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A buena parte de los 'sin techo de la ciudad' el coronavirus les ha abierto una ventana con vistas a otra vida. Desde que el Gobierno decretó el confinamiento fueron acogidos en un centro de la Victoria a través de los servicios municipales y Cruz ... Roja, y en el Seminario bajo el cuidado de Cáritas. Allí llevan dos meses recibiendo atención las 24 horas.
Vídeos explicativos de la pandemia
Óscar Chamorro / Álex Sánchez
Óscar Chamorro / Álex Sánchez
Óscar Chamorro Álex Sánchez
Óscar Chamorro / Rodrigo Parrado
Antes del 14 de marzo su existencia giraba en torno a la itinerancia por calles y plazas: desayunaban en la sede de Cáritas en José María Lacort, al medio día acudían al comedor social en Huerta en Rey y, por la noche, a dormir en las literas del albergue junto al antiguo Hospital Militar y algunos, en los cajeros de los bancos. Entre medias, horas y horas de callejeo a ninguna parte, ver pasar el tiempo sin futuro, sentados en bancos del parque o pidiendo.
Todo eso ha cambiado durante el confinamiento, que les ha brindado la oportunidad de vivir recogidos y arropados por trabajadores y voluntarios. Una nueva etapa en vidas rotas por vicisitudes vitales varias y que ahora no quieren perder el último tren al que se han subido. «La calle es muy dura, aquí tienes apoyo, te sientes importante y querido por las personas, porque tener simplemente un techo en el albergue, como antes, no te soluciona nada; si volvemos a la calles, se nos va todo al carajo», expone Ángel M., 46 años, tres meses sin beber, alejado del alcohol al que ha intentado dar esquinazo con estancias en centros de rehabilitación donde, dice, «tienes cama y comida, pero si te quedas allí no ganas un duro, así que cogí las maletas, me vine a Cruz Roja y me apunté a la Asociación de Alcohólicos Rehabilitados de Valladolid, aunque con la pandemia no he podido meterme a fondo».
En nombre de sus compañeros, con los que convive a diario en el local habilitado en el antiguo centro de atención a la Dependencia en la Victoria, Ángel ha escrito una carta al alcalde, Óscar Puente, en la que solicitan que, cuando acabe el confinamiento, mantenga el servicio de atención a personas sin hogar abierto las 24 horas. «Si usted cierra este centro –le escribio–, todos nosotros volveríamos a estar en la calle durante todo el día, y por la noche solamente estaríamos en el albergue, que allí estamos todos apelotonados y sin apenas espacio».
De los 63 residentes diez son mujeres y el resto hombres. En las dependencias de la Victoria viven 36 personas y 27 en las instalaciones de lo que ha sido una residencia de ancianos en el Pinar de Antequera. En una de las plantas del Seminario viven temporalmente otros 16 bajo la tutela de Cáritas. Antes de que se habilitaran estos espacios, de ellos se ocupaban a través de diferentes programas los servicios municipales de atención social en coordinación con Cáritas y Cruz Roja.
«El perfil de los acogidos a este programa es muy variado», resume Magdalena Palomo, trabajadora social de Cruz Roja y responsable del programa de atención a personas sin hogar. «A la situación en la que están no han llegado de un día para otro, es un proceso en el que la persona va perdiendo capacidades por haber sufrido problemas de autoestima, violencia de género, adicciones, crisis y marcas diversas a nivel psicológico por haber perdido un trabajo, una ruptura sentimental.... son personas desvalidas que, si no existieran las redes de apoyo, no tendrían más alternativa que sobrevivir en la calle».
En total, 35 trabajadores de Cruz Roja, el Ayuntamiento y varias empresas atienden a los sin hogar en los dos centros habilitados junto a tres voluntarios. «A la mayor parte de los residentes la estancia aquí les reporta estabilidad física y emocional, pero saben que es algo temporal y muchos están agobiados por lo que vaya a pasar», agrega Magdalena Palomo.
El Ayuntamiento dedica 220.000 euros al programa de personas sin hogar, una cantidad que ha ascendido hasta los 400.000 para ofrecer atención integral a las personas acogidas durante la pandemia.
