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Tremiño jubila a una joya de empleadaCristina Pascual Herreros ha pasado 50 años de su vida rodeada de oro y piedras preciosas. Era tan solo una niña cuando su destino quedó ... ligado para siempre al de la histórica Joyería Tremiño de Valladolid. El próximo 31 de marzo se jubila tras cinco décadas de incansable trabajo. Empezó con tan solo 14 años, sin imaginar que aquel primer día en la joyería definiría su larguísimo futuro profesional y personal. Hoy, a unos días de cumplir los 65 años, dice adiós emocionada y agradecida y con el cariño de todos sus compañeros y clientes.
Cristina comenzó su andadura en Tremiño el 30 de enero de 1975. Aquel día, su madre la recogió del instituto donde cursaba 5º de bachiller para darle una noticia. «Me dijo que don Luis Tremiño Valenciano, el fundador de la joyería, quería conocerme», relata.
Gracias a la recomendación de una prima que ya trabajaba allí, tuvo la oportunidad de presentarse y, con una simple prueba de escritura y unas operaciones matemáticas, consiguió su primer y único empleo. «Don Luis me mandó escribir los datos de mi familia, porque quería ver mi caligrafía. También me mandó a hacer una cuenta de multiplicar, una de dividir y una regla de tres que, por cierto, hice mal, pero al día siguiente ya estaba trabajando», recuerda entre risas.
Sus primeros pasos en la joyería no fueron tras un mostrador vendiendo joyas, sino encargándose de gestionar las composturas para los talleres. Desde ahí, fue aprendiendo poco a poco, primero con pequeñas tareas como mostrar correas de reloj o pendientes infantiles, hasta que se convirtió en toda una experta en la venta de piezas exclusivas y en la selección de brillantes y perlas, una especialidad que la joyería Tremiño ha cultivado durante años. «Aquí he aprendido todo lo que sé», dice emocionada. «Don Luis me enseñó a reconocer los diamantes y la importancia de cada detalle en una pieza de joyería», subraya.
A lo largo de cinco décadas, Cristina ha sido testigo de cambios generacionales tanto en la empresa como en la clientela. Con don Luis y su hijo Pepe primero, y desde 1992 con Paula al frente, su trayectoria ha estado marcada por la lealtad y el compromiso con esta empresa familiar. No ha conocido otro trabajo, ni otro equipo, y esa estabilidad ha sido para ella su mayor orgullo. «Toda mi vida laboral ha transcurrido en la misma empresa y en la misma tienda. Otros compañeros sí que han cambiado de tienda, pero yo siempre he estado aquí. He visto entrar y salir a muchos compañeros. Yo era la más joven de todos y a la vez la más antigua», comenta con orgullo.
Lo que más ha disfrutado de su trabajo, y lo que más echará de menos, es el contacto con el público. «Tengo clientes de toda la vida que me han demostrado mucho cariño y confianza. Vender es una satisfacción, pero lo mejor es la relación que he creado con cada persona que ha entrado por la puerta», dice. Le resulta complicado destacar alguna anécdota importante. Para ella, todo lo vivido tras el mostrador es especial. «Vender unas alianzas a una pareja siempre es bonito y sobre todo, la emoción de cerrar una venta de una joya importante. Cuando vendes un collar de 10.000 ó 30.000 euros es algo maravilloso, pero en el fondo, todas las ventas tienen su magia«, explica.
El 31 de marzo será su último día en la joyería y, aunque se despide con alegría por lo vivido, también lo hace con una profunda nostalgia. «Ese día sólo lloraré y lloraré. Llevo haciéndolo desde el verano, cuando tomé la decisión de jubilarme, cada día ha sido una mezcla de sentimientos encontrados. Lo que más me va a costar es dejar a doña Paula. Se ha portado muy bien conmigo, siempre ha reconocido mi trabajo y mi entusiasmo. La verdad es que yo lo he dado todo por la empresa y me he sentido recompensada. Ahora lo que me toca es descansar y disfrutar», afirma con la voz entrecortada. Doña Paula, gerente de este histórico establecimiento, está igual de emocionada que su pupila. Para ella también será una despedida difícil. «Ha sido una empleada maravillosa. Muy entregada, cariñosa, eficiente… la vamos a echar mucho de menos y los clientes también. Para mí es como una hija», reconoce.
Tras estos 50 años, Cristina no tiene más que palabras de agradecimiento. «Gracias por la confianza que durante todos estos años han depositado en mí mis jefes y mis compañeros. Siempre he trabajado con un equipo estupendo y me voy sabiendo que dejo la tienda en las mejores manos», concluye.
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