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Carmen vive en una cuarta planta con ascensor. En Delicias. Pero no puede usar el elevador siempre que quiere. A veces le toca subir andando. Otras, aunque haya sitio, le obligan a esperar al siguiente viaje. «Tengo una vecina que me bloquea el paso, ... que da muy rápido al botón, que no sujeta la puerta para que yo no pueda entrar con ella», cuenta Carmen. ¿Por qué? «Porque soy negra. Y esta mujer no quiere estar conmigo en el mismo espacio que yo».
Guzmán comparte piso con otras cuatro personas en Pilarica y explica que cada vez que hay un problema en la comunidad (una bici robada, un coche rayado), las miradas de muchos vecinos se dirigen a su casa. ¿Por qué? «Porque somos extranjeros. Dos iraníes, una chica rusa, una española y yo, que soy de El Salvador. Y siempre somos los primeros sospechosos».
Priscila a menudo ve que nadie quiere sentarse a su lado en el autobús, aunque sea el único asiento que queda libre. ¿Por qué?«Por el color de mi piel. Todavía hay muchos prejuicios, estereotipos.Racismo, sí».
Servicio de asistencia y orientación a víctimas de discriminación racial o étnica. En Red Acoge-Procomar. Calle Fray Luis de León, 14. Horario, de lunes a viernes, de 10:00 a 13:00 y de 16:00 a 20:00 horas.
Teléfono Además del número de la oficina de Valladolid (983 309 915) ya está en marcha el 021, con atención telefónica de 9:00 a 21:00 horas.
Carmen, Guzmán y Priscila son tres de las sesenta personas que, durante el último año (de mayo a mayo) han denunciado situaciones en las que se han sentido agredidas o discriminadas en Valladolid. Lo han hecho ante el Servicio de Asistencia y Orientación a Víctimas de Discriminación por Origen Racial y Étnico, un programa (anónimo y gratuito) de Red Acoge que presta en su sede de Procomar (calle Fray Luis de León, 14) y que se inscribe dentro de las acciones de un consejo en el que también intervienen Cruz Roja, Accem, Cepaim, Movimiento contra la Intolerancia, la asociación Rumiñahui, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado y la FundaciónSecretariado Gitano, que ejerce la coordinación central de un servicio que cuenta con 23 oficinas y 126 puntos de acceso en toda España.
Aquí, en Valladolid, su labor se completa con el grupo de Igualdad de Trato y Sensibilización. ¿En qué consiste su trabajo? «Proporcionamos asesoría independiente, apoyo y acompañamiento a las personas discriminadas en ámbitos de educación, sanidad, vivienda, empleo, acceso de bienes y servicios...», dice Leire Suárez, técnica del servicio.
Su primera relación de escucha puede conducir después a ponerse en contacto con el «agente discriminador» para reconducir la situación.Puede ser el casero, un vecino, una empresa o administración. «Registramos e investigamos los incidentes discriminatorios y ayudamos en su resolución mediante el diálogo y la mediación», indican. «Nosotros desde aquí no litigamos, pero acompañamos en ese proceso si fuera necesario», matiza Begoña González, técnica de Igualdad de Trato y Sensibilización, que promueve talleres para romper los estereotipos, acciones de formación para «agentes clave» (policías, trabajadores sociales...) y campañas en los colegios, para insistir en el «valor de la diversidad en la sociedad». Y para erradicar comportamientos como los que se cuentan a continuación.
Sesenta casos el último año en Valladolid. «Y el problema es que existe una elevada infradenuncia», evidencia Leire. ¿Por qué? «Por miedo, por no estar informados, porque a veces no se es consciente de esa situación racista y, en la mayor parte de los casos, porque no hay pruebas». Es difícil tener fotos, vídeos o audios que corroboren lo sucedido.
«Y porque, en ocasiones, la personas que lo han sufrido lo sienten como un peaje, como algo que les toca pasar y por lo que no merece la pena pelear, cuando tienen tantas otras preocupaciones», indica Leire. Junto a esos sesenta casos, Valladolid registró cuatro situaciones tipificadas como delitos de odio por racismo y xenofobia en 2021 (según la Memoria del Ministerio del Interior).
