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El último salto 'al cielo' de un gran paracaidistaEl pasado jueves 18 de enero, fallecía a los 87 años de edad, Cesáreo Chamorro López, un hombre de vida apasionante que amaba el cielo por encima de todas las cosas. Este teniente del ejército del aire y paracaidista sumó 850 saltos a lo largo ... de su vida y fue el gran precursor del paracaidismo en Valladolid.
Nació el 20 de mayo de 1936 en Cabañeros, en la provincia de León. Era el mayor de 7 hermanos de una familia humilde. Cuando contaba con tan sólo 6 años, sus padres Honorino y Rosalía se trasladaron a Valladolid en busca de un mejor porvenir. Su padre trabajó como taxista y más tarde tuvo la primera concesión de la gasolinera de la plaza del Poniente. A la edad de 14 años perdió a su madre cuando daba a luz al último de sus hermanos, por lo que pronto tuvo que aprender a buscarse la vida. Primero colocando postes de alta tensión y más tarde como obrero en la fábrica de La Pitusa. Encontró su vocación y su mejor salida laboral en el Ejército, donde destacó por su disciplina y habilidades militares.
Fue destinado a la Base Aérea de Alcantarilla (Murcia), donde permaneció durante 12 años como instructor de paracaidismo. Allí pasó a formar parte de la Primera Patrulla Acrobática del Ejército del Aire. Durante sus escapadas a Valladolid, conoció a Asunción Rodríguez, hija de carboneros y meloneros. Acudía siempre que podía a comprar al puesto donde ella vendía melones y de paso a rondarla. Se casó con ella en 1960. Deseoso de volver a su tierra, Cesáreo consiguió el traslado a la Base Aérea de Villanubla como instructor de Educación Física, trabajo que compaginaba por las tardes, con el de profesor de Educación Física en los colegios de Maristas La Inmaculada, Los Dominicos y Lourdes.
Fundó y presidió el Paraclub Vallisoletano, (club de paracaidismo). Él era un hombre comprometido y entusiasta que luchó incansablemente por la promoción del deporte que más amaba, el paracaidismo deportivo. Una disciplina que exige pericia, técnica, valor y deportividad, cualidades que a él le sobraban. En abril de 1969 fue entrevistado por El Norte de Castilla. En aquella crónica buscaba voluntarios para su club de paracaidismo. Entonces, él ya contaba en su haber, con 722 saltos, y de ellos, seiscientos de apertura retardada. Participó en campeonatos en Bélgica y Reus, donde se fracturó el coxis, lo que no le impidió participar al año siguiente en Albacete y conquistar dos medallas de bronce. Más tarde, en octubre de 1971 fue quinto de España en el campeonato celebrado en Sevilla. Su sueño al fundar el Paraclub vallisoletano era que los socios pudieran disfrutar del paracaidismo como una actividad recreativa y accesible, «como quien va de excursión a Navacerrada». Su sueño se hizo realidad en enero de 1970. Los primeros saltos fueron en la primavera de ese año, desde la base de Villanubla.
A lo largo de su vida hizo 850 saltos. Presumía de haber saltado «muchas veces» desde 4.500 metros y de hacerlo con gafas. «Cualquiera puede saltar. Basta con querer», comentaba en una entrevista en el decano de la prensa. También confesaba que «se siente miedo al principio, pero a los cuatro o cinco saltos se da uno cuenta de que no se juega la vida, ni mucho menos. Es un placer verdaderamente grande contemplar esa panorámica desconocida. Se tarda unos tres minutos en llegar al suelo desde los 400 metros. Hay tiempo de sobra para admirar». Defendía que era un deporte seguro, sin embargo, él estuvo a punto de perder la vida hasta en tres ocasiones. «La vez que peor lo pasó, fue cuando tras tirarse del avión, el paracaídas, que era de apertura manual, no se abrió. El que llevaba en el pecho de emergencia tampoco funcionó y cuando estaba a poca distancia del suelo, se le ocurrió tirar de la tela. Eso le salvó. Cayó detrás de unos barracones y todos pensaron que se había matado», relata su hija Rosa Chamorro.
Salto con una cerveza de la mano
Muy aficionado a la fotografía, le gustaba tomar instantáneas mientras caía desde el cielo. Para ello, instaló un tomavistas de ocho milímetros en su casco. Para disparar usaba una perilla con un cable que se pasaba bajo el mono y le salía por una manga. Gracias a este artefacto, Chamorro fue el primero en España en tomar instantáneas de los lanzamientos de los paracaidistas del Ejército. «En alguna ocasión se hizo también una foto saltando con un botellín de la mano, para un concurso de una gran marca de cervezas», añade.
En 1981 pasó a trabajar a las oficinas del Cuerpo de Mutilados, en la que se jubiló años más tarde. Cesáreo, con sus cuatro hijos, once nietos y tres biznietos, disfrutaba contando anécdotas de sus mejores saltos. «Como buen militar, era una persona muy disciplinada y recta. Tenía un fuerte carácter y a la vez era un hombre de profunda fe. No tenía dobleces y sabía pedir perdón», destaca su hija.
A lo largo de su vida el teniente Chamorro saltó 850 veces desde el cielo. Este jueves dio su último gran salto. Esta vez lo hizo al revés. «Saltó de la tierra al cielo, donde esperaba encontrarse con todos sus compañeros paracaidistas», concluye su familia.
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