«No me duele nada y no tengo ninguna enfermedad, pero a veces me canso si ando mucho», cuenta sonriente Constancia Magdaleno. Esta vallisoletana está a punto de cumplir 100 años y cuenta que no existe un secreto exacto para llegar a esta edad, únicamente «que Dios te lo conceda». En el repaso de su vida y los momentos que más le han marcado destaca su feliz matrimonio con Miguel Bausela, el nacimiento de sus siete hijos y «la suerte de llegar al centenario con buena salud».
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El 20 de mayo de 1922 nació Constancia en el pueblo zamorano de Castroverde de Campos. Allí vivió una infancia «feliz» y disfrutó de la escuela, sus amigas y su familia en la más sencilla humildad. Sus padres, Apolinar y Teodora, eran panaderos y trabajaban también en el campo. «No teníamos gran cosa, pero nos conformábamos con lo que había y no pedíamos más», recuerda, a la vez que cuenta cómo su padre le enseñó a leer antes de ir a la escuela. «Con él aprendí la lectura y cuando llegué al colegio me pusieron con los mayores para hacer sumas y restas. Las maestras no explicaban mucho y cuando nos enseñaron los ángulos lo hicieron con cuatro líneas en el encerado y nos mandaron a casa». Pero lo que más disfrutaba, según cuenta, eran los ratos que pasaba leyendo a las afueras del pueblo cuando hacía buen tiempo, en el cementerio o en las eras. Pese al paso de los años, Constancia todavía recuerda el nombre de sus dos maestras: Salvadora e Isidora.
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Pasó también su juventud en el pueblo, donde conoció a quien años más tarde se convertiría en su marido, Miguel Bausela. Tras siete años de noviazgo y al cumplir ella 25 años, en 1947, se casaron en una boda «sencilla y muy bonita, como todas las que se hacían por entonces en el pueblo». Ya como marido y mujer, ella se trasladó junto a él a Zaragoza, donde Miguel había solicitado un empleo como ferroviario en Renfe que le concedieron. Al año de casados, Constancia volvió al pueblo para dar a luz a su primer hijo, Ángel. «No había hospitales y en el parto me asistieron mi madre y mis abuelas; fue rápido y nos volvimos a Zaragoza», cuenta. Recuerda ahora los malabares que tuvieron que hacer en la pequeña habitación con derecho a cocina en la que vivían. «El cuarto era diminuto y con la cuna, que era una caja de frutas, y la cama no cabía nada más. Teníamos que poner al bebé encima de nuestra cama para poder cerrar la puerta y cuando bajábamos la cuna al suelo ya no se podía volver a abrir», cuenta entre risas.
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Pero el destino quiso que Segovia fuera su nuevo lugar de residencia en 1948 y, tras dos años, Venta de Baños. «No me importaba dónde vivir si estaba con él y con mis hijos, siempre hemos estado juntos en todo», explica emocionada al recordar los buenos momentos vividos junto a su marido. Ya en Venta de Baños pudo adquirir una vivienda que, según explica, «no era gran cosa pero nos bastaba para vivir». Allí nacieron sus otros hijos hasta llegar al séptimo y Constancia nunca trabajó fuera de casa, pero se encargó de que a su familia no le faltase de nada. «Yo hacía pastas, rosquillas y muchos dulces, además de la ropa para mis hijos porque no había dinero para comprarles a todos pantalones y zapatos».
Sus hijos fueron creciendo y la vida de Constancia giraba alrededor de ellos. «A uno le pegaron un tiro en la estación de Venta de Baños porque era policía y lo pasamos muy mal, pero se recuperó de las heridas», recuerda. Pasados unos años y sin nada más que trabajo en Venta de Baños decidieron dar el paso a la gran ciudad. «Vinimos a Valladolid porque la vida aquí era más fácil y en el pueblo no teníamos nada que nos atase. Los hijos eran mayores y teníamos que empezar a colocarles para darles un futuro, así que no lo pensamos y hasta hoy».
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Ahora, a tres días de cumplir 100 años, Constancia tiene siete nietos y ocho bisnietos, para quienes se deshace en halagos. Vive con una de sus hijas, Fuencisla, y su marido, pero recibe visitas casi diarias de los demás con sus descendientes. «Hago cojines y cortinas de punto para todos, servilleteros y bolsas para que guarden los juguetes, es mi entretenimiento preferido», cuenta. También acude todos los días a misa y a comprar el pan. Entre risas, tanto suyas como de sus hijos, reconoce que se cansa si anda mucho pero que consigue sacar fuerzas para hacer los recados. En su pensamiento diario continúa el recuerdo de su marido, fallecido en el año 2000 por un aneurisma y al que reconoce echar de menos porque «nunca hubo riñas ni disputas». Cuando le preguntan por el secreto para vivir hasta los cien años, Constancia dice que no existe tal misterio, «es Dios quien te lo tiene que conceder». Pasó la covid hace unos meses y «apenas se enteró», según cuentan sus hijas.
Para celebrar que Constancia ha llegado a los cien años, este viernes y sábado tiene dos grandes reuniones a las que acudirán todos los miembros de su familia. «Vamos a ir a misa y a comer todos juntos para que Dios me deje compartir unos pocos años más con ellos, los que él decida y solo si tengo buena salud».
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