Carmen Guinea Ecuatorial
Ocurrió en Delicias. A las cuatro de la tarde. Carmen caminaba por la plaza Gutiérrez Semprún. Iba camino de su casa, dispuesta a disfrutar de las horas libres que le deja su trabajo como interna al cuidado de una persona mayor. Entonces, un hombre, «de unos cincuenta años, no le conocía de nada», se le acercó y empezó a decir: «Tú, a ver cuándo te vas para tu país». Carmen se le quedó mirando, atónita, sin saber muy bien cómo reaccionar.
«¿Y qué le digo? ¿Que vine aquí hace 17 años y tengo la nacionalidad?¿Que cotizo en España desde 2006? ¿Que soy tan española como él?». Entonces, ¿por qué ese ataque? «Porque soy negra. Y estoy orgullosa de mi color. Me gusta mi color. No entiendo que alguien me odie por eso. Dios no es tonto y nos hizo así por algo», dice Carmen, quien sufre también el racismo en el portal de su vivienda. Por esa vecina que no quiere que Carmen entre con ella en el ascensor.
«Ha llamado más de cinco veces a la Policía porque dice que hacemos mucho ruido en casa. Yo duermo todos los días fuera, por mi trabajo. Mis hijas, de 20 y 16 años, no hacen fiestas, no ponen música. Pero ella protesta porque dice que hacen mucho ruido. Y no es verdad», cuenta Carmen, quien lamenta que tampoco pudo explicarse ante los agentes que acudieron a su vivienda.
«Llevo siete años en ese piso, de alquiler. Parece que quiere hacernos la vida imposible para que nos marchemos.Yo no me voy a ir de mi casa. Y además, buscar piso ahora está muy difícil», asegura Carmen, en un testimonio corroborado por las técnicas del servicio.
Sara Senegal
«El día que fuimos a hablar con la trabajadora social, sentí como si yo no existiera», dice Sara, quien recuerda como aquella profesional «ni siquiera me miraba a la cara, no se dirigía a mí, todo se lo contaba a la persona que iba conmigo». Aquella persona amiga que acompañaba a Sara, una técnica de Red Acoge, era blanca. Sara tiene la piel negra.
Llegó a Valladolid en septiembre para estudiar un máster de español como lengua extranjera. Estaba embarazada. Pero aún no lo sabía. «Yo tenía un seguro médico privado. Di a luz el mes pasado en el Campo Grande. Pero ahora, como no trabajo, tengo problemas para que en la Seguridad Social atiendan a la niña. Ya no he podido pasar la primera revisión».
Para resolver este problema y la búsqueda de vivienda, Sara recurrió a Cruz Roja, los servicios sociales de la UVA, Red Íncola, Red Acoge. Una voluntaria de esta entidad le acompañó a hablar con una trabajadora social para intentar solventar esta situación. Y fue ahí cuando se encontró con esa situación que relata: «No se dirigía a mí. Solo a la persona que iba conmigo, cuando el problema lo tenía yo. Era como si yo no existiera».
Entre las situaciones más desagradables que ha vivido en Valladolid, una en un supermercado, en San Juan. «Estaba haciendo la compra cuando un hombre detrás de mí empezó con insultos racistas. Yo ni siquiera pensé que eran hacia mí. Ni conocía a ese hombre ni le había hecho nada. Los vigilantes de seguridad se acercaron, llamaron a la Policía. No quise denunciarlo. Es la primera vez que vengo a España y no quiero tener problemas», apunta Sara.
Priscila Brasil
También ella tuvo problemas en un supermercado, cuando fue a hacer la compra junto a tres amigas («las tres somos negras»)y vio cómo un trabajador no les quitaba el ojo de encima. «Nos seguía a todas partes. ¡Como si fuéramos a robar!».
Priscila estudio Derecho en Río de Janeiro y ahora cursa un máster en relaciones internacionales y estudios asiáticos, en la UVA. «Tenemos que lidiar con muchos estereotipos (que si el Carnaval, la fiesta, la samba)que se convierten en prejuicios». Priscila cuenta una situación tremenda que le ocurrió cuando se mudó a un nuevo piso en Valladolid.
