Fue el domingo 30 de agosto cuando comenzó a sentirse mal, justo un día antes de iniciar sus vacaciones. «Pensé que era un catarro, soy muy propenso a cogerlos, incluso en verano», recuerda Roberto Riol, 58 años, casado, dos hijas y jefe del Centro ... de Movilidad del Ayuntamiento de Valladolid. Es verdad que en 2007 sufrió una neumonía, pero aquello para él ya era agua pasada, a pesar de que le dejó un asma del que prácticamente se había olvidado porque «ya llevaba tres o cuatro años que no necesitaba tomar la medicación», explica. Sin embargo, lo que él consideraba otro de sus resfriados –ni por la cabeza se le pasó entonces que pudiera ser coronavirus– se fue complicando. «Me subió la fiebre a treinta y nueve y medio, el dolor de cabeza y el malestar general eran muy fuertes y no pasaban; aguanté con paracetamol hasta que no pude más», relata.
Publicidad
El jueves siguiente, tras dos consultas telefónicas con el médico, se acercó, ya bastante deteriorado, a Urgencias del Hospital Río Hortega. Después de la realización de una serie de pruebas y ya en la sala de espera, pendiente de los resultados, sufrió un mareo. «Me desmayé de camino a la consulta». Aquella reacción alertó de inmediato a los sanitarios que estaban de guardia. Lo cogieron como pudieron y lo metieron a un 'box'. Ahí se quedó. Una prueba PCR confirmaba lo peor. La covid-19 le había agarrado.
«Sientes mucho miedo por los tuyos y por ti, solo pensar que me podían intubar...; mentalmente te pones en lo peor, porque has oído hablar de las secuelas, piensas en un ictus, en un infarto...», explica este leonés afincado en Valladolid desde hace ya muchos años. A la par, llegaban las peores noticias. Su padre, con 82 años, ingresaba en el hospital de León con coronavirus, su madre también había dado positivo, aunque permanecía en casa sin síntomas, y su hermano, tres años menor que él, caía enfermo por la epidemia, lo que le obligaba a confinarse en el domicilio.
De repente, una parte de su familia, «el pilar de mi vida», subraya, estaba en peligro. Su hermana enfermera se convirtió entonces en un enlace fundamental entre él y los suyos. «Ella fue la que repartió calma y cariño aquellos días, además de información médica contrastada para intentar tranquilizarnos», agradece Roberto. El contagio, acota Riol, no cree que fuera en el ámbito del hogar, porque él llevaba mucho tiempo sin ver a sus progenitores. «Yo estoy en decenas de reuniones, por el trabajo me muevo bastante, pudo ser en cualquier sitio», explica.
Publicidad
Roberto se presta a ofrecer su testimonio por un motivo principal. Quiere enviar un mensaje. A los que fueron sus ángeles de la guarda y a la sociedad en general. «Mi objetivo es dar las gracias a todos los sanitarios que me atendieron; en los diez días que he estado ingresado no me ha faltado nunca el cariño, el ánimo de médicos y enfermeras, que hasta me reñían cuando no les decía que me dolía la cabeza o que me encontraba algo peor», rememora este funcionario municipal.
Y es que veía que los días pasaban y la planta se iba llenando de enfermos de covid. Pero «esa actitud de entrega» de los profesionales de la medicina no amainaba. «Todo lo contrario». A pesar de que la carga de trabajo subía exponencialmente, la atención no se resintió en ningún momento. «Están demostrando auténtica vocación por los demás», subraya. Riol suma un mensaje claro: «Nadie mejor que las autoridades sanitarias saben cómo hay que afrontar esto, tomar las decisiones por motivos sociales o económicos cuando está en juego la vida de las personas es algo completamente equivocado», añade, mientras apela también a la responsabilidad personal para evitar la expansión de los contagios de este bicho que está haciendo estragos.
Publicidad
Él solo necesitó oxígeno el primer día. La segunda jornada de ingreso ya saturaba mejor y a base de antibióticos la infección fue remitiendo. «Lo de estar solo en el hospital se lleva mal, pero al final con mi hermano y mi padre, que mantuvo una energía envidiable durante el ingreso a pesar de su edad, nos dábamos ánimos por teléfono», apunta.
Durante esos diez días el personal médico y la familia han sido su base. «No tenía ganas de hablar con gente del exterior, luego he agradecido las llamadas y los mensajes de amigos y compañeros, pero esto te deja hecho una piltrafa y no quería asustar a nadie, intentaba quitarle hierro, yo creo que solo los sanitarios y los que han sufrido esta enfermedad son conscientes del miedo que se pasa y del bajón que te entra», dice. Y es que, en un momento, la vida propia y la de los tuyos se sitúa en un filo muy peligroso.
Publicidad
Ahora Roberto Riol se recupera en casa. El 13 de septiembre otra prueba PCR confirmaba que todavía no estaba limpio, pero los médicos consideraron entonces que podía completar la curación en su hogar. Abandonaba el Río Hortega con ganas, pero sobre todo cargado de agradecimiento. «Todavía me fatigo al andar y he perdido seis kilos, pero me encuentro algo mejor», reconoce. De todas formas, su doctor le harecomendado calma para evitar complicaciones. Este virus es muy traicionero.
En León sus padres y su hermano también han logrado remontar, pero el susto no se lo quita nadie. El trago ha sido duro, pero le ha ayudado mucho a ordenar prioridades. «La solidaridad, la honestidad, la entrega en el trabajo... De verdad nunca podré agradecer lo suficiente el trato que he recibido en el hospital, han estado pendientes en todo momento, te explicaban tu situación con todo lujo de detalles y eso nunca se me olvidará», reitera este profesional, con ganas de retomar su vida, con un nuevo impulso, tras este complicado paréntesis.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.