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Aspecto de algunas casas a finales de los 80..
De salvación de chabolistas a supermercado de la droga

De salvación de chabolistas a supermercado de la droga

En enero de 1979 cientos de familias que vivían en las chabolas de San Isidro empezaron una nueva vida en el Poblado de la Esperanza; su integración social, sin embargo, terminaría en fracaso

Enrique Berzal

Valladolid

Lunes, 21 de enero 2019, 13:31

La gitana no podía contener la alegría: «Casi no hemos podido pegar ojo en toda la noche de la contentura». Ella y su familia estaban a punto de abandonar la insalubre chabola de San Isidro para iniciar una nueva vida en flamantes chalés adosados, de 60 metros cuadrados, en el barrio de Pajarillos Altos. La estampa era imponente: en medio de una densa niebla que todo lo envolvía, numerosas siluetas avanzaban con pesadez, acarreando bultos de diferente tamaño; se llevaban la chabola a hombros. «Vamos muy despacio porque hay que llevar todo a cuestas. No tenemos 'dekauves'», le decía una anciana al alcalde, Manuel Vidal García, antes de invitarle a almorzar sardinas asadas y vino tinto.

También la satisfacción del regidor estaba justificada: aquel día de enero de 1979, hace ahora 40 años, más de un centenar de familias gitanas, 109 para ser más exactos, eran rescatadas de la miseria que inundaba las graveras de San Isidro, pobladas de chabolas, para alojarse en el Poblado de La Esperanza. El Norte de Castilla dio la noticia de la entrega de las llaves el 13 de enero de 1979; tres días más tarde, hizo otro tanto con la culminación del traslado.

Como han escrito Luis Pastor y Henar Pascual en un documentado estudio sobre el barrio de los Pajarillos, fue en 1973 cuando, ante el agravamiento de la situación de los 600 chabolistas de San Isidro, se propuso darles alojamiento en un lugar digno. El expediente administrativo, hecho público por el gobernador civil, estaba fechado en marzo de 1973 y hablaba ya de 110 casas acogidas a los beneficios del Ministerio de la Vivienda, sólidas e higiénicas: «Las casas, de dos plantas, tienen en la parte posterior un patio. Se construirán en torno a una plaza porticada, cuyo centro se destinará a zona verde de recreo. Complemento de las viviendas son una guardería infantil y un centro social», explicaba el entonces presidente del Colegio de Arquitectos. Dos años más tarde, se publicaba el concurso-subasta en el BOE; se trataba, en todo caso, de un traslado transitorio para, en el plazo de doce años, proceder al realojo de las familias en diferentes zonas de la ciudad.

Aunque no faltaron detractores entre los vecinos de Pajarillos Altos, pues entendían que con los nuevos moradores la proporción de población gitana llegaría al 40%, en 1976 se dio el visto bueno al proyecto. Las viviendas estuvieron finalizadas en marzo de 1978; el Poblado de La Esperanza se asentaba en terrenos adquiridos por la Caja de Ahorros Municipal, vendidos luego al Ayuntamiento.

El derribo de las chabolas comenzó en la tarde del 15 de enero de 1979, nada más finalizar el traslado de las familias a sus nuevos alojamientos, y dejó al descubierto todo un rosario de insalubres calamidades: «Mire si habrá ratas, que por las noches no hace falta ropa para taparse. Con las que pasan por encima se abriga uno bien», le confesaba uno de los reubicados al periodista. «Una rata como un perro se llevó en la boca medio pollo que había comprado para comer», aseguraba otro.

Viviendas recién construidas.

La verdadera esperanza que albergaba aquel Poblado era conseguir la plena integración social de las familias gitanas, una tarea ardua si tenemos en cuenta su problemático punto de partida: procedentes casi todas del entorno rural, a su tradición itinerante unían unas costumbres culturales y una situación socioeconómica que las situaban en las esferas marginales. Aun así, no faltaron esfuerzos por parte de la Asociación Juvenil Gitana 'La Esperanza', que desde 1985 impulsó numerosas actividades culturales, lúdicas y deportivas, así como la creación de un Centro Social participado por el Ayuntamiento, la Diputación y la Caja de Ahorros Provincial, y un plan de desarrollo comunitario promovido por el Ministerio de la Vivienda.

El resultado, sin embargo, no fue ni mucho menos el esperado: a la altura de 1990, circunstancias como las prácticas natalistas de corte tradicional, el hacinamiento (en 1987 había 140 familias para 110 casas, lo que sumaba 730 vecinos), la degradación de las viviendas, la devastación de buena parte del pavimento, el paro estructural masivo, las crecientes dificultades para conseguir empleo, la preponderancia de población gitana a modo de gueto cerrado, la delincuencia juvenil, el tráfico de droga y el abandono por parte de las administraciones públicas terminaron por convertir el Poblado de La Esperanza en un gueto de jeringuillas, suciedad y marginalidad. La opinión pública y la opinión publicada coincidían en la necesidad de acabar con aquel supermercado de la droga. El Ayuntamiento, presidido por Tomás Rodríguez Bolaños, adquirió el compromiso de poner fin al Poblado y proceder al realojo escalonado de las familias.

Derribo de la última vivienda.

El derribo de las casas, iniciado en 1988, culminó el 17 de enero de 2003, ya con Javier León de la Riva al frente del Consistorio; ese día se demolió la última vivienda, la número 34, que llevaba deshabitada desde el año anterior. A partir de 1991, las familias comenzaron a ser realojadas en casas de protección oficial, viviendas unifamiliares y otras en altura. Según datos de la Fundación Secretariado General Gitano, la mayor parte fue reubicada en las zonas Este (41,6%) y del Esgueva (34,2%), y el resto en las del Pisuerga (9,2%), Centro (8,3%) y en pueblos de la provincia (6,4%). Fue un proceso complicado y con episodios de tensión con los vecinos de los barrios donde se llevó a cabo el realojo. Las subvenciones para la adquisición de nuevas viviendas ascendieron a más de 5,2 millones de euros.

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