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. El 7 de septiembre le comunicaron a Ana Fernández que uno de los niños de la guardería municipal en la que trabaja en Íscar ... había dado positivo en covid. La localidad vallisoletana ha vivido desde el 2 de agosto y el 18 septiembre dos confinamientos y, entre medias, ella estuvo cuarentena. Le hicieron la PCR, dio negativo y le dijeron que su familia podía hacer vida normal. Pero a los pocos días su esposo, Juan Carlos Pérez, empezó con los síntomas de covid (dolor de cabeza, malestar general, pérdida de gusto y olfato...). «Hasta que el lunes 14 mi marido, y yo dimos positivo en una segunda prueba, así que nos mandaron aislarnos, meternos cada uno en una habitación y hacer cuarentena junto con nuestros hijos Alejandro y Aitana, que días después dieron positivo».
Desde entonces, permanecen encerrados en su vivienda, los mayores en la segunda planta; los niños, en la primera, «durmiendo cada uno en un sofá para no subir arriba y reducir el contacto. Durante los tres días que no sabíamos si los niños estaban contagiados las vecinas nos han hecho la comida; yo dejaba abierta la puerta trasera y ellas y algún familiar nos aprovisionaban alimentos, traían la compra... nos están ayudando muchísimo», agradece Ana Fernández, quien, aunque aislada, sigue sin mostrar síntomas de la enfermedad, al igual que los chavales.
«Procuramos no comer juntos, dormir cada uno en una habitación y mantener la higiene al máximo», añade. La cuarentena para este matrimonio acabó el pasado viernes y la de los menores concluirá mañana. Quien peor lo ha pasado de los tres durante este tiempo de aislamiento es Juan Carlos por la sensación de malestar general que le ha acompañado buena parte de la convalecencia; para el resto de la familia lo más pesado ha sido ver pasar de las horas un día tras otro sin poder pisar la calle. «Demasiado tiempo libre, principalmente para los niños, que están deseando incorporarse a las clases porque se aburren por más que jueguen a las maquinitas y hagan los cuatro deberes que les mandan los compañeros; al final prevalece una sensación extraña de muchos días perdidos».
Remarca Ana Fernández que más que miedo durante este tiempo ha sentido preocupación porque sus hijos pudieran haber contagiado a algún amigo o compañero de aula. «Mi marido lo ha pasado mal, pero tener noticia de gente que han acabado en un hospital hace relativizar las cosas; lo primero que le dije a mi hijo fue que enviase un wasap a sus compañeros comunicando que los padres éramos positivos y tuvieran cuidado; y yo, además, he llamado a las madres de los niños para que lo supieran», apunta la madre. «No hay que ocultarlo, hay que avisar a la gente con la que has tenido contacto para evitar la propagación de un virus que creo que todos pasaremos tarde o temprano; si es así, –desea– ojalá que todo el mundo lo viva como nosotros, sin grandes problemas».
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