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Batet, tercero por la izquierda en la primera fila, junto a Companys, en mayo de 1934 Biblioteca Nacional
Trágico final del general que sofocó la rebelión catalanista de 1934

Trágico final del general que sofocó la rebelión catalanista de 1934

Por lealtad a la República, Domingo Batet Mestres apresó a Companys y se negó a sublevarse en Burgos a las órdenes de Franco, que aplaudió su fusilamiento el 18 de febrero de 1937

Martes, 26 de septiembre 2017, 09:33

Una ráfaga de viento helado, anterior a las balas que acabarían con su vida, golpeó el rostro del viejo general cuando avistó al pelotón de fusilamiento. Eran las siete de la mañana del 18 de febrero de 1937 y aquel militar de 64 años, de brillante currículo y dignidad impoluta, avanzaba por el campo de tiro de Vista Alegre, en las afueras de Burgos, para ser asesinado por quienes pocos meses antes, sin mediar aún la traición definitiva, habían sido sus subordinados. Podría decirse que Domingo Batet Mestres había firmado su propia sentencia de muerte en el mes de junio de 1936, cuando, sabedor del peligro que le acechaba, aceptó hacerse cargo de la VI División Orgánica con sede en Burgos. Pero es que no sabía obrar de otra manera: por sus venas corría la obediencia y lealtad debidas a la autoridad legítimamente constituida, la misma que ahora acordaba su nuevo destino profesional y la que mucho antes, en octubre de 1934, le había ordenado sofocar la proclamación del ‘Estat Catalá’ dentro de la República Federal Española, movimiento insurreccional que muchos consideran un antecedente directo de lo que está aconteciendo en la actualidad.

Paradoja trágica de la historia, Franco le recompensaría aquella histórica jornada, solventada con mucha mayor pericia de la esperada, dándose por enterado de su sentencia de muerte. La inquina venía de lejos. Admirado y respetado por sus compañeros de armas, el tarraconense Batet atesoraba una trayectoria que lo convertía en uno de los mejores generales de su tiempo: teniente voluntario en la guerra de Cuba, en 1896 fue ascendido a capitán por méritos de guerra y en 1919, a coronel. Seis años después, ya como general de brigada, fue destinado a Alicante antes de pasar a su Tarragona natal. Aunque en un primer momento acató la Dictadura de Primo de Rivera, en 1926 fue detenido y acusado de participar en el intento de golpe republicano conocido como ‘Sanjuanada’.

Antes de eso había acontecido el hecho que, a la larga, terminaría enemistándole con el general Franco: nombrado juez del llamado ‘Expediente Picasso’, encargado de juzgar el comportamiento de los militares españoles en el Desastre de Annual (1921), Batet se despachó a gusto contra Francisco y su hermano: «De Ramón cuenta las orgías y escándalos. De Francisco escribe: ‘El comandante Franco, del Tercio, tan traído y llevado por su valor, tiene poco de militar, no siente satisfacción de estar con sus soldados, pues se pasó cuatro meses en la plaza para curarse enfermedad voluntaria, que muy bien pudiera haberlo hecho en el campo, explotando vergonzosa y descaradamente una enfermedad que no le impedía estar todo el día en bares y círculos. Oficial como éste, que pide la laureada y no se la conceden, donde con tanta facilidad se han dado, porque sólo realizó el cumplimiento de su deber, militarmente ya está calificado’», señala Hilari Raguer, principal biógrafo del general.

Durante la Segunda República acató el poder legítimamente constituido y, siguiendo órdenes de sus superiores, intervino en la represión del movimiento anarquista desencadenado en enero de 1932 en el Alto de Llobregat. Más importante fue, sin embargo, su papel en la represión de la rebelión catalanista de octubre de 1934, cuya resolución, mucho más breve y comedida de lo que muchos preveían, se debió sin duda a la prudencia del general, que tres años antes había sustituido a Eduardo López Ochoa como capitán general de Cataluña (IV División Orgánica). Ya el día 5 se había declarado en Barcelona una huelga general con el pretexto de que la entrada de la CEDA en el Gobierno, presidido por Alejandro Lerrroux, podía suponer un grave recorte de competencias del Estatuto catalán. Al día siguiente, Lluis Companys, Presidente de la Generalidad, proclamaba el ‘Estat Catalá’ dentro de la República Federal Española. «Batet avisó repetidamente al presidente de la Generalitat, Lluís Companys, por medio de Josep Tarradellas y de Claudi Ametlla, y finalmente en una visita personal junto con el delegado del Gobierno en Cataluña, que no hiciera la locura de sublevarse, porque aunque se sentía muy catalán había jurado fidelidad a la República española y sofocaría rápidamente la rebelión», escribe Raguer.

