La única estadística en la que los jóvenes de Castilla y León progresan de forma continuada es en la de su formación. Aunque esa tendencia se ha quebrado un poco con los efectos de casi dos años de pandemia que han echado de las aulas ... a bastantes estudiantes.
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En todo lo demás, su futuro y sus expectativas para independizarse son cada vez más planas. Lo ratifica el último Observatorio de la Emancipación que ha elaborado el Consejo de la Juventud de Castilla yLeón.
El estudio es demoledor en sus sueños de independencia. Solo una de cada siete personas menores de 30 años (15,3%) han logrado ese objetivo. Y solo los más mayores, los de la franja de edad entre 30 y 34 años, presentan unos niveles razonables con siete de cada 10 con casa y vida propia sin depender de sus familias. Eso significa que apenas 44.000 de las 292.000 personas entre 16 y 29 años que viven en Castilla y León han logrado que cristalice su proyecto vital.
Y, sin embargo, a finales de 2020 el 37,6% del colectivo tenía un empleo remunerado. Otra cosa es una estabilidad laboral por debajo del 50% de los contratados. Incluso la mitad de ellos (24,3%) son a tiempo parcial. Pero, si medimos los nuevos contratos firmados e inscritos en las oficinas del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE), el 93,2% del segundo semestre de 2020 fueron temporales.
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Y, para completar, el salario medio anual no pasa de los 10.634 euros (si son mujeres, 10.000 'justitos'). Mil menos que la media nacional. «Si en los mayores el trabajo no garantiza salir del riesgo de pobreza, entre los jóvenes no te garantiza eso, pero tampoco la emancipación», resume la presidenta del Consejo de la Juventud de Castilla y León, Sandra Ámez.
Lo interesante de este informe es que analiza las estadísticas bajo el prisma distorsionador de la crisis sanitaria. Refleja que la reactivación del segundo semestre del año anterior trajo consigo también para los jóvenes un aumento del empleo y un descenso del paro. Pero es una evolución positiva que apenas abre alguna puerta a sus esperanzas.
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«Entrar en el mercado en año de recesión empeora las condiciones sobre todo para los más jóvenes. Pero también para las generaciones que vendrán detrás», asegura Beatriz Rodríguez, profesora de Economía Aplicada de la Universidad de Valladolid (UVA) e investigadora de la problemática laboral juvenil. Dibuja una 'radiografía' que lleva muchos años casi sin moverse.
Las frías cifras parecen indicar que un joven nacido en Castilla y León tendría motivos para ver su futuro con cierto optimismo. La tasa de paro cayó a finales del año pasado al 22,9%, casi un tercio más baja que en España (30,2%).
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Pero es un dato irreal. Se explica por «una menor incorporación de gente joven a la población activa -indica el Observatorio de la Emancipación-. Más de la mitad (51,2%) de entre 16 y 29 años son inactivos desde el punto de vista laboral».
Es cierto que una gran parte lo son porque aún estudian. Pero es un porcentaje casi cuatro puntos por encima de España. El Observatorio afina tanto que detecta una bolsa de más de 5.500 personas que están disponibles para trabajar pero no buscan ocupación (por lo que no se consideran desempleadas), lo cual «podría reflejar un desánimo generalizado ante las pocas perspectivas de encontrar empleo a corto plazo», concluyen los redactores del informe.
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Lo ratifican también los estudios del profesor de Análisis Económico de la UVA, Julio López, que pone un ejemplo práctico: «en lo que va de siglo, solo uno de cada 100 empleos privados creados en España surgió en Castilla y León». En otras palabras, la tasa de paro es más baja «no porque se cree más empleo, sino porque nuestros jóvenes no lo buscan o se marchan», remarca López, que participó como experto en la Comisión de Estudio en la lucha contra la Despoblación de las Cortes regionales hace casi dos décadas.
Así, la comunidad tiene que hacer frente a una extraña paradoja. Está a la cabeza de España y se codea con los países líderes en los informes de aprovechamiento educativo (PISA, TIMSS). Pero después no ofrece oportunidades de explotar ese talento en su mercado regional. «Esto tiene un doble efecto pernicioso -advierte Beatriz Rodríguez-: los sobreeducados que se quedan ocupan puestos de trabajo para formaciones inferiores, con lo que expulsan a esos colectivos del mercado».
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Después de encadenar crisis tras crisis (2008 y covid 19), las cosas no solo no han cambiado, sino que han consolidado el constante 'apartheid' laboral juvenil.
Una idea que corrobora el desempleo de larga duración, que se disparó durante esta crisis global desde el 18,3% hasta alcanzar el 30%. «Seguimos sin volver a los niveles precrisis. Además, la juventud tarda más en recuperarse o, directamente, no se recupera», advierte desde el Consejo de la Juventud, Sandra Ámez, que ratifica los estudios de la investigadora Beatriz Rodríguez.
