Rubén V. Justo
Valladolid
Sábado, 19 de enero 2019, 21:14
Ir a la peluquería, recibir un masaje cuando los músculos están agarrotados o simplemente tener un poco de compañía tiene coste cero. Los asociados del Banco del Tiempo pagan servicios con horas en vez de euros. Durante el último año, 644 personas efectuaron 1.330 intercambios; una cifra insólita hasta el momento.
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La iniciativa surgió en 2004. La entonces concejala de Acción Social, Rosa Hernández (PP), anunció la creación de una iniciativa de corte social que desde esa fecha registró nuevas altas hasta alcanzar los 644 socios del último apunte. Aunque con idas y venidas en el número de personas que se sumaban a la iniciativa y después cancelaban su suscripción.
El funcionamiento es sencillo. Los interesados se ponen en contacto con la persona encargada de la gestión, en este caso con Amaya Sánchez, para detallar los servicios que necesitan recibir y los que pueden prestar. Esta hace pública la demanda a través de una lista de difusión de Whatsapp compuesta por todos los asociados.
Los dispuestos a realizar ese servicio se lo comunican a la gestora a través de un mensaje privado en la red de mensajería instantanea. Después, Sánchez pone a las dos partes en contacto y, a partir de ese momento, solicitante y demandante acuerdan un lugar para proceder al intercambio.
En este particular banco no existen ni los Tipos de Interés Nominal (TIN), ni las cláusulas de contrato, ni la traicionera, y a veces perniciosa, letra pequeña. En su depósito simplemente se acumulan horas. Horas que pueden canjearse por ese corte de pelo tan necesario, por arreglar los bajos raídos de ese pantalón o por recibir un curso de fotografía gratuito.
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Eso sí, el Banco del Tiempo insiste en una cuestión. «Los intercambios no deberán ser configurados o asimilados a relaciones de trabajo autónomo y subordinado, o susceptibles de contratación laboral». En otras palabras: que el único valor de transacción son las horas. Nunca el dinero. También significa que las tareas no las realizan profesionales. Y eso puede suponer que los resultados no alcancen su mismo rendimiento. Aunque, según apunta Sánchez, «la gente suele tomárselo en serio y prestar servicios en cuestiones sobre las que poseen conocimiento».
Los trueques no tienen por qué ser únicamente individuales. También pueden ser colectivos, como los cursos de cocina mensuales. Un socio explica su receta a varias personas a la vez y ellas le pagan con un talón de horas. También pueden ser cambios grupales. Por ejemplo: una charla en otro idioma. En ese caso las cuentas de los interesados no se ven modificadas puesto que cada uno aporta y recibe valor recíprocamente.
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El ahorro es un factor que motiva, pero también influye el potencial social de crear comunidad y prestar servicios a personas que realmente lo necesitan. Porque según los registros, 159 personas están desempleadas, 82 jubiladas, 23 son amos o amas de casa y 29 estudiantes. Colectivos en riesgo de vulnerabilidad y a los que, en ocasiones, un ahorro ayuda. Y mucho.
■ LOS TESTIMONIOS
• Carmen Alonso. Maestra: «Me choca y me alienta»
Carmen lleva 12 años participando activamente en el Banco del Tiempo. Se formó como psicóloga y como maestra durante su juventud y hoy trabaja en el centro Isabel Católica.
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Precisamente la docencia es uno de los servicios que ofrece. En más de una ocasión dio clases particulares a estudiantes. A veces acompaña a personas mayores que lo único que buscan es una charla en una cafetería. Otra de sus grandes pasiones son las plantas y en más de una ocasión realizó guías urbanas para enseñar los nombres de plantas y árboles. Por contrapartida, suele demandar servicios de masaje. «Me choca pero a la vez me alienta participar en proyectos con valor de cooperación», dice.
• José Carlos Escalera. Educador social: «Se realiza una cadena de favores con valor»
Este educador social coopera de forma solidaria en el Hospital Benito Beni, donde cuida a personas mayores. Es uno de los factores por los que deja ver un claro interés por proyectos sociales. La iniciativa del Banco del Tiempo le llegó vía boca-oreja. «Conocía en Canadá una idea parecida y un grupo de amigos me aninó a apuntarme», recuerda.
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El vallisoletano ofrece servicios relacionados con la tecnología. Enseña cómo usar las redes sociales e Internet y en más de una ocasión ha tenido que configurar la televisión de algún socio. Por contrapartida, pide servicios varios. «Un poco lo que surja», explica.
Según indica José Carlos Escalera, «aunque no devuelvas el valor específicamente a una persona, se realiza una cadena de favores que añade un valor positivo a la comunidad».
• Luisa Marciel. Jubilada: «Se ahorra dinero, pero lo mejor es que haces amigos»
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Luisa es una de las 82 personas inscritas en el Banco del Tiempo que ya se han jubilado. Se considera muy activa. No le gusta estar quieta, por eso no tiene casi tiempo y hace deporte.
Según explica, fue una de las primeras socias. Una amiga le recomendó inscribirse en la iniciativa. Desde entonces no ha fallado. Los servicios que suele demandar están asociados a aprender habilidades relacionadas con móviles y ordenadores. «Me gustan mucho las tecnologías», explica mientras sonríe. Por contrapartida, la vallisoletana realiza labores de cuidado de mayores y costura. Y, en alguna ocasión, devuelve los conocimientos sobre informática que ha ido cosechando. Opina que es «una buena forma de ahorrar dinero mientras creas relaciones de amistad con otras personas con las que intercambias tus conocimientos y horas».
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