«El casero me ayudó muchísimo. Pero un día, vino un señor a reparar la caldera. Yo estaba sola en casa. Descalza. Y este hombre empezó a decir: 'Uy, tienes los pies morenitos. ¿Puedo hacerles una foto? ¿Y tienes las plantas blancas? ¿Quieres que te de un masaje? Me sentí como un animal de circo. Y cuando fui a quejarme a la empresa del gas, lo único que me dijeron es que presentara una denuncia. ¿Y qué denuncia voy a poner, si no tengo pruebas, si es su palabra contra la mía?», se pregunta Priscila, quien sufrió otro episodio de racismo en la calle.
«Estaba haciendo una encuesta sobre el impacto económico de la Semana Santa. Y vi cómo había personas que no me respondían a mí, pero sí se paraban con mis compañeras blancas». «Aquí en Valladolid me he encontrado con personas buenas, preciosas, de mente abierta, que te escuchan y se preocupan por tu historia. Pero también he tenido experiencias de racismo».
Guzmán El Salvador
«Buscar piso es complicadísimo. En cuanto escuchan un acento extranjero al otro lado del teléfono, te dicen que la casa ya no está disponible», dice Guzmán, un joven de El Salvador que vive atrapado en un laberinto burocrático.
«Yo soy un chico trans. Tuve que salir de mi país, El Salvador, porque allí las personas como yo somos seres sucios, enfermos, que se merecen la muerte. Allí apenas salía a la calle.Iba de casa al trabajo para evitar las agresiones». Llegó a España con la solicitud de protección internacional. Tiene aquí la residencia permanente. Trabajo desde hace cuatro años. Pero es un hombre con un nombre de mujer en el DNI. Y eso le ocasiona multitud de problemas.
«He visitado mil veces el registro civil, pero nadie me da un solución», protesta Guzmán, quien padece a diario por esta situación.«Hay veces que en Correos no me quieren dar mi envío porque quien soy no se corresponde con mi nombre. Y tengo que sufrir, incluso en el médico, que se dirijan a mí en femenino. Cuando soy un hombre», cuenta Guzmán, quien ha atravesado también episodios de discriminación por haber llegado de otro país.
«Me ocurrió cuando estuve trabajando como camarero. Éramos un chico de Irán, otro marroquí y dos españoles. Al terminar el mes, los de aquí cobraron sin problemas, pero a los que éramos de fuera no nos llegaba el dinero. Después de 45 días y 120 horas extra, le dije al jefe que me pagara o me iba. Y él me contestó: 'Si te vas, no te pago'. Y sí, ese era el problema, que no me pagaba», cuenta Guzmán, quien expuso su caso («sin éxito») ante CC OO.
Ahora, trabaja como cocinero en una residencia de ancianos y lamenta que el mercado laboral para los foráneos esté muy limitado a determinadas profesiones, habitualmente mal pagadas, como servicio doméstico, agricultura y hostelería.
Claudiana Brasil
«Hay mucha hipocresía, porque nadie quiere reconocer que es racista. No se puede generalizar, pero estas cosas pasan», cuenta Claudiana, quien también ha venido a Valladolid por estudios. Y aquí ha vivido momentos desagradables. «Es triste, porque al final todos somos iguales. Cuando nos abren el pecho, de par en par, todos tenemos un hígado, los pulmones, el corazón. No somos distintos. Pero hay quien solo piensa en las diferencias».
Sobre el papel, España no se reconoce como un país racista. Los últimos insultos a Vinicius Jr., jugador del Real Madrid, han vuelto a colocar la sociedad frente a un espejo que a veces muestra una realidad distorsionada. El último estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre este asunto es de 2016. Cuando se pregunta de forma genérica, el 83,8% considera positivo o muy positivo que la sociedad española esté compuesta por personas de diferente color de piel, de diversas culturas (86,6%) de distintas religiones(73,5%) y países (87%). Pero, cuando se hurga un poco, se ve que el 31,7% cree que se trata a los foráneos con desconfianza, que el 22,1% considera que no deberían votar en las elecciones generales y que el 38,8% cree que los españoles deberían tener preferencia al acceder a la atención sanitaria y el 45,4% a la hora de elegir colegio de sus hijos.
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