Es esta una caída que se ceba con especial crudeza entre los menores de 30 años, a pesar de que tres de cada cuatro cuentan con experiencia laboral previa.
La situación se les hace todavía más cuesta arriba si pensamos que más de la mitad de los que están sin trabajar (54,5%) no tienen ninguna cobertura por desempleo.
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Toda esta realidad es el caldo de cultivo ideal para que se consolide el triste tópico de los 'ninis' (ni estudian, ni trabajan). Los datos del Ministerio de Educación y Formación en el mismo periodo que el analizado por el Observatorio de la Emancipación reflejan una casi cruel paradoja:el porcentaje de chicos y chicas sin horizonte laboral ni estudiantil coincide con los que se emancipan: 15,3%.
Son los dos extremos del arco juvenil. Uno de cada siete vive por su cuenta, uno de cada siete no aspira a nada en su entorno vital. Este porcentaje ha subido más de dos puntos durante 2020 y rompe una tendencia positiva que se había consolidado desde 2014, cuando lo peor de la crisis anterior dio paso a nuevas esperanzas.
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Son casi tres puntos por debajo de la media nacional. Lo que no impide que sus representantes del Consejo de la Juventud insistan en que «no podemos ser otra vez los mayores paganos de las crisis, olvidados en las políticas de empleo y vivienda», lamenta Ámez.
La emancipación, 'mantra' cada día más complejo de conseguir, se logra a partir de salarios por encima de los 12.300 euros (20.500 en el caso de una pareja). Cifras que han caído cerca de un 5% en el último año.
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A pesar de que el coste de acceso a la vivienda en Castilla y León es inferior al de las comunidades más ricas, un joven que quiera vivir por su cuenta debería dedicar el 62,3% de sus ingresos a pagar un alquiler, o el 38% si busca una hipoteca.
En el caso de las parejas, deberían desembolsar de media el 19,7% de sus salarios para pagar la cuota mensual de un crédito. Pero no lograrán financiación si no aportan antes un 20% de la entrada, lo que supondría un desembolso medio de algo más de 29.000 euros, casi 1,5 veces el ingreso anual de un hogar joven.
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Nadie puede echarles en cara la constante fuga laboral. Uno de cada cuatro de los que cumplen 30 años celebran su mayoría de edad lejos de su tierra.
Una de las mayores pruebas de la falta de horizontes para los jóvenes de Castilla y León es su permanente éxodo. Es una de las comunidades mejor formadas, pero también de las que más empujar a sus talentos a buscar salida fuera por falta de oportunidades. Cada año cerca de 3.000 jóvenes se van (2.720 en 2019, según los últimos datos). Y lo hacen más entre los 25 y 29 años, y sobre todo las mujeres (60% más).
En los años noventa del siglo pasado, el 20% de los que se marchaban llevaban bajo el brazo su título universitario. «Ahora son un 60% -calcula el profesor universitario Julio López-. Estamos despilfarrando recursos universitarios. Les preparamos a conciencia sabiendo que se nos van».
Reconoce que le frustra detectar en sus clases a esos jóvenes brillantes que después se irán fuera para desarrollar todo el potencial que brilló en las aulas de las universidades de la región. Una 'fuga de cerebros' que va más allá de lo laboral. «Se pierde lo mejor de nuestra demografía, la gente joven que debería repoblar esta comunidad envejecida».
Pero Castilla y León es una comunidad de servicios que «no genera proyectos económicos que les seduzcan», insiste Julio López. En la era digital, la región «es en realidad un erial digital, que ni siquiera logra atraparles con la independencia que permiten las nuevas tecnologías porque no hay cobertura suficiente», lamenta este docente e investigador.
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Esther Sánchez, emancipada de 27 años
Esther Sánchez cumple con el perfil de joven sobradamente preparada y que ha transitado todos los caminos laborales desde los 18 años, antes de lograr independizar su vida unos tres años. Hoy, con 27, empieza a disfrutar el logro de su independencia vital y económica en compañía de su pareja y en su casa de Arroyo de la Encomienda.
Licenciada en Magisterio y Educación Infantil y Especial y máster en Dificultades de Aprendizaje en la Universidad de Salamanca llegó desde su Béjar natal «un poco a lo loco» y gracias a la oferta laboral que había logrado su compañero, ingeniero de formación.
