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Será difícil que el barrio de La Farola olvide la noche de este pasado 1 de agosto. Lunes y primer día de un mes vacacional por excelencia, una noche que invitaba a bajar a la calle a tomar una cerveza o a mirar al cielo ... y contemplar la superluna. Imposible de olvidar para 18 familias que vivían en el número 32 de la calle Goya, y para la familia de Teresa, la vecina del primero C muerta por una tremenda deflagración causada al parecer por un escape de gas poco antes de las once de la noche. Y gracias precisamente a ser agosto algunos vecinos estaban en ese momento fuera de sus casas o se habían ido de vacaciones.
Anoche, justo 24 horas después de ese zarpazo, casi a la misma hora, el contraste era evidente. El barrio había recuperado una aparente normalidad, al menos en lo más visible: el ruido de las sirenas, las luces intermitentes de los bomberos, de los coches de policía, el ir y venir de las ambulancias, el despliegue de tantos equipos de emergencias en tan poco espacio y de noche, el olor a humo, la superluna... todo eso creaba una atmósfera un poco irreal. Los corrillos de vecinos en la calle, en los portales, la gente asomada a las ventanas, el susto metido en el cuerpo...
De nada de eso quedaba prácticamente rastro anoche. Unos pocos vecinos dispersos que comentaban en voz baja lo sucedido, un par de dotaciones de la Policía Local y esas cintas de plástico que delimitan el perímetro de la tragedia. «Miedo, pasamos mucho miedo», recordaba Carmen, una vecina de la plaza Salvador Dalí. «Es impactante. Y hay que lamentar una muerte, pero ha podido ser mucho peor».
Poco a poco, los edificios y los daños materiales se irán reparando y la gente retomará sus rutinas, pero la herida abierta por la explosión en la memoria colectiva de la gente del barrio tardará mucho más en cicatrizar.
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