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Siete nuevos negocios y espacios culturales devuelven a la vida el centro comercial Rondilla«¡Pronto! En el mejor barrio de Valladolid, Centro Comercial Rondilla. 51 tiendas. 81 plazas de garaje. Cerca de dos mil metros cuadrados de superficie total, incluidos los accesos y el jardín interior». Así se presentaba en la prensa, en 1988, un nuevo complejo que ... parecía llamado a revitalizar la vida comercial del barrio. El proyecto, de los arquitectos Frayle y Tejeda, supuso una inversión de 200 millones de pesetas (al cambio, 1,2 millones de euros) y pretendía impulsar la oferta comercial de La Rondilla con unas galerías que incluían bares y tiendas de ropa, de calzado, joyería…
El edificio de líneas neoclásicas y grandes arcadas que se construyó en la plaza de Alberto Fernández, junto al centro cívico, llegó a tener más del 70% de sus locales ocupados. Pero el paso del tiempo, las nuevas modas comerciales y la desidia de los clientes le fue hurtando actividad. Hasta que la presencia de negocios se convirtió en algo meramente testimonial, con locales reconvertidos en trasteros o peñas. Muchos de ellos siguen hoy así, en espacios que han perdido su espíritu comercial inicial. Tampoco tienen uso específico el jardín interior o los pasillos, que el año pasado sí que acogieron un pequeño mercadillo y que, según las ocupantes de varios negocios actuales, ofrecen «muchas posibilidades para dinamizar el barrio».
Pero, en los últimos meses y semanas, varios bares, tiendas e iniciativas culturales han hecho nido aquí. Incluso los locales acogen una 'tortilla viral' que merece un capítulo aparte.
Todos ellos se han asentado en este centro comercial Rondilla que ahora, 36 años después de su inauguración, en septiembre de 1988, recupera pulso comercial. El último latido, el de Caliza, un espacio literario que este sábado ha celebrado su fiesta de apertura.
Arantxa Mateo
Las paredes recién pintadas del local número 13 se visten con los libros que Arantxa Mateo propone en Caliza. «Esta es una librería, sí. Pero no está supeditada a un horario comercial. No abrimos unas horas fijas, de lunes a sábado, como es habitual en otros sitios. Igual que estamos acostumbrados a pedir cita para ir a la peluquería, proponemos algo parecido para venir a la librería», cuenta Arantxa. Esto, dice, le permitirá compatibilizar esta actividad con otros proyectos y ofrecer una atención más personalizada. Pero, en cualquier caso, las puertas de Caliza estarán abiertas durante gran parte de la semana, ya que su local acoge nueve grupos de lectura (cinco de narrativa, uno de ensayo, otro de novela negra, de álbumes ilustrados para familias o en sesión matinal). Y además, celebrará presentaciones y talleres literarios monográficos, «para profundizar en diferentes autorías o realidades». Entre las primeras propuestas estarán «Ana María Matute, maternidades o cómo transitar el dolor desde diferentes voces que lo han abordado».
Arantxa retoma en Caliza el espíritu que durante años desplegó en La Otra Librería. «Este es un lugar donde ocurren cosas, donde se proponen lecturas que nos hagan pensar, que nos remuevan e incluso incomoden. Aquí no se hace ningún casting. No hay que presentar un currículum de lector para participar. Es un espacio de confianza y seguridad, con personas de todo tipo que se reúnen para hablar de lo que leen. Y que disfrutan del poder de la literatura». ¿Y qué es la literatura? «En mi caso, una herramienta que me ha permitido y me permite enfrentar la vida, que hace del mundo un lugar más amable y mi existencia más poética y hermosa».
Y todo eso, dice Arantxa, ahora desde La Rondilla, su casa. «Yo vivo a tres minutos, mi hijo va al colegio aquí al lado. Eso es también muy importante para conciliar». Y además, con el foco puesto en el barrio. «No todo sucede en el centro de la ciudad», cuenta esta recién llegada a este centro comercial Rondilla. «Es un espacio que ofrece muchas posibilidades y que, sin duda, entre todos, podemos revitalizar». Por ejemplo, con sinergias y colaboraciones entre varios de sus moradores. Como la red cultural que Arantxa ha tejido junto a su vecina Mónica.
Mónica Santiago
Ya va camino de convertirse en una veterana del lugar porque su aventura comenzó hace meses, en mayo de 2023. «Estudié diseño de moda, pero es algo que no me define. Me formé en arte textil, hice un máster de moda sostenible…». Pero Mónica cuenta que necesitaba un cambio vital y lo encontró en un proyecto esdrújulo. Ácida es un taller de serigrafía, una tienda de joyas artesanas y, al mismo tiempo, un espacio que brinda a artistas emergentes para que muestren y vendan sus creaciones. «Tener un taller de serigrafía ha sido mi sueño, siempre. Es una técnica que combina el arte, la artesanía y la sostenibilidad». Y concibe la artesanía como un complemento fantástico para el diseño. «Una de las razones por las que, tal vez, se pierden tantos talleres de artesanía es porque se tiene la técnica, pero luego no consiguen conectar con el cliente», apunta Mónica, quien subraya otra característica de Ácida. «Es un espacio feminista. Mi compromiso fue, desde el principio, apostar por el arte creado por mujeres. Que al menos el 70% de las exposiciones fueran de mujeres». Lo ha cumplido con creces. El primer sábado de cada mes, a mediodía, inaugura una nueva muestra. «En estos meses, todas, salvo uno, han sido mujeres», cuenta Mónica, con Pina, compañera perruna, rondando por el local, que incluye una zona de taller y otra para la venta de láminas y creaciones de ilustradores locales y de fuera de Valladolid.
