Honorio Rojo, con sus hijos Tori y José Lucilo y su mujer Socorro, ya fallecida. El Norte

«Sabíamos que si cogía el virus no iba a poder salir adelante»

Honorio Rojo, vallisoletano de 86 años residente en el geriátrico de Ampudia, falleció el 1 de noviembre en el hospital Río Carrión de Palencia tras contagiarse de la covid -19

Eva Esteban

Valladolid

Sábado, 14 de noviembre 2020, 08:28

A Honorio Rojo la vida le dio «una de cal y otra de arena». Fue un «trabajador nato» –como le considera Tori, su hija–, que desde muy joven tuvo que emigrar del campo a la ciudad para ganarse el pan. No sabía leer ni escribir, ... y con tan solo nueve años se marchó de su Quintanilla de Trigueros natal para asentarse en Valladolid y trabajar como peón de obra. Los «cuatro duros» que ganaba los empleaba en «aprender a hacer cuentas». «Se fue con unos albañiles a trabajar a la ciudad, y con ellos convivió durante mucho tiempo. Hay que tener coraje y valor para irte tan pequeño a ganarte la vida y gastar lo poco que ganas en intentar formarte para ser alguien en la vida», dice.

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Fue un «luchador» hasta el final de sus días en el hospital Río Carrión de Palencia, donde falleció el pasado 1 de noviembre a los 86 años víctima de la covid. No obstante, fue en la residencia Domingo Gómez Lesmes de Ampudia, donde residía desde hacía seis años y medio, donde se contagió (se detectó un brote a mediados de octubre). «El virus entró en la residencia, sabíamos que ya había gente malita, pero nos dijeron que mi padre estaba bien, por lo que nos quedamos tranquilos, aunque expectantes, porque sabíamos que si lo cogía, por todo lo que llevaba detrás, no iba a tener buen final, no iba a poder salir adelante», reconoce.

Pero el virus no dio tregua y Honorio, una persona de trato cercano, afable, «muy querido y respetado por todos», se acabó contagiando. Unos días más tarde de registrarse el foco en el geriátrico, el personal del centro les llamó para comunicarles que había dado positivo, aunque era asintomático. «Al principio estaba bien, pero parece ser que al poco tiempo tuvo fiebre, no muy alta, solo unas décimas, y creyeron oportuno llevarle a Palencia al hospital», explica su hija.

Fue entonces cuando comenzó el «infierno» de la familia Rojo Gredilla. Tanto Tori como José Lucilo, su hermano, se pusieron «en lo peor» desde el primer momento. Las patologías que arrastraba su «papa», como se refieren de un modo cariñoso, serían decisivas para librar la batalla contra el coronavirus y poder salir victoriosos. «Lo vivimos con mucho miedo y preocupación. Sabíamos que iba a ser complicado que lo superara por la edad que tenía y la patología que llevaba. Le habían puesto tres 'stent', luego le dio un ictus, la parte derecha la tenía cogida, estaba operado de cadera y columna... Pero lo vital era el corazón y el ictus», admite Tori, al tiempo que insiste en que «dentro de su enfermedad estaba bien». «Mi madre murió a la misma edad, pero fue por vejez. Mi papa tenía mucha vida aún por delante y al entrarle la covid ha sido cuando ha muerto».

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Después de diez días ingresado en el Río Carrión, en planta, Honorio Rojo murió. El día de Todos los Santos, una fecha «muy especial» para una familia devota que vivía la Semana Santa vallisoletana con «gran pasión». «El día que fallece nos llaman a la una de la tarde para decirnos que no va a haber parte de fin de semana a no ser que su estado de salud empeorara, pero entonces tenía las constantes bien, no tenía fiebre e iban a intentar retirarle el oxígeno poco a poco», cuenta Tori, quien señala que fue ahí cuando «empezamos a ver un poquito la luz».

En cuestión de horas

Pero apenas doce horas después, sobre las doce de la noche, el teléfono de José Lucilo volvió a sonar. Eran de nuevo los médicos, este vez con malas noticias: Honorio había empeorado y les anticiparon que «estuviéramos pendientes porque mi padre en cualquier momento se moría». «No salíamos de nuestro asombro. La primera vez que nos llamaron dijimos 'mira qué bien', pero llaman a las doce diciéndonos que de un momento a otro se nos va... Fue un 'shock', no nos lo creíamos», incide.

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La última vez que Tori vio a su progenitor fue tan solo tres días antes de fallecer. Fue por videollamada, ya ingresado en el hospital, y le vio «bastante bien». Ahora, subraya, lo que «más» añorará serán esas «conversaciones, el día a día, irme a tomar un vino con él, que le gustaba mucho. Esos momentos que no son nada pero que hacen mucho». «Era una grandísima persona, un padre estupendo y un marido magnífico. No recuerdo nunca haberme reñido, ni una voz más alta que otra. Siempre nos dijo que se había conducido solo en la vida y le había ido bien y es el ejemplo que nosotros hemos tomado», apostilla.

Honorio Rojo ha dejado una huella «imborrable» en todo aquel que se cruzó en su camino. Cofrade de la hermandad de la Sagrada Pasión de Cristo de Valladolid, «adoraba» visitar Ampudia, de donde procedía su esposa, y por ello decidió pasar allí sus últimos años, pese a que tenía «toda su vida» en la capital vallisoletana. «Le gustaba muchísimo Ampudia, mucho más que a mi madre, pero decidimos que el último adiós tenía que ser en su tierra».

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