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«Cuando llego a Rioseco, lloro de emoción; cuando me voy, de pena»«En Rioseco nací yo, en Rioseco morir quiero, porque dicen que Rioseco está cerca del cielo». Son las emotivas palabras del riosecano Florentino Sebastián Ballesteros, que lleva viviendo seis décadas en Burdeos (Francia) desde que a los cuatro años llegó en 1964 junto a sus padres, Florentino y Sebastiana, y sus hermanos Jesús y Julián. Juntos dejaron su localidad natal en busca de un trabajo con el que tener un mejor futuro.
Florentino, de 64 años y al que todo el mundo conoce como Tinín, no tiene muchos recuerdos de aquellos primeros años al llegar al país galo, solo los que su madre le fue diciendo, como que al volver del colegio llegaba llorando porque no entendía el francés, que no le quedó más remedio que aprender. Junto a su familia vivió en el barrio cosmopolita de San Pedro, con gente de muchos países, «que era como un pueblo porque todos nos conocíamos». Después de tantos años, Tinín sigue teniendo los mismos amigos del barrio, «nos llamamos, nos vemos, comemos juntos».
Tinín fue al colegio hasta los 16 años, pero como no le gustaba, a pesar de que «mis profesores decían que podía hacer más», cursó estudios en una escuela de mecánica de automóviles, algo que le gustaba, con una semana de trabajo y otra de práctica durante dos años. Sin embargo, al finalizar, no encontró trabajo y sí lo hizo de dependiente de recambios de coches durante 8 meses, para después entrar en un taller de venta de hierro, en el que tuvo un rápido ascenso. Tras costearle el carné de conducir de camiones estuvo 15 años de camionero de hierro. Un accidente, con lesión en una rodilla, le obligó a retirarse de la carretera, encontrando trabajo en otra empresa de hierro como responsable de calidad, en un empleo en el que, después de 20 años, se jubilará.
Después de seis décadas de salir de Rioseco, el riosecano solo tiene palabras de agradecimiento hacia Francia, que «me ha dado todo lo que tengo»; de hecho, en Burdeos, han nacido sus dos hijos, Floren y Lea, de 26 y 30 años, que ya conocen la Ciudad de los Almirantes, deseando que le hagan abuelo «para que se me caiga la baba». Unas gracias que hace extensibles a sus padres «por la educación que nos dieron, para tener respeto y ser trabajadores». A sus padres les debe el amor por su pueblo natal al que la familia volvía todos los años en verano, pero también en otras épocas, como en Semana Santa, las fiestas de San Juan o los Santos, hasta que se les quemó la casa familiar que tenían en la riosecana calle de Cantareros. Una costumbre que no ha perdido Tinín, que siempre que puede coge el coche y se presenta en una localidad en la que se le aprecia mucho y para la que se ha convertido en su mejor embajador en Burdeos. Unas visitas a Rioseco en las que le han acompañado sus hijos, de hecho «mi hija alguna vez no se quería ir, de lo que le gusta», pero también con grupos de amigos, «a los que les encanta», que al ver el cariño que le profesan no dudan en señalar, entre bromas, que le van acabar haciendo una estatua.
Sus datos
Nombre Florentino Sebastián Ballesteros
Edad 64 años
Lugar de residencia Burdeos (Francia)
Procedencia Natural de Medina de Rioseco
Profesión Jubilado
Tiempo actual de estancia 60 años
Ahora su vida de jubilado transcurre entre su madre, sus hijos y sus amigos. Cuando puede se acerca a Rioseco, aunque «no todas las veces que me gustaría por razones económicas». Lo que tiene claro es que mientras su madre viva, no se moverá de Burdeos, porque es una de las razones de su vida. A sus 102 años, no hay semana que no visite «al primer amor de mi vida», sin que falte el constante recuerdo del pueblo natal de los dos, de la Virgen de Castilviejo, de sus calles, de sus gentes, de su Semana Santa. Su sueño sería acabar su vida en Rioseco, por el que siente algo tan fuerte que no tiene palabras para poder describirlo, «algo que me inculcaron mis padres». Por eso, cuando llego a Rioseco, lloro de emoción, y cuando me voy lloro de pena, porque no sé cuando voy a volver».
Tinín es amante de la buena gastronomía y cada vez que llega a su pueblo natal no pierde la oportunidad de degustar el lechazo asado o sus chuletillas, mojado con un Ribera. En Francia, se decanta por la carne de buey de Bazas, localidad a unos 100 kilómetros de Burdeos, «la más rica que nunca he comido». Sin embargo, en Francia echa de menos el tapeo de España.
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