A la carta remitida por los 'sin techo' al alcalde solicitando la continuidad del servicio responde la concejala de Servicios Sociales y Mediación Comunitaria, Rafaela Romero, admitiendo que es necesario reforzar este programa y que su departamento está trabajando en la ampliación del albergue municipal en el edificio del antiguo Hospital Militar. «Vamos a dar una respuesta a esta necesidad», apunta. «Tenemos previsto ampliar las instalaciones y, mientras tanto, contamos con el centro integrado de la Victoria, que nos puede servir de colchón, pero la idea es ganar espacio y dar al servicio una configuración distinta ocupando todo el edificio y con atención durante las 24 horas».
Admite Rafaela Romero que «nos habíamos quedado rezagados» en el tipo de atención a las personas sin hogar y propone ir más allá del servicio de acogida nocturna. «Hay ciudades en España que han cerrado sus albergues, pero no va a ser el caso de Valladolid, tenemos que evolucionar hacia una atención más integral, es una competencia municipal y hay que desarrollarla».
Considera la responsable de los servicios sociales de la capital que la red de apoyo a los 'sin techo' creada hace años con Cáritas y Cruz Roja funciona «muy bien, se ha logrado una coordinación excelente, de tal manera que atendemos todas las franjas horarias del día y todas las necesidades, pero no evitamos que la gente esté dando vueltas por la ciudad; hay que hacer una inversión de distinta manera, donde la población acogida pueda tener un espacio propio. La vida de las personas cambia cuando se le ponen las llaves de una vivienda; no podemos llegar a eso con toda la población, pero sí que tengan un lugar digno para no estar con la maleta al hombro, así que vamos a atender esta demanda, no podemos cerrar el centro cuando acabe esto y que todo el mundo vuelva a la calle». 00
Las literas y el aspecto masificado del albergue del paseo de Filipinos han dado paso en el centro de la Victoria a la posibilidad de dormir y hacer vida cotidiana en habitaciones dobles. A ellas han seguido llegando residentes en plena época de confinamiento. Algunos, después de haber perdido su empleo; otros, procedentes de ciudades o pueblos donde no hay recursos para situaciones de desamparo total. También abundan las historias de víctimas de una enfermedad sobrevenida que al salir del hospital se han quedado sin un lugar en el que guarecerse.
Especiales coronavirus
En las instalaciones habilitadas no se puede recibir a más gente, pese a que la demanda para entrar sigue creciendo a medida que transcurren los días y se agravan las situaciones de emergencia social.
En la actualidad treinta personas figuran en lista de espera para acceder a este servicio que algunos inquilinos han abandonado por distintos motivos. «La convivencia diaria es dura, y más con desconocidos y personas que no eliges», admite la responsable de Cruz Roja.
Arropado por los trabajadores sociales y compañeros, se siente reconfortado este abulense con varios oficios: encofrador, albañil, servicios de mantenimiento, jardinería... «siempre tocando varios palos,» hasta que sus problemas con el alcohol le arrojaron a la calle. «Estar aquí me ha dado fuerza y autoestima; cuando salga intentaré ser útil, alquilaré una habitación y dejaré mi plaza a otro que lo necesite».
Llegó a Valladolid para trabajar como ganadero «pero al final fue una estafa», se lamenta José Manuel C., sevillano, «criado entre drogas, putas y maltrato», con familia en Coria «pero como si no la tuviera». Durmiendo en la calle, cuenta, «te agreden y te humillan», así que en el centro de la Victoria agradece el buen clima de convivencia frente al que vivió en el albergue: «Aquí no hay broncas ni robos».
La existencia de Javier H. cayó en picado tras el cierre de un comercio en el que llevaba 26 años y al que puso fin un contrato de renta antigua. Trabajó de teleoperador, encuestador y en ayuda a domicilio, donde sus ingresos han caído tras la pandemia hasta los 169 euros imposibles para pagar el alquiler del piso. «En un espacio como este es posible crecer como persona. Soy optimista aunque todo está mal».
Sin techo ni trabajo se encontró esta mujer de origen búlgaro, que cuenta haber sufrido durante años como víctimas de violencia de género. «Llevo en Valladolid desde 2015, he cuidado a personas mayores y enfermas, he trabajado en vendimia, y estoy sin empleo. Aquí nos ofrecen comida, techo y atención, no tenemos que ir del albergue, al comedor social ni pasar 14 horas en la calle cada día, que es horrible».
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