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Han sido 25 años de labor militar en Infantería de Marina. Lo más duro del Ejército. Un cuarto de siglo en zonas de conflicto, territorios ... en guerra y misiones de paz (del Líbano al Océano Índico) del que ha extraído unas enseñanzas que, asegura, le servirán ahora en su nuevo camino sacerdotal. José de la Pisa Pérez de los Cobos (Valladolid, 1971) fue ordenado el sábado 25 de mayo sacerdote en Roma, en la basílica de San Eugenio, en una ceremonia oficiada por Paul Toshihiro Sakai, obispo auxiliar de Osaka-Takamatsu (Japón). Y está convencido de que su pasado en el Ejército, en la vida militar, le servirá para «explicar conceptos religiosos y para orientar a otros hacia un comportamiento que les ayude a desarrollarse como buenas personas, a adquirir virtudes».
Está seguro de que sus experiencias en situaciones complejas serán cruciales en su nueva labor. «La vida militar me ha permitido estar en contacto con mucha gente que sufre, con personas completamente desarraigadas, con refugiados, con seres humanos que lo han perdido todo o que viven inmersos en el odio. Conocer de primera mano esas realidades te permite ver a las personas que hay detrás, darte cuenta de que todos, al final, queremos lo mismo, y de que el sufrimiento es igual en todas las personas», dice De la Pisa, quien reconoce que, tal vez, esa formación de años pasados le facilite «tratar con personas alejadas de la fe, con dificultades, 'de la periferia', como dice el Papa Francisco».
Cuenta que con 18 años ya sintió un primer aviso vocacional. «Yo ya había decidido preparar los exámenes para ingresar en las academias militares y sentí la llamada de Dios para entregarme totalmente a Él en el Opus Dei». José había estudiado en el colegio Peñalba («guardo inmejorables recuerdos y no pocos amigos»), vivía con su familia en la calle Estadio («antes de que derribaran el José Zorrilla»), iba los fines de semana a la Hípica y alimentó su pasión por el ciclismo y el balonmano («organicé un equipo en el colegio y formamos una gran piña»).
Dice que su gran vocación infantil era el Ejército («poder estar allí donde España lo necesitase»). Y que la cumplió. Ingresó en la Escuela Naval Militar. Durante cinco años se formó para ser oficial del Cuerpo de Infantería de Marina. «Encontré un mundo (la milicia) que te prepara para defender a los demás, y que se inspira en los más grandes ideales, lo que facilita dedicar al trabajo las mejores energías, forjar grandes amistades y estar siempre en disposición de ayudar donde haga falta». Cuando terminó la Escuela Naval, completó un curso de Operaciones Especiales y durante varios años sirvió en la Unidad de Operaciones Especiales de la Armada, con su participación en varias misiones internacionales. Después de un nuevo periodo de formación en Estados Unidos, sus últimos años en activo los pasó en Cádiz, en la Brigada de Infantería de la Marina.
«Siempre me atrajo la posibilidad de estar allí donde la situación fuera más difícil, donde pudiera ayudar más, y que supusiera un reto. Nunca me ha gustado que me cuenten las cosas, quería estar yo allí». Por eso, asegura, apostó por Infantería de Marina, «un cuerpo de la Armada que está preparado para desplegar en el mismo momento en que se le necesite, navegando a bordo de los buques y preparado para desembarcar en cualquier costa para hacer frente al adversario o a los cometidos que tenga asignados». Y de ahí se obtienen experiencias útiles para el apostolado. «En las dificultades y penurias de la vida a bordo o en tierra, en condiciones logísticas mínimas, aprendes a darte a los demás sin reservas, a compartir y a no necesitar más que de los demás». Y valoras aún más la palabra. «Hay muchas situaciones difíciles, también en el campo de batalla y las zonas en conflicto, que se resuelven hablando. Hablar con el otro permite adentrarte en su modo de ver la realidad, se entiende mejor la postura de quien tenemos enfrente. Y no pocas veces eso facilita que una situación de tensión se resuelva favorablemente».