Y así fue. Cuando el Gobierno central ordenó a Batet que declarase el estado de guerra en toda Cataluña, este obedeció con lealtad y desoyó la pretensión de Companys de ponerse a su servicio, pero también la del propio Franco, entonces jefe de Estado accidental, que le conminaba a asaltar esa misma noche el Palacio de la Generalidad. Como escribe Raguer, «Batet explicó al ministro Hidalgo, al jefe del gobierno, Alejandro Lerroux, y al presidente de la República, Alcalá Zamora, que aquella operación nocturna causaría muchas bajas de los insurrectos, del Ejército y también civiles; y que, en cambio, lo tenía todo dispuesto para tomar el Palacio pacíficamente en cuanto amaneciera. Hidalgo, Lerroux y Alcalá Zamora confiaron en Batet».

«Franco, tan traído y llevado por su valor, tiene poco de militar», juzgó Batet en un informe oficial

Al amanecer del día 7 bastaron unos cañonazos de aviso para que el presidente Companys y su gobierno se rindieran, una vez sofocada la ofensiva de las milicias de la Alianza Obrera, los Guardias de Asalto de la Generalidad, los ‘mozos de escuadra’ y las Juventudes Nacionalistas que mandaba el Consejero de Gobernación. Está acreditado que la actuación de Batet evitó una tragedia de mayores proporciones. Al día siguiente, el general promulgó un bando deplorando haber tenido que emplear la fuerza. Ya es significativo que José Antonio Primo de Rivera, líder de Falange Española, declarara que aquel bando era «indigno de un general español».

Nombrado jefe de la Casa Militar del Presidente de la República (Niceto Alcalá-Zamora), después de esos acontecimientos Batet recibió la Laureada de San Fernando que tanto ansiaba Franco. Para Alcalá-Zamora, Batet «era el general español que desde un siglo y cuarto había prestado mayor y más inestimable servicio a España después del que compartieran Castaños y Reding». Precisamente por su lealtad al Gobierno legítimamente constituido, en junio de 1936 Portela Valladares lo designó para sustituir al general Pedro de la Cerda y López Molinedo al frente de la VI División Orgánica, con sede en Burgos. Sabía Portela que enviaba a Batet a un auténtico avispero de conspiraciones antirrepublicanas, pero confiaba en él para poder aplacarlas.

No tardaría el recién llegado en comprobar la soledad en que se encontraba, pues los principales mandos militares de Burgos llevaban tiempo preparando el levantamiento en estrecho contacto con el general Emilio Mola. Como han escrito autores como Luis Castro, Isaac Rilova, Fernando Cardero Azofra y Fernando Cardero Elso, el cuartel del Regimiento de Infantería nº 22 de San Marcial, en la calle Vitoria, se erigió enseguida en base de las operaciones golpistas, comandadas por una Junta Militar en la que figuraban los capitanes con destinos en los regimientos de Infantería, Caballería y Artillería, el coronel José Gistau, el general de Infantería Gonzalo González de Lara, el coronel de Estado Mayor Fernando Moreno Calderón, el teniente coronel de Caballería Marcelino Gavilán, los comandantes Salvador Ordavas (Artillería) y Pastrana (Intendencia), el teniente coronel Aizpiru, el teniente Garriga, el general de Brigada Fidel Dávila, el comandante Luis Porto y los capitanes Nicolás Murga, Agut, Juan Moral, Castro y Miranda, entre otros.

En una de las reuniones con los conspiradores burgaleses, Mola se comprometió a sublevar Logroño y Navarra, dejando Burgos a las fuerzas de la propia División. Sabía además que no podía contar con Batet, pues en dos encuentros mantenidos en fechas próximas a la sublevación, en el monasterio de la Oliva y en Pamplona, el tarraconense le había confirmado su obediencia al Gobierno salido de las urnas en febrero de 1936. Por su parte, Mola, faltando gravemente a su palabra, le prometió que no participaría en levantamiento alguno.

