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El Servicio de Atención Espiritual y Religiosa (SAER) tiene como objetivo fundamental atender las necesidades espirituales y religiosas de las personas hospitalizadas, familiares y ... personal sanitario. La riosecana Ana Caramanzana es la encargada, junto a otras dos personas y la ayuda de dos sacerdotes, de hacer realidad este servicio en el Hospital Clínico Universitario, que trata de humanizar el mundo sanitario como uno de los objetivos del propio hospital: «Significa que la persona no solamente es un hecho biológico, sino que también lo es biográfico y que, como tal, el paciente tiene una serie de necesidades que no solamente atañen a su realidad corporal o biológica, sino que tiene otro tipo de necesidades, como las emocionales, intelectuales, espirituales y religiosas», explica Caramanzana.
Se trata de una asistencia que «no solamente es para personas que tienen unas creencia religiosas, que tienen su fe dentro de un marco concreto, como puede ser la Iglesia Católica, sino que está abierta a todas las personas, sean o no creyentes, o de otra religión».
Con la llegada de la covid,para poder atender a pacientes, el servicio, dependiente de la Diócesis de la Valladolid, redactó un protocolo de actuación que se presentó a la Comisión Ética del hospital, Atención al Paciente, a la Dirección de Enfermería y a la Gerencia «con el fin de que se nos permitiera, a pesar del riesgo que suponía, atender a personas que así lo pidieran durante su enfermedad o al final de la vida».
De esta forma, las 24 horas de cada día de la semana, siempre que el paciente o un familiar lo desea, Ana y el resto del personal del servicio están junto al enfermo, «el tiempo estrictamente necesario», con el mismo protocolo que el personal sanitario que entra a atenderlo. Al final «se trata de llevar el consuelo de la Palabra, mostrar el rostro de Dios y decirle al enfermo que no está solo y que su dolor no nos deja indiferentes».
Especiales coronavirus
Desde que se inició la pandemia, para poder atender a pacientes y familiares, el Servicio de Atención Espiritual y Religiosa ha tenido que buscar nuevas formas creativas, siendo excelente la colaboración y la acogida por parte del personal médico sanitario. Así, se decidió no entrar en la habitación de los enfermos que pidan la comunión «porque teníamos que usar un epi para muy poco tiempo y había que minimizar el riego». Es el enfermero el que entra llevando un portaviático con la comunión y una carta, «en la que el enfermo recibe el calor de nuestra presencia, nos vemos desde el pasillo, nos saludamos o hablamos por teléfono si lo desean». Otra cosa es cuando a la persona la van a sedar o está al final de la vida, «entonces entramos con el epi, nos ponemos a su lado y rezamos con ellos».
Al final, «es impresionante pensar que, quizás, los últimos momentos de vida de una persona han estado en tus manos, que tú has tenido el privilegio, si se pude decir así, de saber que esa persona no ha fallecido sola, porque además del personal sanitario, que siempre está ahí, ha tendido el consuelo de la palabra de Dios y de los sacramentos».
Ana Caramanzana tiene claro en su labor la importancia de la empatía, porque «no te deja indiferente cuando recibes una llamada del médico y te dicen que van a sedar a un paciente y la familia o el propio enfermo nos ha pedido que vayamos, porque aunque solo conozcas su nombre es un ser humano como tú».
Algo que se siente con esa persona, pero también con la familia que «está viviendo de un modo desgarrador cómo un ser querido se va en estas condiciones, que son realmente duras. Esa situación es la que nos lleva a tener esa acogida, esa empatía, compadecerse, ponernos junto a esa persona como si la conociéramos desde siempre, porque es lo que se espera de nuestro trabajo, que sepamos escuchar, acoger el dolor del otro, que ese dolor no nos deje indiferentes, y saber acompañar desde esa formación que estamos recibiendo».
La compasión indica que «tú estás en el lugar del otro, les estás diciendo con tu presencia, a veces silenciosa o con muy pocas palabras, que tu dolor no me deja indiferente, es andar con los zapatos del otro, que dicen los alemanes», en palabras de Caramanzana, que ha vivido muchos años en Alemania, y está casada con Berchtold Soergel, con el que dirige en Rioseco un taller de órganos y pianos, un trabajo que, frente al del hospital, es terapéutico, porque «me llena mucho a nivel de humano al estar en contacto con la belleza».
En el día a día, también se comparte la gran alegría de quien después de estar mucho tiempo en la UCI llama al servicio para decir que se va para casa, cuando se reciben signos de agradecimiento con llamadas, cuando a veces, en la capilla del hospital, aparecen flores o se recibe una caja de bombones: «Siempre dices que no es necesario, que es nuestro trabajo, pero también se entiende que las personas quieran expresar con un gesto su agradecimiento».
Al entrar en las plantas covid o en la UCI, «nos encontramos con un personal médico y sanitario de 10, muy humano, que es consciente de la situación por la que está pasando el paciente», hace ver la riosecana, quien asegura que «he vivido y presenciado gestos de una humanidad tremenda, sobrecogedora, muy emocionantes».
Las personas que trabajan en el SAER tienen una preparación a nivel universitario, con una formación profunda, continua, en materias como la escucha, la relación de ayuda, la bioética, o la espiritualidad, entre otras, «porque el mundo del dolor, del hospital, exige a personas que tengan un corazón sensible y que sepan también trabajar de un modo profesional».
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