Era un lluvioso viernes, 25 de septiembre de 1998. Valladolid estaba inmersa en plena feria de San Mateo y esa tarde, ante una plaza de toros hasta la bandera, se estrenaba como matador un jovencísimo -estaba a punto de cumplir dieciséis años- Julián López 'El Juli'. Acompañaba en el cartel, el primero de su trayectoria tras haber tomado la alternativa una semana antes en Nimes (Francia), a José Miguel Arroyo 'Joselito' y a Enrique Ponce. La corrida, la sexta de la feria, comenzó con media hora de retraso por la negativa de Joselito a torear dado el mal estado del ruedo.
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Lo que no se imaginaba El Juli es que aquella tarde, la primera tras 'doctorarse', abriría -junto a Ponce- la puerta grande de la plaza de toros del paseo de Zorrilla, tras cortar cada uno dos orejas. Algo que en Valladolid, a lo largo de sus veinticinco años de portentosa carrera, ha materializado hasta en veintiséis ocasiones. Casi nada. Es, de hecho, el coso que más veces le ha visto salir a hombros (después, 25 veces en Nimes y 19 en Barcelona).
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El pasado 8 de septiembre, día de la patrona, el matador madrileño se despidió de Valladolid como mejor sabe: por la puerta grande. Cortó dos orejas a los victorinos en un mano a mano con Emilio de Justo, que tuvo que conformarse con un apéndice. Este domingo, 1 de octubre, ha dicho adiós definitivamente a los ruedos en la Real Maestranza de Sevilla como se merece: con el público en pie y una calurosa ovación.
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Las páginas de El Norte de Castilla alababan, hace veinticinco años, la tarde que se marcó, con solo quince años, El Juli en tierras vallisoletanas. «La tarde fue de El Juli, torero de ciencia infusa. Casi un milagro», plasmaba la pluma de José Luis Lera en el decano de la prensa española el 26 de septiembre de 1998.
Tildó este experto taurino «fiesta capotera» la faena de Julián López, a quien instaba a ver en directo, porque «hacía lo explicable, pero también lo inexplicable». «El Juli en escena. Un imberbe madrileño que hasta dentro de una semana no cumplirá los dieciséis años. Un niño prodigio. Mejor, un niño prodigioso. Valor, quietud, desparpajo, impavidez, maestría. Suma y sigue. Desenfado, variedad, desenvoltura, lucidez, creatividad. Todo esto posee El Juli. Y más. Fantasía, intuición, naturalidad, frescura, habilidad, improvisación, espectáculo», se apresuraba a definir Lera, sabedor de que ante él estaba un adolescente que más pronto que tarde se convertiría en leyenda del toreo.
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«La imaginación capotera de El Juli va a poner a prueba la cultura taurina de los aficionados y en ridículo a los toreros de los dos pases», consideraba.
El Juli «asombró» tanto al respetable, «enloqueciéndole hasta el paroxismo con su toreo picante y valiente, que no tremendista, con esa gracia con que hace las cosas complicadas», como lo calificó Maribel Rodicio en 'Al hilo del redondel', «que no importaba la lluvia, ni la estocada poco ortodoxa con que finiquitó al que cerraba plaza».
Julián López Escobar ha puesto este domingo el broche a «una etapa maravillosa», como él mismo se refirió cuando anunció su retirada, que tuvo su punto de partida en Valladolid.
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