La capital burgalesa no tardó en caer en manos de los militares sublevados el 18 de julio de 1936. Batet, al frente de Capitanía, tampoco. Ocurrió en la madrugada del 18 al 19 de julio, después de negarse en redondo a secundar la propuesta de Moreno Calderón de ponerse al frente del alzamiento. Fue detenido junto a su fiel ayudante de campo, el teniente coronel Arturo Herrero Companys, y al comandante de Estado Mayor Emilio Torrente Vázquez. El grupo de soldados que lo apresó lo lideraban varios jefes y oficiales, entre los que destacaban el teniente coronel de Estado Mayor, José Aizpiru, el comandante de Intendencia Algar y el teniente Agut. Obligados a vestirse de paisano, fueron conducidos por una escalera lateral hasta el interior de un vehículo requisado del propio garaje de la División. El 26 de julio de 1936, después de pasar unos días retenido en el cuarto de banderas del cuartel de San Marcial, Batet fue conducido al Penal provincial.

Batet conversa con el ministro de la Marina. Biblioteca Nacional

Al enterarse Mola de que lo habían apresado, se quedó serio y dijo: «Que lo traten bien». «Mientras mandó Mola ni siquiera fue procesado, pero en cuanto mandó Franco (y esto sucedió bastante antes de su elevación oficial al rango de ‘jefe del gobierno del Estado Español’) la máquina de la justicia militar se puso en marcha», aclara Raguer. En efecto, una vez abierta la causa contra Batet, Franco trató de quitarle la Laureada de San Fernando, decretó su baja definitiva del Ejército e hizo oídos sordos a las peticiones de clemencia procedentes de personalidades tan relevantes en el bando ‘nacional’ como los generales golpistas Gonzalo Queipo de Llano y Miguel Cabanellas, o el cardenal Isidro Gomá. Según parece, al odio enquistado contra su compañero de armas sumaba Franco una suerte de venganza personal contra Queipo de Llano por no haber atendido este su petición de salvar del fusilamiento a Miguel Campins, capitán general de Granada condenado por oponerse a la sublevación.

El 8 de enero de 1937, Batet fue juzgado en Consejo de Guerra sumarísimo, en la sala de justicia del Regimiento de San Marcial, por un supuesto delito de auxilio a la rebelión. El tribunal militar, presidido por el general de brigada Ángel García Benítez, lo condenó a la pena de muerte. En el resultando 10º de la sentencia, se lee: «[…] Que las medidas tomadas en su día por el Excmo. Señor General Batet respecto a la posible defensa del edificio que ocupa la División Orgánica lo fueron para contrarrestar cualquier acción procedente del movimiento militar, pues […] quedaba descartada la idea de que en aquellos momentos pudiera ser atacado por elementos marxistas y por lo tanto eran innecesarias las precauciones defensivas contra las fuerzas militares...». Cuentan los Cardero que el 18 de febrero de 1937, fecha de su fusilamiento, al salir del penal hacia el campo de tiro de Vista Alegre, el capitán Emeterio García, director del presidio, le despidió con sorna: «¡Adiós, mi general! ¡A conservarse!».

Antes de caer bajo las balas del pelotón de fusilamiento, formado por una sección del Regimiento de San Marcial, Batet se dirigió a sus verdugos, antaño sus subordinados, con estas palabras: «Soldados, cumplid un deber sin que ello origine vuestro remordimiento en el mañana. Como acto de disciplina debéis disparar obedeciendo la voz de mando. Hacedlo al corazón; os lo pide vuestro general, que no necesita perdonaros porque no comete falta alguna el que obra cumpliendo órdenes de sus superiores».

A sus hijos les dejó una carta de despedida en la que les exhortaba: «Sed buenos ciudadanos y cumplid siempre con vuestro deber cualquiera que sean las circunstancias que os depare el destino. Las naciones sufren mucho por no cumplirse sus leyes y el mal es mucho mayor cuando faltan a ellas los propios gobernantes. Yo repaso mi vida toda y mi conciencia está tranquila y satisfecha. Seguid mi ejemplo y no cuente para vosotros el fin que yo he tenido. Son momentos de pasión en que se desatan los instintos perversos; la justicia huye espantada, no actúa y se viste de luto... Pero ella actuará. Os bendice y abraza vuestro padre, Domingo».

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