¿Alguna misión que recuerde especialmente? «En 2006 nos desplegamos en el sur del Líbano, pocas semanas después del alto el fuego entre Israel y Hizbulá. Nuestra misión era ocupar una franja de terreno próxima a la frontera, para dificultar el regreso de las hostilidades y permitir que se mantuviera el alto el fuego». En esos meses, subraya, conoció de cerca el drama de los refugiados sirios y palestinos, «miles de personas sin hogar, sin futuro y sin pertenencias». «Era especialmente duro ver a los chavales acercarse a pedirnos agua y algo de comida. Y era aún más duro tener que dar la orden de no hacerlo porque si no, corríamos el riesgo de que alguno de esos chavales acabase bajo las ruedas de nuestros vehículos». Dos años después, en 2008, regresó allí. «Las cosas estaban más tranquilas, pero el problema de los refugiados seguía igual. Nuestra misión no estaba orientada hacia ellos, pero pudimos acudir a sus campamentos y socorrerles con lo que teníamos».
Un año más tarde, en 2009, De la Pisa estuvo destinado en el Océano Índico, al mando de un equipo de operaciones especiales con la misión de evitar las acciones de piratería contra barcos mercantes. «Pudimos detener a un buen grupo de piratas, con un historial de asesinatos y desmanes que horrorizaría a cualquiera. Al interrogarles, te dabas cuenta de que, del mismo modo que ellos habían elegido salir al mar y afrontar los peligros reales de morir ahogados, o de sed o en embarcaciones a la deriva, otros muchos en sus pueblos habían optado por buscarse maneras honradas de vivir. En un mundo en el que no tienen de nada, resulta muy interesante preguntarse por qué unos optan por el bien y otros no».
De esa experiencia del mar, explica, se pueden extraer muchas enseñanzas. «El salitre estropea con rapidez todos los sistemas electrónicos y las mismas armas. Si no se hace un mantenimiento continuo, cuando se van a usar no sirven. Lo mismo se puede aplicar a nuestro modo de actuar diariamente. Por muy bienintencionado que esté, si no luchamos por evitar las malas inclinaciones, la pereza de no terminar las cosas bien o de no empezar las tareas a la hora prevista (o de dejarlas para otro momento), al final, antes de lo que pensamos, nuestra voluntad se resquebraja y quedamos a merced de nuestra pasiones».
José de la Pisa
También recurre en ocasiones a la imagen del paracaidista: «Hay decisiones en la vida que no tienen marcha atrás, pero no porque no podamos arrepentirnos, sino porque son el comienzo de otras». O al compañerismo de varias tareas militares, como el centinela («siempre alerta para que los demás descansen») o el artillero («que ablanda las defensas enemigas para que luego la infantería pueda penetrar en ellas»). «Cualquier cosa que nos propongamos podemos ofrecerla a Dios, podemos y debemos cuidar de los demás (ser el centinela) para que ellos caminen más seguros; y podemos rezar por los que están a nuestro alrededor, por las necesidades de todos aquellos que nos piden ayuda (artillero)».
Y después de tantos años en el Ejército, la Iglesia. Cuando con 18 años se vinculó con el Opus Dei, el sacerdocio no se le pasaba por la cabeza. «Ser numerario del Opus Dei me permitía compaginar ambos intereses. La misión de la Obra es transmitir la llamada universal a la santidad, pero me permitía seguir mi otra vocación civil. Sin embargo, después de años de dedicarme a los demás y de compaginar las actividades formativas de la Obra con las propias de mi profesión, pensé que en la Iglesia hacen falta sacerdotes, y que yo bien podía ofrecerme, dejando mi trabajo, para ordenarme si Dios quería y poder seguir ayudando y sirviendo a los demás».
Fue entonces cuando dejó el casco y el traje de camuflaje para estudiar en el Colegio Romano de la Santa Cruz, en Roma. «Allí, mientras hacía una licencia y el doctorado en Teología Moral me he convencido de que Dios me quiere de sacerdote. La Teología Moral permite profundizar en las virtudes del hombre, en aquello que le hace feliz y en sus deseos y tendencias más profundas. Espero, y así se lo pido a Dios, ser un sacerdote humilde al servicio de los demás. Que sepa adaptarme a sus necesidades, que pueda transmitir la misericordia y el amor de Dios a través de mi modo de comportarme, de tratar a todos y trabajar allí donde esté». De momento, su primer destino estará en la zona de Levante, aun sin ciudad precisa, para «atender sacerdotalmente a las personas del Opus Dei y a sus labores apostólicas».
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Alberto Echaluce Orozco y Javier Medrano
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