Secciones
Servicios
Destacamos
A. G. Encinas
Valladolid
Lunes, 30 de octubre 2017, 13:03
A las ocho de la mañana de un domingo con cambio de hora, en un otoño descangallado, la ciudad amanece irreal. El único tráfico es el de los vehículos del servicio de Limpieza y las furgonetas y camiones de reparto que a esa hora se ... afanan en poner a punto el traje de un momento histórico. Dos horas y media más tarde, una marea de 45.000 personas -esos son los inscritos, pero a última hora emergen los dorsales ‘0’ que se han apuntado en la misma línea de salida- recorrerán las venas de la urbe en una descomunal marcha contra el cáncer. Tras las fachadas que observan su recorrido, que componen el vecindario desde el que han salido esos 45.000 individuos, se cobijan casi cuatro mil cánceres.
Unos cuatrocientos cánceres de mama.
Cerca de 370 cánceres de próstata. 250 de pulmón. Casi 400 de colon.
Y así hasta más de sesenta tipos, según la memoria de 2014 recogida en el Registro Poblacional del Cáncer, cuyos números no diferirán mucho de los actuales.
Y la ciudad se llena de palabras como ‘lucha’, ‘solidaridad’, ‘apoyo’, ‘juntos’. Pero sobre todo esa marea verde se transforma, a cinco euros el dorsal, a dos euros el pañuelito o a 8 la botella, o con la aportación voluntaria de cada dorsal cero, en la gran palabra: investigación. Quizá de un modo inconsciente, esos 45.000 inscritos se erigen en la herramienta investigadora que permitirá a la doctora María Verónica Dávalos estudiar la eficacia de ciertos tratamientos en algunos pacientes para poder atacar de un modo más preciso a dos tumores muy agresivos, el de pulmón y el melanoma.
Así de concreto.
Porque para luchar contra el cáncer son muy importantes el apoyo, la solidaridad, pero aquí no hay milagros ni curanderías para supersticiosos. Nada de promesas de farsantes de las pseudoterapias. Aquí lo que funciona es la investigación. Y el apoyo a los investigadores, en este caso, viene directamente de la sociedad. Sin intermediarios.
«La investigación es el futuro. Es la forma de que podamos ir comiendo tereno, ganando la batalla al cáncer», reclamaba Javier Arroyo, presidente de la Junta Provincial de la AECC. A su lado, impactada, María Verónica Dávalos asentía. «Ha habido recortes, mucha de la financiación que teníamos hace años ahora ya no la tenemos e iniciativas solidarias como esta son realmente importantes para nosotros», decía.
Dinero. Los cinco euros por persona, perro, conejo o peluche gigantesco, que de todo eso se vio ayer con dorsal en la Acera de Recoletos. Y luego sí, claro, lo otro. Los intangibles. «Una actividad como esta te llena de energía, de satisfacción, de orgullo... Quiero dar cuarenta y cinco mil millones de gracias a Valladolid y a toda la provincia por estar hoy aquí apoyando la investigación contra el cáncer», añadía Dávalos mientras intentaba asimilar la cifra. Como todos. Porque 45.000 inscritos supone que cerca de un 10% de la población de la provincia ha pagado su dorsal. «Es una barbaridad», admitía Javier Arroyo. «Nunca jamás se ha dado un evento que haya concentrado en la calle a tanta gente, en ningún acontecimiento de índole deportiva, cultural... Es una expresión del compromiso social de una ciudad que atesora unos valores de solidaridad y generosidad como pocas».
Ahora que algunos se arrogan la capacidad de interpretar lo que «el pueblo quiere», lo de ayer en Valladolid admite pocos matices. El pueblo quiere luchar contra el cáncer. Y quiere, por tanto, investigación. Vuelta a lo de antes: dinero. Porque las becas de la Asociación Española Contra el Cáncer deberían ser un complemento y no un sustitutivo. La respuesta de Javier Arroyo ayer, cuando quedó claro que se superarán los 225.000 euros de recaudación, fue la que debería ser por parte de las instituciones: ¿Hay más dinero? Pues habrá más becas. «Las tiendas tienen cola, hay mucho dorsal cero que no se incluye en los 45.000 inscritos, por lo que la beca de la doctora María Verónica Dávalos ya está cubierta. Pero además patrocinamos más becas, hace poco hemos entregado una para una tesis doctoral de investigadores de Valladolid, dotada con 80.000 euros. Y seguimos igual. Cada vez que seamos capaces de sumar una aportación, pequeña o grande, va a ir destinada a investigación».
Dos horas después de la salida riadas de ciudadanos, de vecinos, de amigos, llegaban al fin del recorrido de cinco kilómetros. En sus mochilas viajaban un hermano que lo superó, una suegra que ya tiene el alta, una amiga que se redescubre, maldito cabrón, ese bulto ya conocido de un mal trago anterior, un compañero de trabajo que acaba de empezar con la quimio, un amigo con un mal diagnóstico.
Pero en esos dorsales a cinco euros el número viajaba también su propio futuro, el de todos, ahora que la pregunta empieza a dejar de ser ‘¿tendré cáncer?’ para convertirse en ‘¿qué tipo de cáncer tendré?’, gracias en buena parte a que la esperanza de vida de la población crece a cada golpe de ciencia. De ahí la solidaridad. De ahí ese verdor abrumador que invadió las calles para que se siga encontrando el remedio a cada obstáculo cancerígeno.
Seis ml cien participantes se inscribieron en la primera marcha contra el cáncer. «Seis mil andarines superan la mejor de las previsiones», contaba entonces El Norte. En 2013 se alcanzaron los 12.000 inscritos, mientras que en 2014 se rebasaron los 16.000. «La marcha para recaudar fondos contra el cáncer bate récord con 16.000 asistentes», decía El Norte. El salto descomunal fue en 2015: 28.000 inscritos. Para llegar a 35.000 en 2016 (33.700 con dorsal y el resto con número cero) y 45.000 ayer.
«Hoy lo más importante es destacar la participación ciudadana, el ejemplo de la ciudadanía», se congratulaba el alcalde, Óscar Puente, antes de la salida. Lo achacaba al carácter solidario pero también a que «es una iniciativa que cala porque la gente sabe dónde va su dinero, a un proyecto de investigación que tiene ojos y cara».
«Es una gran satisfacción, un orgullo, supone muchas emociones y una enorme responsabilidad por lo que conlleva liderar los anhelos de tanta gente que lucha contra el cáncer», resumía Javier Arroyo.
Horas después, las terrazas y bares empiezan a despoblarse. Filipinos recupera algo de tráfico, aunque con esa galbana dominical que lo atenúa y los servicios de Limpieza y las furgonetas de la organización vuelven a recobrar el protagonismo para dejar todo en orden. Este día de amanecer extrañamente soleado, de este otoño fané y seco en el que flamean desasosegantes las banderas, Valladolid se ha vestido de verde y ha pasado a la historia. A esa historia a la que quiere enviar, investigación por medio, al dichoso cáncer.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.