![Jesús Herguedas, Javier Peñas y Juan Bautista Valiente, en sus comunidades.](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/03/22/newspaint-1679479856433-kAzC-U190966399140UqG-758x531@El%20Norte.jpg)
![Jesús Herguedas, Javier Peñas y Juan Bautista Valiente, en sus comunidades.](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/03/22/newspaint-1679479856433-kAzC-U190966399140UqG-758x531@El%20Norte.jpg)
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Resiste esta especie en extinción en la zona noble de Valladolid, en esas fincas, algunas de corte señorial, situadas en las calles y plazas con más caché de la ciudad. Son el vestigio de aquellos tiempos sin cámaras de seguridad ni 'telefonillos' automáticos. Ellos y ... ellas eran, entonces, ley y orden en sus respectivos territorios. Su hábitat se extiende entre sus estrechas garitas-pecera, desde donde saludan corteses a los vecinos y ponen freno a los extraños, si fuera necesario, hasta los áticos del edificio, donde la comunidad les reservó hace ya décadas el piso más humilde de inmueble para tenerlos siempre cerca. Porque ser portero es (era) un oficio de dedicación, una especie de sacerdocio que compromete y obliga.
Lo confirma Juan Bautista Valiente, 67 años y 34 como conserje-residente en el número 2 de Poniente. «Al final terminas siendo como parte de la familia», resume mientras resuelve paciente la consulta de una señora muy mayor que creía tener cita en el médico, al tiempo que brega con amable firmeza con tres técnicos de fibra óptica que van a poner a punto la red y envía a un repartidor al local contiguo de una inmobiliaria para que entregue un paquete. Todo, con una sonrisa. Él comenzó en esto «de rebote». «Estaba contratado de camarero en el Gran Vía (ahora Enboga) y un vecino me propuso el trabajo, estuve tres meses a prueba y aquí me voy a jubilar», relata este profesional, que ofrece las claves de su oficio: «educación, amabilidad y mano izquierda», algo fundamental ante lo variopinto de una vida en común donde «cada uno somos de su padre y de su madre».
Juan, que compaginó durante años este trabajo con su labor picando entradas y abonos en el estadio del Real Valladolid los fines de semana, reúne en la cafetería Panoramix, en la cercana Jorge Guillén, a otros dos compañeros de plaza para hablar de un oficio que expira, arrumbado por esas empresas de servicios que hacen de todo 'más barato' según promocionan, aunque, eso sí, sin el alma de un cancerbero de los de toda la vida, según destacan con orgullo. Y es que el trato humano, tener ciertas dotes de psicólogo, son cualidades que los tres han afinado con su quehacer diario. Son, aseguran, lo más importante, sin olvidar, lógicamente, la limpieza y la vigilancia del inmueble, las bases de este desempeño que lleva aparejados muchos 'extra' de corte humano fuera de contrato.
Lo destaca Jesús Herguedas. Desembarcó en la profesión en diciembre de 2019 desde la hostelería y ha encontrado en escaleras, descansillos y sala de calderas un espacio de trabajo que le gusta y defiende. A su cargo están los portales de 5 y 6 de Poniente -nada menos que 120 viviendas, una academia y el Consulado de Francia- donde ha sabido ganarse el cariño de muchos residentes y visitantes asiduos. «Siempre está pendiente de nosotros, si no nos ve un día nos llama o sube a casa a preguntar; es una persona estupenda», subraya la veterana Pepi Parrado, quien también cree que cuando los más mayores ya no estén esta función tenderá a desaparecer.
Jesús llegó a la portería por necesidades familiares. Herguedas es natural de Cogeces del Monte, donde regenta el bar San Remo, pero en su pueblo no había recursos para que uno de sus hijos, con una discapacidad severa, pudiera avanzar en su tratamiento. «Los dos porteros anteriores también eran de allí, me lo comentaron, vi una oportunidad y pasé la prueba; la verdad es que tiene que ver mucho con lo mío porque la limpieza, el don de gentes y estar pendiente de los clientes, en este caso de los vecinos, es algo similar», explica mientras muestra una caja con gominolas, que suele repartir entre los más pequeños de la casa.
Tercia en la conversación -«yo no quiero fotos», advierte- otro experto del oficio: Miguel Díez Pinedo, 36 años en la garita del número 3 de Poniente. Junto a sus compañeros relatan algunas de esas labores fuera de convenio que solo un portero con vocación está dispuesto a asumir. «Yo he llegado a arreglar el horno a unos vecinos justo antes de la cena de Nochebuena», apunta. Juan recuerda cuando subió en brazos hasta el séptimo piso a una vecina que necesitaba tomar urgentemente una medicación porque el ascensor estaba estropeado. «Un portero da valor al inmuble, lo revaloriza», sostiene Jesús. El sueldo: 1.109 euros de salario base según convenio más los complementos por bajar la basura, teléfono abierto 24 horas, antigüedad... En total, unos 1.500, casa incluida en algunos casos.
Pasada la plaza de Santa Ana, en la comunidad de Las Francesas, Javier Peñas, vestido de traje y corbata «como se merece una comunidad de esta categoría», según acota simpático, es toda una institución en esta mole que agrupa 112 pisos, decenas de oficinas, un centro comercial y 520 plazas de garaje. Venía de trabajar en el mantenimiento de los viveros de la Junta. Nada que ver. Ya lleva 16 años en este inmueble y aquí espera concluir su carrera «si antes no llega una Primitiva buena». «Un portero tiene que ser muy atento y exquisito con las personas, agradable y estar muy pendiente de todo», subraya.
Su vocación está fuera de toda duda. Hasta el punto que tuvo que pelear con la Seguridad Social para que le suspendiera una jubilación después de tres operaciones por un tumor de colon. «Si hubiera tenido otro trabajo, me lo hubiera pensado, pero este me encanta», dice convencido. Se conoce al dedillo los nombres de casi todos los que se mueven en su terreno, aunque confiesa que tiene una «chuleta» por si la memoria fallara en algún momento. «Oír, ver, callar y ayudar» son, a su juicio, las claves de una profesión que «desgraciadamente» va a la baja. «Tengo un hijo escritor y podría hacer cinco volúmenes con las historias que he vivido aquí, pero en este trabajo la discreción es fundamental», recalca. «En Las Francesas he visto crecer a muchos críos que ahora tienen sus carreras y sus trabajos y para mí es un orgullo, porque esta es mi segunda casa». Aún recuerda emocionado el recibimiento de sus jefes-vecinos cuando se reincorporó tras su larga convalecencia.
Ninguno de los cuatro empleados de finca urbana, nombre técnico de su puesto, se identifica con la imagen que ofrece la serie 'Aquí no hay quien viva', en la que el portero es el cotilla de la escalera en una confraternización con los residentes que excede de su labor profesional. «Somos un referente para los vecinos porque cuentan con nosotros, especialmente la gente más mayor, pero los porteros somos discretos y sabemos estar en nuestro sitio», coinciden los tres conserjes de Poniente. Puede que sean los últimos o también es probable que sus comunidades valoren ese plus de dedicación para mantener un servicio que es parte del alma del edificio.
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