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«Los desconocidos, un grupo de elementos uniformados, llegaron a la residencia de los jesuitas –en la Universidad Centroamericana (UCA) de San Salvador (El Salvador)– a las 2:30 de la madrugada y los ametrallaron en sus camas. Luego arrojaron una bomba incendiaria», recogía ... la crónica de este periódico al día siguiente del fatídico 16 de noviembre de 1989, cuando un grupo de militares salvadoreños, integrantes del denominado batallón Atlácatl, silenciaron a tiros las voces de seis jesuitas, entre los que se encontraban los vallisoletanos Santiago Montes e Ignacio Martín Baró; así como de la cocinera de la residencia y de su hija.
Un centenar de vallisoletanos, encabezados por el alcalde accidental, Manuel Saravia, han cumplido este sábado con la tradición de depositar flores en el monolito que recuerda a los sacerdotes que «murieron por sus ideales, justicia, paz y libertad, en San Salvador» en la calle Francisco Javier Martín Abril (junto a La Salle), para volver a reclamar justicia contra los autores de una masacre que ha quedado prácticamente impune con solo dos militares (presuntamente) implicados, el coronel Inocente Orlando Montano y el teniente Yusshy Mendoza, aún pendientes de ser juzgados aquí en España por la Audiencia Nacional al tratarse de un crimen de lesa humanidad en el que murieron cinco españoles.
«Esto es una injusticia», fueron las últimas palabras que, según los testigos, pronunció Segundo Montes, al que apodaban el 'Pizarro' por su apariencia de conquistador venido a menos, antes de morir a tiros en una matanza que no tuvo más sentido que el de acallar sus «incómodas voces» a la hora de denunciar precisamente las injusticias que cometía el gobierno salvadoreño, según recordó ayer Fermín Santorum, representante del Comité Óscar Romero (Servicio Cristiano de Solidaridad con los Pueblos de América Latina), durante la tradicional ofrenda floral en el monolito, donde los niños del colegio Martín Baró leyeron poemas y cantaron canciones en recuerdo de las ocho víctimas de la matanza de 1989. Los organizadores también recordaron a Alicia Martín Baró, hermana de Ignacio, que murió en diciembre del año pasado y que fue uno de los rostros visibles de las familias a la hora de mantener viva la reclamación de justicia por el asesinato.
«Estaría bien que en algún momento, cuando sea, se hiciera una justicia real por la muerte de mi tío (Segundo Montes) y del resto de jesuitas y personas que fueron asesinadas hace treinta años, aunque a estamos alturas tenemos ya poca confianza en que todos los autores puedan ser condenados», lamentaba ayer Ramón Ortega Montes, sobrino de Segundo y presidente de la Fundación Segundo y Santiago Montes, antes de reconocer que después de tanto tiempo «cada vez somos menos los familiares vivos de los dos jesuitas vallisoletanos que esperamos que se haga justicia de una vez por todas».
Pero Ramón reconoce que cada vez tienen menos fe en una resolución judicial que esclarezca y condene a los autores de la matanza del 16 de noviembre de 1989 en San Salvador, sobre todo, «después de vivir aquella farsa de juicio celebrada poco después en El Salvador para absolver a los implicados, dejarles libres o amnistiarles a todos poco después». El sobrino de Segundo Montes lamenta el bloqueo judicial que se vive en el país centroamericano, que se niega a extraditar a los sospechosos identificados, «con un proceso abierto el año pasado contra los autores intelectuales en el que no ha habido avances».
«La realidad», incide Ramón Ortega, «es que treinta años de que asesinaran a ocho personas no se ha hecho absolutamente nada y no se ha condenado a nadie a pesar de que se saber quienes fueron y de que la mayoría están vivos».
Aquel 16 de noviembre de hace treinta años murieron en la UCA de San Salvador los jesuitas españoles Ignacio Ellacuría (rector de la Universidad), Segundo Montes, Ignacio Martín Baró, Juan Ramón Moreno y Amando López; además del sacerdote salvadoreño Joaquín López, la cocinera Elba Ramos y su hija Celina (menor de edad). El grueso de los supuestos autores ideológicos y materiales de la matanza, más de una docena de militares, incluidos generales y coroneles, fueron juzgados y amnistiados posteriormente entre 1991 y 1993 en un proceso judicial que los jesuitas y los familiares de las víctimas tildan de «farsa».
El fiscal pide ahora la friolera de 150 años de cárcel para el coronel Inocente Orlando Montano, que fue extraditado desde Estados Unidos en 2017 y que hoy es un septuagenario postrado en una silla de ruedas, y 5 años de prisión para el teniente Yusshy Mendoza, que formó parte del batallón Atlácatl, ejecutor de los asesinatos, al que aplica distintas eximentes (miedo insuperable, colaboración con la Justicia...) para reducirle la pena. El coronel, que en aquel lejano 1989 era viceministro de Seguridad de El Salvador, permanece encarcelado a la espera del juicio en la Audiencia Nacional, que asumió la causa hace ocho años sobre la base del principio de justicia universal. El Salvador, que declinó extraditar al resto de sospechosos, investiga ahora en paralelo a los autores intelectuales de la matanza en un proceso sin avances que abrió un tribunal local en 2018.
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