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Dice Miguel Ángel Soria (pintor, ilustrador y ahora, también, maquetista) que el mobiliario urbano arrastra una doble condena. Por un lado, el vandalismo, que se ceba con bancos y papeleras, que deja a su paso farolas maltratadas y jardineras destrozadas. Por otro lado, el olvido, la invisibilidad.
«Me di cuenta revisando fotos antiguas de la ciudad. Descubrí que hay detalles que pasan inadvertidos», cuenta Soria. La mirada se fija en los edificios y monumentos, en los grandes bloques de viviendas o en la vista general de la calle (si las aceras eran más anchas, si ahora se ha peatonalizado), pero rara vez se entretiene en esos elementos que aparecen en segundo plano y que «otorgan valor» a la vida cotidiana.
Ahora, todo esos objetos que embellecen calles o las hacen más cómodas y acogedoras lucen como se merecen en 'El mobiliario urbano, Valladolid ayer y hoy', una exposición que hasta el 4 de junio puede visitarse en la sala de Las Francesas. Allí se exhiben 140 maquetas, confeccionadas por Miguel Ángel Soria durante los últimos tres años, que reproducen a escala pérgolas y quioscos, bancos y fuentes, templetes de música y farolas eléctricas o de gas.
140 maquetas
forman parte de la exposición, que puede visitarse hasta el 4 de junio en la sala de Las Francesas. De martes a domingo y festivos, de 12.00 a 14:00 y de 18:30 a 21:30 horas. Entrada gratis.
La muestra es un recorrido sentimental por el callejero vallisoletano (hay ejemplos del siglo XIX ya desaparecidos) y permite comprobar cómo han evolucionado estos elementos (a veces prácticos, en ocasiones decorativos) de la vía pública, desde buzones a templetes. La exposición recuerda además edificios ya desaparecidos (como el Teatro Pradera, el antiguo escenario portátil de la plaza de Zorrilla, el tren burra o el anterior mercado del Val) y se fija en medios de transporte (carros, calesas, coches de caballos) o antiguas profesiones callejeras (como aguadores, castañeras, repartidores de gaseosa y vendedores de maní).
Pero el mobiliario es el gran protagonista, con el foco puesto en tres grandes espacios vallisoletanos: la Plaza Mayor, Poniente y el Campo Grande. Del principal pulmón de la ciudad se recuerdan los bancos sofá de cemento armado, con jarrones con asas en los extremos, que hacia 1878 se colocaron en la zona donde se encontraba el Teatro Pradera.
Ese año, el Campo Grande se pobló de asientos en los que sentarse: muchos se fabricaron con piedra de Campaspero y llegaron entonces también otros con respaldo de hierro (diseñados por Antonio Rodríguez Palomo). Un año después, en 1879, cincuenta asientos con respaldo y cien sin él (de madera y pintados de verde) se colocaron en los jardines interiores del parque. Y quince años más tarde, en 1894, se construyeron para la zona cincuenta bancos de barras de madera y soporte de hierro fundido.
Está también el templete de música que, en la Acera de Recoletos, se inauguró el 15 de agosto de 1880, con un concierto de las bandas de Isabel II y Cazadores de la Habana. Sobrevivió durante sesenta años, hasta que fue derribado en 1940. Y junto a esto, un reloj de sol (hoy desaparecido) construido en 1953, la faisanera (1914), la monumental Fuente de la Fama (1883), el quiosco que como biblioteca popular diseñó Emilio Baeza en 1922 o las doce columnas de tres globos y las diez de uno solo que para el Campo Grande fabricó Darío de la Torre en 1929.
También la Plaza Mayor sirve para evocar elementos como un quiosco taquilla (de madera y desmontable) que se instalaba para vender entradas para los toros. O el templete para música (de madera, ladrillo, columnas de hierro y techo de lona) que estuvo en servicio desde 1889 a 1926. O el anterior, diseñado por J. Benedicto en 1863. O las farolas de hierro fundido que se instalaron en 1850 y, posteriormente, en 1906. O las casetas de ferias desmontables que se plantaban a finales del siglo XIX y los urinarios públicos (de madera chapa de hierro y vidrio) que permitían aliviarse en 1901. Y junto a ellos, estancos portátiles, columnas publicitarias o las farolas con asiento.
¿Le gustaría recuperar alguno de estos elementos?, le preguntan a Miguel Ángel Soria, que ha elaborado estas maquetas con cartones, cartulinas, madera, metacrilato y filamentos. Y su respuesta es rápida y sin dudas: las figurillas de Poniente. En 1933, dentro de la reforma llevada a cabo en la plaza, se proyectó la colocación de unas figuras de personajes infantiles. Con la firma de Alejandro Conde, se colocaron en 1933 las alusivas a Pipo y Pipa, Pichi, Pinocho, La Lechera, Bobito y Lolín. De esta plaza se muestran también la biblioteca, los bancos sofás de azulejos vidriados o fuentes públicas.
Quiosco en la bajada de la libertad, a finales del siglo XIX. Fabricado con madera, chapa de hierro y vidrio.
Quiosco de venta de entradas para los toros que, a principios del siglo XX, se montaba en la plaza de Zorrilla y la Plaza Mayor Madera, chapa de Zinc y vidrio.
Quiosco en la plaza de la Universidad, construido en madera, vidrio y zinc, entre los siglos XIX y XX.
Quiosco de pan junto al antiguo mercado del Campillo.
Templete de música en la Plaza Mayor. Estuvo en pie entre 1889 y 1926. Fabricado en madera, ladrillo y columnas de hierro, con techo de lona.
María Antonia Virgili Blanquet cuenta que este templete para la Plaza Mayor, instalado en 1863, estuvo firmado por el arquitecto municipal J. Benedicto. «De estilo árabe tan frecuentes en estos años, utilizando como material esencial la madera, las enjutas de los arcos y los entrepaños de la columnas podrían decorarse con papel imitando cristales de colores. Aunque la idea esencial era que permaneciera todo el año en la Plaza, en las condiciones del proyecto ya se incluye el que »el kiosco se armará y desarmará el día que se designe después de las ferias», recog´ia Virgili Blanquet en su libro 'Desarrollo urbano y arquitectónico de Valladolid'.
Farola de hierro fundido fechada en 1906 en la Plaza Mayor.
Urinario público ubicado, en torno a 1901, en Plaza Mayor y Fuente Dorada.
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