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Maruja Mata Duque tuvo en su vida dos apasionados amores: su familia y la enseñanza. Tanto monta, monta tanto. Señala una de sus sobrinas, María José Gómez Mata, que la cualidad que más admiraba de su tía, soltera de seis hermanos, era su enorme generosidad y recuerda que siempre se enorgullecía contándoles el cariño que le profesaban sus antiguos alumnos, hombres y mujeres a los que enseñó a leer y no solo a leer, sino a darles herramientas que les sirvieran un día para encaminarse en la vida. «Cuando se encontraba con algún antiguo alumno en el banco o en la librería y le saludaban era feliz..., le encantaba ver en qué se habían convertido esos niños».
María José, junto a su hermana Marta, en nombre de toda la familia, quieren que la covid que se llevó el pasado 6 de mayo a Maruja Mata en la residencia, cuando contaba 83 años, nunca se lleve el recuerdo de una mujer entregada en cuerpo y alma a su vocación, por cuyas aulas pasaron, un curso tras otro, cientos de chiquillos en los que dejó su impronta de educadora incansable, de maestra pionera siempre a la vanguardia de los métodos de enseñanza y totalmente comprometida. «Ideó unas fichas, que hizo a mano, con una serie de pautas para aprender a leer y escribir... Era infatigable».
La epidemia entró en la residencia de Valladolid que era su hogar desde hacía tiempo y la maestra se contagió. «Estuvo ingresada en el Clínico. Pudo superar la covid pero no las secuelas y tras dos semanas de grave deterioro, falleció», se lamenta María José, quien destaca que su tía vivía «completamente entregada a su familia, siempre echando una mano a todos».
Pero hasta que el alzhéimer empezó a borrar los recuerdos de su memoria como la tiza de un encerado de esos que ya no existen, Maruja no dejó nunca de ser, sobre todo, maestra. Subraya Marta en un obituario de homenaje a la educadora, «se va mucho más que una hermana y una tía a quien su familia adoraba y una amiga a quien muchos querían y ahora añoran». Con ella, puntualiza en esta elegía, «se va una persona de otra época, de un pasado en el que palabras y conceptos como la vocación, el sentido del deber, el cuidado de los otros y la bondad tenían una dimensión que hoy en día a veces parece desdibujarse desgraciadamente».
Con Maruja, dicen sus seres queridos, se marcha una persona de múltiples facetas pero que sobre todo era maestra, una maestra que enseñó a leer, primero en el colegio La Asunción y luego en La Enseñanza (donde se jubiló), a unas cuantas generaciones. Desde aquella lejana Escuela Normal de Valladolid, Maruja Mata no dejó de ejercer su profesión, insisten, con una dedicación y una pasión inquebrantable. «No hubo ni un pequeño alumno que no recibiera su sonrisa, su paciencia y su entusiasmo. Fue maestra todos los días de su vida y no dejo de sentir su trabajo como el mejor posible de este mundo».
Para su familia, Maruja fue, sobre todo, «el mejor ejemplo de que la educación puede conseguirlo casi todo, creyó en su capacidad de transformar el mundo y defendió el poder del conocimiento y la cultura hasta el último momento».
Pero, además de su primordial misión como educadora, también tenía otras capacidades. Sus sobrinas apuntan que, como todas las personas, «fue un universo imposible de resumir: una experta cocinera, una gran conversadora, una viajera siempre dispuesta a abrazar el mundo, una entusiasta del arte y el teatro y una mujer siempre pendiente de cuidar y ayudar a los que la rodeaban». Pintaba, dibujaba y, en los últimos años, en la Universidad de la Experiencia, se apuntó al grupo de teatro aficionado, donde no solo hacía sus pinitos como actriz, sino que también colaboraba, tras las bambalinas, en la confección del vestuario.
Sus familiares se quedan para siempre con las mil y una anécdotas, relatos e historias que tan bien se le daba contar, como cuando estaba en clase, en su verdadero elemento. «Los que tuvimos la suerte de conocerla, hermanos, sobrinos, amigos, compañeros y alumnos sabemos que con ella se va una estrella de otra galaxia y un ser de la categoría de toda la gente buena que existe en este mundo. Que en todos nosotros perdure su recuerdo y que su humildad no empañe el recuerdo de una persona buena que tanto y tan bien enseñó y que tan bien y a tantos cuidó».
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Alberto Echaluce Orozco y Javier Medrano
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