El triste adiós de los que no pudieron despedirse
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Los cementerios de Valladolid viven el Día de los Muertos más desolado de su historia reciente por la reducción de aforos y el miedo al covidtodos los santos ·
Los cementerios de Valladolid viven el Día de los Muertos más desolado de su historia reciente por la reducción de aforos y el miedo al covidEl más triste rastro de la devastación personal y emocional de la covid había que buscarlo ayer en el cementerio de Las Contiendas. En la zona nueva del cementerio, entre las muy sobrias y modernas tumbas a ras de suelo. Cristina Corro y ... su pequeño esperan delante de una de esas sepulturas, donde luce un enorme centro de flores. Tienen que llegar sus padres y entonces rendirán un homenaje a los abuelos maternos, los dos fallecidos víctimas de coronavirus con tan solo 14 días de diferencia.
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Esmeralda Sánchez Capellán llega a los pocos minutos con su marido, Juliano Corro González, y relata que la primera en fallecer fue su madre, Julia Capellán de 83 años. «Ingresó por otra patología y ella misma pensaba que se contagió en Urgencias del Río Hortega, porque en el box que había junto al de ella había una persona con coronavirus». Ella no tenía la enfermedad antes de eso, pues en el hospital le hicieron la prueba pero, al día siguiente de ingresar ya se había contagiado, explica la hija. Cuando fue hospitalizada, su esposo, Valeriano Sánchez, de 88 años, ya lo tenía. También se había contagiado.
224 del más de millar de servicios gestionados por Nevasa entre marzo y octubre fueron para personas fallecidas por coronavirus. El mes pasado fueron 31 casos, con lo que se aproximan a cifras de marzo (37 defunciones). El peor dato fue en abril, con 107 servicios funerarios de víctimas de la covid.
El matrimonio vivía en su propio domicilio de Valladolid y había superado la primera fase de la pandemia y el confinamiento. «Les llevábamos la comida y lo que necesitaban, y lo sobrellevaron bien, les cuidaba una señora y nosotros estábamos siempre pendiente de ellos, aunque no pudiéramos entrar en casa». Cuenta Esmeralda que su madre murió una semana antes de levantarse el estado de alarma, el 15 de junio y su padre, el 29 de junio.
«Lo más triste de esto», se lamenta, con lágrimas en los ojos, «es que no nos hemos podido despedir de ellos, no hemos podido cogerles de la mano y decirles que les queríamos mucho. Es lo terrible. Tenemos que vivir con ese vacío». Y expresa en voz alta el deseo de todos: «Ojalá esto termine pronto. Aunque no tiene pinta».
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Dos horas antes, a las diez de la mañana y con niebla, pocos visitantes se asomaban a los escasos puestos de flores ubicados a las puertas del otro cementerio, El Carmen. Hasta se echaban de menos los monumentales atascos de otros años. Con el recinto exterior precintado por la Policía Municipal y miembros de Protección Civil organizando las entradas a la primera necrópolis vallisoletana empezó el goteo de familias por la calle principal, todas ellas a paso apresurado (por la covid y el miedo al confinamiento en el aire) para llegar a su destino: la sepultura de sus seres queridos. Tan poca gente había, que el cervatillo que desde hace un año ha hecho del cementerio su nido se atrevió a dejarse ver saltando entre las tumbas decimonónicas.
Ninguno de los vallisoletanos interceptados en El Carmen había sufrido una pérdida familiar reciente por contagio de coronavirus. «Uy, hija, gracias a Dios, no. Yo vengo a ver a mi marido, que está aquí desde hace treinta años y no me dio buena vida, pero es lo que hay que hacer», confesaba una vecina. Su hijo, que llevaba la ofrenda floral, asentía. Ni siquiera junto a las historiadas sepulturas de las familias gitanas se apreciaba el rebullir de otros años. Una integrante de la seguridad privada dirigía el tránsito interior hacia las salidas para evitar despistes, a pesar de los enormes letreros de 'Salida' colocados por Nevasa: nada de abandonar el recinto por la misma puerta por la que se había entrado. Había que cumplir el protocolo anticovid y todo el mundo colaboraba, aunque alguna señora rezongara tímidamente porque salir por aquella puerta le pillara «un poco a desmano».
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Mientras tanto, la comitiva municipal hacía su entrada, arropando al alcalde, Óscar Puente, y al cardenal Ricardo Blázquez, para llevar a cabo lo que el regidor denominó «la visita de un año diferente». La ofrenda floral arrancó ante la sepultura del joven policía municipal Daniel Prieto, que murió en 1987 por los disparos de los hermanos Garfia, y después en el panteón de vallisoletanos ilustres. La tercera parada fue el Memorial de los represaliados por el franquismo, donde también el cardenal Blázquez quiso realizar un responso «por la paz y porque todos nos igualamos en la muerte».
El prelado tuvo también palabras de gratitud «para tantos que han entregado la vida por nosotros, una vida vivida con generosidad y dedicación intensa a los demás» y quiso trasladar un mensaje de «servicio a la sociedad y de fraternidad» en este tiempo de pandemia «ya muy largo que venimos padeciendo».
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