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Dennis Nielsen mató a sus víctimas (doce personas entre 1978 y 1983) para no sufrir los fríos mordiscos de la soledad. Era incapaz de entablar relaciones sentimentales o de amistad. El único modo que supo para mantener a alguien a su lado era matándolo y dejando el cadáver a su lado en el sofá, mientras juntos veían la televisión.
Nathan Leopold y Richard Loeb asesinaron en 1924 a un joven por mera vanidad: se veían capaces de cometer el crimen perfecto y lo intentaron demostrar (sin éxito, los pillaron).
Henri Desiré Landru mató a once mujeres y estafó a muchas más entre 1915 y 1919. Lo hizo por codicia. Ellas eran viudas de guerra y él las cortejaba para estafarlas, para hacerse con su herencia, para matarlas después.
La soledad, la vanidad, la codicia. «Todos lo hemos sentido en algún momento. También la envidia, el odio… y no por eso hemos cometido un crimen». ¿Qué lleva entonces a algunas personas a convertir estos sentimientos universales en una motivación para matar?
Es la pregunta que explora Paz Velasco de la Fuente (Valladolid, 1968) en su último libro, 'Muertes nada accidentales', editado por Rosamerón (384 páginas, 22,90 euros). La criminóloga vallisoletana ha hurgado en la mente de diez asesinos para explorar el porqué de sus acciones. «Desde un punto de vista racional, intento explicar qué ha podido llevar a una persona concreta a cometer un crimen. Ni empatizo ni justifico. Divulgo desde un punto de vista holístico, con herramientas como la psicología, la criminología, el derecho penal, las técnicas médico forenses», asegura la experta vallisoletana.
Velasco de la Fuente ha elegido para su nuevo libro diez criminales. Todos extranjeros. De distintas épocas. Hay ocho hombres y dos mujeres. «La estadística nos dice que ellos matan más que ellas. Y además, solo un sujeto de los que analizo tiene patología mental, porque, para derribar estigmas, matan mucho más los cuerdos».
A partir de estos casos, ha investigado en archivos y hemerotecas, en documentos del FBI, en estudios de universidades como Radford. Y con todos los datos recopilados ha construido diez puzles que, «en un estilo muy anglosajón», presenta los hechos, la investigación, la sentencia… Y junto a esto, Velasco de la Fuente esboza un perfil de cada uno de los asesinos. Lo hace con un estilo que mezcla lo didáctico y lo descriptivo. Dibuja mapas con los lugares en los que el criminal mató a sus víctimas, presenta tablas con las armas usadas o los indicios hallados, explora en la biografía de estos seres malvados para entender dónde todo se empezó a torcer. Porque, asegura, casi todos sus protagonistas «tienen en común que el origen de su maldad está en un momento muy concreto de su infancia».
«No existe el asesino nato ni el determinismo natural. Nadie nace roto, son otros los que te rompen. Una persona puede tener predisposición a la agresividad, puede nacer con alguna anomalía neurológica… pero el crimen es multifactorial. E influye el entorno, la socialización, el tipo de educación que te dan tus padres o quien te cría, si te quieren, si te lastiman, si te han dado herramientas para saber cómo solucionar los problemas», asegura.
Por ejemplo, Elliot Rodger, un joven de 22 años que en 2014 mató a seis personas (lo intentó con otras catorce) en California. «Su madre le decía que él tenía derecho a absolutamente a todo. Y él lo interiorizó hasta tal punto que cuando se dio cuenta de que no podía tener relaciones normalizadas con las mujeres (no sabía cómo), se frustró tanto que las odió y decidió acabar con ellas.
El libro cuenta también la historia de Gertrude Baniszewski, una maltratadora física y emocional. O la de Richard Trenton Chase, que se bebía la sangre de sus víctimas en un vasito de yogur. Cuando los investigadores entraron en la casa del criminal, el 23 de enero de 1978, «se quedaron impactados. Jamás habían visto algo así». El cadáver de una mujer, Terry Wallin, estaba completamente destrozado, descuartizado. Ysí, a su lado había un envase de yogur.
«La divulgación no tiene por qué ser morbosa. En ningún momento hablo de detalles escabrosos. Doy la información exclusivamente necesaria para conocer cada caso. No entro a valorar ni describir determinados detalles. La información ha de ser veraz y real, no hace falta entrar en detalles que rozan el morbo y amarillismo».
Lo dice en un momento en el que Internet y las plataformas audiovisuales han popularizado las series, los documentales, el 'true crime'. «Antes veíamos una película donde había unos crímenes, una investigación y todo terminaba cuando detenían al culpable. Ahora conocemos también elementos adicionales que son interesantes para el público: cómo selecciona a esas víctima, por qué a ellas, de dónde viene al asesino, qué le pasó de pequeño… A cada uno nos interesa esto por una razón. A mí, desde el punto de vista académico, por qué estas personas llegan a cometer un crimen. Pero estas noticias nos atraen a todos porque somos seres curiosos, nos puede la curiosidad. No hay nada que nos llame más la atención que un crimen. Es algo que vemos muy alejado de nosotros mismos. Los malos siempre son los demás. Y nos decimos: 'Yo no sería de actuar así'. ¿Verdad?».
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