo XX vivían siete u ocho familias con al menos cinco hijos cada una -los Mellado eran ocho hermanos- en el último piso del ayuntamiento. El vallisoletano recuerda las vistas desde su ventana a la iglesia de Nuestro Padre Jesús Nazareno porque los pisos estuvieron ubicados en el ala del edificio más cercana a la Plaza de la Rinconada. Era habitual que los empleados municipales tuvieran la posibilidad de habitar una vivienda en su propio lugar de trabajo. Allí habitaban, además de ordenanzas, carpinteros, fontaneros, electricistas y pintores. Todos ellos eran profesionales en algún oficio concreto a disposición de las necesidades de la ciudad.
• En los dos sótanos del edificio, que ocupaban las torres de la fachada principal, estaban ubicados los talleres de carpintería mientras que en la parte trasera era el espacio para una comisaría, los bomberos y los operarios de limpieza de las alcantarillas. Uno de los bedeles actuales menciona que en el primer piso primero funcionaba una cafetería regentada por uno de los ordenanzas internos. Cuando Ángel era niño se movía con otros chavales por el imponente edificio como si fuese su patio de juegos. Uno de los mayores entretenimientos que tenían era estar vigilantes a cuando apresaban a alguien y lo llevaban a los calabozos. Bajaban con disimulo desde sus casas para evitar ser vistos y descubrir a quién llevaban a prisión. Normalmente eran hombres que habían bebido demasiado y molestaban al vecindario.
• Ángel, miembro de una familia de ocho hermanos, recuerda que la casa que tenían en su infancia en el ayuntamiento, en la dirección de la calle Manzana, constaba de dos habitaciones y una cocina, pero no tenía baño. El aseo, compartido con otras familias, estaba fuera de las casas. Otra de las ventajas incluidas a la de no tener que pagar una vivienda es que tampoco pagaban el coste del agua, el gas o la luz. Su padre recibió el cargo de ordenanza municipal por ser mutilado en la Guerra Civil española a la par que la posibilidad de vivir hasta 1977 en este lugar. A partir de esta fecha el uso del edificio fue exclusivamente civil y político. Por ello, se les ofrecieron otras viviendas en la calle Manzana y en la calle Jesús. En la imagen superior Macero Mellado porta un traje ceremonial que consta de un pequeño sombrero con una pluma, una capa con el escudo de la ciudad y una maza de 13 kilos de peso.
• «La azotea era el lugar en el que nuestras madres tendían la ropa al sol, los hombres salían a fumar y los niños subíamos a jugar», narra Mellado describiendo el uso que se daba a la espectacular terraza con vistas al centro histórico. Para mejorar su aprovechamiento durante los helados inviernos de Valladolid, varias secciones tenían galerías acristaladas, mientras que ahora hay varias placas fotovoltaicas instaladas. El antiguo inquilino del consistorio afirma que les encantaba en la infancia subir a la torre del reloj por tratarse de la de más difícil acceso.
• Algunas de las travesuras que recuerda con mayor detalle era cuando encontraba con su cuadrilla de amigos la puerta del despacho del alcalde abierta de par en par. «Nos colamos para encontrar botellas de refresco en el despacho y de vez en cuando lo que nos llevábamos era una botella de vino», enumera Ángel Mellado sobre los pequeños tesoros encontrados en sus expediciones. En alguno de los trasteros de la azotea el hallazgo de los pequeños eran maquetas de edificios que iban a proyectarse, como una reforma en el Teatro Zorrilla.
• Aunque para un niño suponía estar en un lugar de cuento, lleno de torreones, pasillos y escalinatas de mármol, tenía algunas desventajas. Ángel Mellado menciona que al ser un espacio tan grande hacía frío, a parte de que por las noches era oscuro, se escuchaban los crujidos del viento exterior y había zonas que les daba miedo frecuentar. Para el resto de los habitantes del ayuntamiento, otro de los problemas era subir varias veces al día casi un centenar de escalones sin ayuda de un ascensor.
• Lo que sí que Mellado asegura de las noches en tan curioso hogar es que eran tranquilas. Era extraño que algo perturbase la calma de esos muros. Sin embargo, en una ocasión, desalojaron a todas las familias por un aviso de bomba en el edificio. Todo se quedó en un susto, en una falsa alarma por peligro de atentado.
• Otra de las historias que él atesora es que cuando llegaba la Nochevieja, sus hermanos mayores organizaban un guateque con música al que invitaban al resto de vecinos, al igual que a bomberos y policías. También que de pequeño le gustaba ir a por algún encargo de su madre a la casa de una vecina que elaboraba dulces caseros. Siempre le obsequiaron con un mantecado típico del municipio de Portillo después de cumplir con el encargo. Cada vez que Ángel Mellado da un paseo por la Plaza Mayor le vienen a la mente todas estas historias, puesto que en un momento fue su hogar.
• El uso complementario del lugar de trabajo y de las viviendas no era exclusivo del Ayuntamiento de Valladolid. Mellado conocía a empleados del Mercado del Val que vivían en el segundo piso, al igual que bedeles en colegios e institutos o incluso en el matadero municipal. Con el fin de la dictadura y la llegada de la democracia a España cambió el uso de la Casa Consistorial a funciones puramente institucionales. De esta forma, en 1977 terminó la convivencia de tan peculiar comunidad de vecinos.
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