«Vine a buscar lo que fuera, no me importaba que no fuera de lo mío». Esther ya venía curtida desde los 18 años con trabajos de todo tipo, sobre todo en hostelería, para pagarse sus gastos. «Tuve suerte-rememora-. Empecé de camarera, después teleoperadora,... fui echando currículums hasta que llegó una oferta en Aspaym». En esta asociación de trabajo con discapacitados encontró la mejor escuela para curtirse en lo que había estudiado.
Incluso con trabajo para los dos, Esther y su pareja admiten las dificultades iniciales de acceder a un alquiler. «Es donde más trabas te ponen cuando eres joven. Tienes que tener dinero para fianzas, te piden garantías laborales que aún no puedes aportar. Nuestro primer casero fue un oasis. Pero sin la ayuda de los padres para ese primer 'empujón' habría sido casi imposible», reconoce esta joven.
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Esther no deja de formarse y se muestra orgullosa de cuando «pude pagarme un grado formativo (Educación Primaria en inglés)sin tener que pedir ayuda a mis padres». Pero sabe que el mercado laboral exige a los más jóvenes «que nos formamos y nos formamos y, aún así siempre tenemos que estar demostrando el 200% de lo que que podemos valer».
La covid, en la que los jóvenes están pagando una factura aún mayor en el acceso al trabajo, le está permitiendo consolidarse en el mundo de la educación. «Me llegó la opción de trabajar como maestra de sustitución por la pandemia, y ahí sigo». Se arriesgó a dejar su puesto ya indefinido en Aspaym por su actual trabajo en un colegio de Valladolid. Forma parte de ese 'ejército' de 1.350 docentes que contrató la Junta como refuerzo escolar frente al coronavirus.
No le han regalado nada pero ella se siente afortunada porque «desde los 24 años puedo sentirme independiente, pero tengo compañeros que aún no han podido dar el salto». Esther contempla el futuro con optimismo. Ella y su novio ya se ven subiendo el siguiente peldaño de su estabilidad familiar. «Pensamos que tal vez en un año nos podamos plantear el proceso de una hipoteca. Pero deberían dar más facilidades para acceder a un piso y que no dependa solo de la nómina que puedas enseñar».
Henar Modroño, vive con sus padres a sus 28 años
Resulta imposible resumir el currículum de esta joven licenciada en Historia. Ha trabajado en empresas de excavación, guías de museos, archivos, becas en varias ciudades, la Diputación y el Ayuntamiento de Valladolid,... Tiene, entre otros estudios, un máster en Educación e Investigación. «He tenido que ir buscándome la vida e ir planificando objetivos y metas. No he parado de trabajar», resume Henar Modroño.
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Siempre tuvo claro que estudiar puede ser una vocación pero con dudoso futuro. «Es muy sacrificada para acabar con 30 años y ser una doctorada sin experiencia. Así que decidió «ser pragmática y dedicarme a trabajar».
Henar echa cuentas y tiene que admitir que su actual contrato en una teleoperadora del barrio de Parquesol «es el más largo que he tenido hasta ahora». Siete meses. Desde que se incorporó al mundo laboral hace seis años admite «no saber lo que es un sueldo de cuatro dígitos». Por eso emanciparse le parece «una quimera. Los jóvenes estamos sobreviviendo, no viviendo».
Henar sigue en la casa paterna pero no descarta moverse fuera. De su ciudad o de España que «no es un país para jóvenes. Ha mirado ofertas en Europa y Estados Unidos. Fuera el talento se aprecia y se paga». ¿Madrid? «Para ser precaria allí, prefiero serlo aquí», confiesa.
Javier García, abulense (31 años), trabaja en Madrid
La manifestación en Madrid contra la España Vaciada en 2019 alumbró Jóvenes de Castilla y León que reivindican el derecho a soñar la vuelta a su tierra. «Descubrimos un nexo común: nos insistieron en prepararnos mucho... para acabar todos en Madrid», resume su portavoz Javier García, abulense de 31 años y licenciado en Administración y Dirección de Empresas.
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García representa el perfil del resto. «Encontré trabajo rápido en Ávila pero era precario. Así que hice un máster de Profesorado y ahora doy clases en un instituto de Madrid». La capital. «El gran sueño español cuya realidad es muy distinta», lamenta Javier, según pasan los años.
Se ha documentado sobre su colectivo y le duele que su región «encabece los ranking educativos por arriba y esté a la cola en los de creación de empleo». Le encantaría volver a Ávila «si encontrara un trabajo que no fuera precario» y echa en cara a Castilla y León que «regale formación a otras comunidades».
Hoy trabajan en formar grupos provinciales para mejorar la sensibilización. En sus reuniones, hoy bloqueadas por la covid, se escucha un lamento común. «Los que estamos fuera pagamos una crisis mayor que el resto, porque hay que sumar el desarraigo».
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