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Si esta fuera una crónica de lo que pudo haber sido y no fue, entonces a continuación se podría leer que la campiña del Carmen de Extramuros estuvo llena de grupos de amigos y familias, que hubo jotas y dulzainas, que salió la Virgen en ... procesión y le gritaron piropos sin mascarilla, que se repartieron besos, que se abrieron puestos con obleas, con churros, hamburguesas, que se encendieron parrillas con panceta, se empinaron botas de vino, se llenaron los merenderos y desplegaron tantas sillas de playa que muchos se trajeron de casa para pasar el Lunes de Pentecostés. Si esto fuera un reportaje de lo que pudo haber sido y no fue, el eco del bullicio de cientos de personas se escucharía sin problema.
De momento, se oyen solo las campanas, que bailan en una de las torres del santuario. Son las 10:50 horas y José Pedro González, depositario de la cofradía (600 integrantes), invita a los fieles a lavarse las manos con gel hidroalchólico antes de entrar a la iglesia. Otros años, a estas alturas del día, sería difícil abrirse hueco entre la multitud, encontrar un sitio donde sentarse dentro del templo. Esta vez, la distancia de seguridad obliga a colocarse en las esquinitas del banco. Cien personas dentro. Apenas una docena sigue la misa desde el exterior, a través de los altavoces en los que se escucha la voz del cardenal Ricardo Blázquez, quien oficia la ceremonia principal, una de las cinco misas de la jornada (cuando lo habitual serían diez).
«Todos lamentamos que la fiesta de hoy en el Carmen de Extramuros no pueda desarrollarse en las formas habituales», dice Blázquez desde el altar, para subrayar que el santuario se encuentra «junto al cementerio, un lugar especialmente duro desde la declaración de la pandemia, pues muchos de los que en nuestra ciudad han fallecido han tenido que ser sepultados sin el consuelo y compañía de todos sus seres queridos».
«Es muy triste ver la campiña así», dice Mari Paz Redondo, cofrade desde hace treinta años. Se ha acercado andando desde Santovenia para cumplir con la tradición familiar. Le acompaña su cuñada, Belén Muñoz, y comparte charla con Alberto Hernández, mayordomo de la Virgen del Carmen. «Otros años le estaríamos preparando las andas para sacarla en procesión. Y esta vez, nos tenemos que conformar con la ofrenda floral», explica. Flores le ha llevado a la Virgen Ana Gutiérrez Olmedo, vecina del entorno de la Universidad. «Vengo en representación de toda mi familia, de mis padres (que se casaron aquí), de mis tíos. Todos los años nos acercábamos el Lunes de Pentecostés y esta vez, aunque sea de forma simbólica, no queríamos faltar», cuenta Ana. «Es un panorama desolador. Yo he venido siempre, desde pequeña, hice aquí la comunión, recuerdo tantos buenos momentos de la infancia. Y verlo así... Ojalá sea solo un paréntesis», desea Petri Izquierdo, quien se ha acercado, fiel a su cita anual, desde San Pedro Regalado.
«Aunque no hemos podido celebrar la romería, aunque no hay jotas ni procesión, sí que se mantiene la devoción», indica González, cuarta generación de una cofradía que ayudó a fundar su bisabuelo Pedro, hortelano de la avenida de Santander. «Después de la desamortización, varios agricultores de la zona, seguramente con el apoyo del algún carmelita, se comprometieron a honrar a la Virgen», indica González, convencido de que «en todos estos años, nunca hubo tan poca gente».
Eso sí, los hay que no han querido perdonar la tradición. Aunque sea, adaptándose a la nueva realidad. En una de las mesas del merendero, entre malas hierbas sin arrancar, hay un pan empezado, chorizo y salchichón cortado, botellines de cerveza abiertos y un brindis en honor a la Virgen. «Todos los años ofrecemos comida gratis a todo el que se quiere acercar. Ponemos panceta y sardinas en la parrilla y hasta que se acaba el día», dice Fortunato Rodrigo, antiguo monaguillo, casado aquí, con recuerdos de una infancia de juegos y tortilla en la campiña del Carmen de Extramuros. «No he querido faltar este año. Quería estar con los amigos de la peña». Entre ellos, José Luis García Cortés, Carlos Puerta, Andrés Vázquez. «A cualquiera que se lo cuentes, no se lo cree. Esto siempe ha estado de bote en bote. Hace años, los que venían de los pueblos tenían que dejar los carros en las cunetas, porque no había más sitio. Y ahora...», rememora, antes de proponer un brindis para volver el próximo año a la celebración habitual.
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