Leticia es una mujer de 57 años, sana, fuerte y llena de vida, con una extensa agenda social y unas ganas infinitas de viajar. Lo era hasta que el coronavirus se topó en su vida. «El sábado 12 de septiembre noté que tenía algo de tos y fiebre. Pensé que sería un catarro. Tomé paracetamol y me quedé en casa, ya el domingo fui al Hospital Campo Grande, me miraron los pulmones y no estaban mal. Me hicieron la prueba y me dieron tratamiento de paracetamol y nolotil. Me fui tranquila pensando que era un catarro común. Al día siguiente el resultado fue positivo y el seguimiento telefónico fue diario. La fiebre no bajaba y además perdí el gusto y el olfato. Ya el viernes fui a urgencias del Hospital Río Hortega. Sé que si no llego a ir en ese momento me muero sola en casa», explica tajante.
Ahí comienza su auténtica batalla. «Esto es una guerra que hay que luchar», repite recordando su experiencia con el coronavirus. Tan solo cinco días. Ese fue el tiempo que tardó el cuerpo de Leticia –una de esas personas que rara vez se encuentran mal– en presentar un pronóstico muy grave. Sus pulmones estaban a punto de decir basta. «Cuando llegué apenas podía caminar para seguir a la enfermera y cuando el médico habló conmigo me dijo que presentaba una neumonía bilateral que se estaba complicando muy rápidamente. No conseguían que mantuviera una saturación de oxígeno aceptable y me dijeron que me tendrían que inducir un coma profundo, intubarme e ingresarme en UCI cuanto antes. En ese momento lo único que le dije al médico es que si me dejaba despedirme de mi familia. Lo había asumido con tranquilidad».
Tan duro como real. «Llamé a mi familia, a algunos compañeros del trabajo y sentía que si este era el final no podía hacer nada por remediarlo. Sabía que estaba muy grave», relata con entereza. Sabe que es difícil de comprender cómo se puede mantener la calma en un momento tan crítico como el que le acababan de anunciar, pero para ella esa noticia no fue la peor parte de su larga lucha.
«No podía coger ni un vaso»
«Estaba en sus manos y evidentemente no recuerdo nada de aquellos once días, boca abajo e intubada. Agradezco el contacto que mantuvieron con mi familia, porque la desesperación y la impotencia que sienten es muy grande. Se paraliza su vida cuando tú estás ingresada. Todo se reduce a esperar la llamada, pero lo peor vino al despertar», asegura la directora del García Lorca. Para ella la peor parte vino cuando, una vez despierta, continuó intubada tres días. Sin poder hablar, sin poder moverse (no tenía fuerzas tras el coma), su cuerpo no respondía para lo más mínimo.
«Te ves sin valerte por ti misma, no coordinas los brazos ni las piernas y te ves con un pañal en la cama». Leticia relata su historia con calma, pero sin tapujos. «Me libré por poco de la traqueotomía y durante esos días tras el coma me pusieron un calendario en frente de la cama para orientarme del día que era, qué hora, me hablaban de dónde estaba, de cómo... aunque yo no pudiera responder. Fue horrible. Esa soledad es lo peor».
Con 57 años y más de 22 sin cogerse la baja por enfermedad, Leticia se veía sola en la planta de un hospital sin poder coger ni un vaso de agua para beber, sin poder usar el móvil para comunicarse. «Ahí caí en el pozo más profundo del desánimo y la desesperación, no hacía más que llorar. La doctora fue muy sensible, muy cariñosa. Los médicos y enfermeras se portan tan bien con nosotros que hay personas que no olvidaré nunca. Sacan fuerzas para darte el ánimo que necesitas. En mi caso pasaron otros siete días y me dijeron que tenían que mandarme al Benito Menni porque no me valía por mí misma. Necesitaban camas libres y eso que estamos hablando de octubre, cuando no había tantos casos como ahora». La videollamada que hizo a su familia desde el móvil de la médica que le atendió hace que se entrecorte su voz. «Pasar por un proceso de estos te cambia la vida. Soy una superviviente afortunada, aunque me queden secuelas». Se refiere al trombo que aún tiene en uno de sus pulmones y que espera que desaparezca pronto con el tratamiento que sigue a rajatabla.
En el Benito Menni pasó otra semana de recuperación y aislamiento, «lo que me salvó de volverme loca fue el teléfono. Con el paso de los días conseguí ponerme de pie, luego caminar algo agarrándome a la cama o las paredes e incluso ducharme sola. Cuando pasó un mes desde que fui a urgencias me dieron el alta y jamás olvidaré el subidón que supone salir e ir a tu casa, aunque apenas pudiera andar», puntualiza. Con una larga recuperación por delante, con controles constantes, rehabilitación y sesiones de fisioterapia en su calendario, Leticia Castro se ha rodeado de los suyos para superar esta brutal enfermedad que no deja de sumar incógnitas.
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