«Por un lado estuvo el tema económico, el alquiler es más asumible, pero también es una apuesta por el barrio donde vivo. Además, estos locales tienen un potencial increíble. Estamos en una plaza amplia, con terrazas, con la actividad que ya genera el centro cívico, con colegios e institutos en la zona. Que cada vez se instalen aquí más negocios y más iniciativas culturales es una oportunidad para el barrio», cuenta Mónica. Ácida es además punto de recogida para las cestas ecológicas del proyecto La Alholva.
Alen Cristhian Gonzáles
Hay una colección de empanadillas al otro lado del mostrador. Hasta 17 variedades, cuenta Alen Cristhian Gonzáles, cocinero peruano que destaca la enorme cultura que por este producto hay en muchos países de Latinoamérica. «En algunas ciudades, hay una tienda de empanadillas casi en cada esquina». Por eso, muchas de las creaciones de Cristhian se han bautizado con el nombre de un país. Está la empanadilla peruana (con masa quebrada) o la argentina (que tiene una masa más hojaldrada). También es hojaldrada la chilena, pero en este caso suma el aliciente del chile ahumado. «En todos los casos, es una masa casera elaborada por mí».
Este pequeño local en el centro cívico Rondilla es el obrador donde se preparan las empanadas (15 variedades), canapés y emparedados que se sirven no solo aquí, sino también en el negocio matriz de El Glotón, ubicado frente al hospital Clínico. «Allí empecé a trabajar como asalariado en 2010 y en 2014 tomé las riendas como autónomo». Aquel establecimiento de Real de Burgos está hoy atendido por su hermana y su madre. Ella es la responsable del 'picante', un complemento para muchas empanadillas elaborado con chile peruano rocoto, cebolla, tomate y cilantro «que le dan un toque especial».
Llegó un momento en el que tuvieron que buscar un espacio con salida de humos para la elaboración de las empanadillas y encontraron este local en la plaza de Alberto Fernández. «Al principio iba a ser solo la cocina, el horno, el lugar para cocinar». Pero ahora es un mostrador para despachar sus viandas. Y entre su clientela están «los mayores del barrio, pero también los chavales del Ribera de Castilla, que se acercan a la hora del recreo». «Es una plaza con mucha vida, pero que todavía puede ofrecer mucho más», asegura Alen Cristhian, quien estudió cocina en su Perú natal, después de confirmar desde muy joven que aquella era su vocación. «Con tan solo ocho años ya hacía arroz y frijoles. Cocinar siempre ha sido mi pasión».
Jorge Clemente Mulero
Jorge no está solo detrás de la barra. Cuenta con el apoyo de su padre José Antonio. Acaban de abrir, el pasado 1 de octubre, La terraza de Jorge, bar que toma el testigo de un establecimiento hostelero que sirvió cañas hasta hace apenas una semana y que sus anteriores dueños tuvieron que traspasar «para regresar a su país». «Nosotros tenemos otro bar, el Paula, en la calle Albacete, en Delicias. Y llevábamos tiempo con la idea de ampliarlo, de abrir otro más. Habíamos buscado por el barrio y teníamos un local mirado… pero surgió esta oportunidad de La Rondilla», cuenta Jorge, quien tenía buenas referencias de este centro comercial. «Mi tío lleva aquí ocho años, con La Zíngara», un bar que está en los locales de esta galería que miran a la calle Mirabel. «Es una zona con muy buen ambiente… y en la plaza hay espacio para grandes terrazas». De momento, cuentan con catorce mesas. Cuando haya que renovar licencia, piensan instalar más del doble, hasta llegar a las treinta. En ellas servirán sin duda la especialidad de la casa, las patatas Paula, un puré de patata rebozado «con su puntito picante». En el local de Delicias lo sirven viernes y domingo. Aquí tienen previsto prepararlo lunes y jueves.
Noemi Mayo
La tapa y las raciones con más tirón en el Bar Geñín son la oreja a la gallega, la careta frita. «Y la tortilla de patata. Es casera, ¿eh? Nada de tortilla del Mercadona», dice Noemi Mayo («sin tilde en el nombre»), camarera de un bar que acaba de llegar al barrio. Sirvió sus primeras cañas el 19 de junio, en este centro comercial Rondilla que suma nueva oferta hostelera. En este caso, de la mano de Marina, la dueña del negocio, quien recurrió a su árbol familiar para bautizar el bar con el nombre de los antepasados. Con una decoración de aires rústicos (mostrador de ladrillo, motivos de madera en las paredes), cuenta con un pequeño horno para preparar paninis y porciones de pizza. La cercanía del instituto suma clientela a un bar que también le inyecta vida a este resucitado espacio comercial.
Roberto López y Noelia Alonso
Y la oferta no deja de crecer. Roberto López y Noelia Alonso se afanan estos días en poner a punto La Mona, el bar que tienen previsto abrir a finales de este mes. «Yo siempre había querido tener un negocio propio, trabajar para mí. Y así fue como nos empezó a rondar la idea de montar aquí un bar». Será un espacio amplio (tres de las arcadas, cuando lo habitual es solo una) en el tramo más cercano al centro cívico. «Yo soy vecina de La Rondilla. Y además vengo a menudo a esta zona, porque las terrazas en verano tienen animación». Así que se animaron con esta aventura que se apoyará en «fútbol a tope y buenas tapas y tacones». El bar contará con dos pantallas (una de ellas de cien pulgadas) para seguir de cerca las competiciones deportivas. «Ya estamos ultimando los detalles», cuentan con el local recién pintado y a la espera de empezar con los detalles para abrir en breve un nuevo establecimiento que se suma al listado de nuevas iniciativas comerciales, hosteleras y culturales que en las últimas semanas han inyectado nueva savia al centro comercial Rondilla.
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