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Cada 'whatsapp' no enviado es un plato de garbanzos. Cada llamada no cogida, un puñadito de arroz. Cada corazón que no se aprieta en Instagram vale por unos gramos de macarrones. Y no decir me gusta en facebook es un sorbito de leche para las ... personas que no llegan a fin de mes.
Las universitarias que se hospedan en la residencia Esclavas del Sagrado Corazón, en la plaza del Salvador, se sometieron este miércoles a una severa dieta de teléfono con un fin solidario. Cada hora con el móvil apagado, sin la pantalla frente a sus ojos, sin los dedos haciendo kilómetros sobre el táctil cristal vale por un kilo de comida para el Banco de Alimentos.
Hay una caja en la recepción de la residencia con un montón de teléfonos mudos y abandonados, metiditos en sobres para que nadie tenga la tentación de cogerlos, encenderlos, meter pin y comenzar a teclear.
La idea fue de Fátima, 11 años, una de los seis hijos de Cristina Alonso, la directora de la residencia. Aquella noche, durante la cena, miró a su alrededor y vio a sus padres enfrascados en el móvil, a sus hermanos más pendientes de las aplicaciones que de la sopa, la tortilla, el postre. «La pobre intentaba contarnos cómo le había ido ese día en el cole y vio que no le hacíamos mucho caso, que cada uno estábamos con nuestro teléfono. Decía, ¿por qué si hay un día sin coche y sin humo, no hay un día sin móvil?», recuerda Cristina.
Le dio vueltas a esa idea y decidió aplicar esa medida en la residencia universitaria, pero con un añadido benéfico. «El objetivo es que ese esfuezo de no usar el móvil tenga un beneficio», explica. Y de ahí la propuesta. Invitó a las estudiantes allí alojadas a dejar de usar el móvil durante un día. Por cada hora, un kilo para el Banco de Alimentos, donado por Serunión, la empresa que gestiona el comedor del centro. El año pasado, de las 77 residentes, 62 se adherieron a la iniciativa. En total, 556,45 horas. «Jugamos con el nombre de la residencia y el lema de la campaña es: 'No seas esclava de tu teléfono'». Las participantes cuelgan en su perfil de 'whatsapp' un logo en el que informan de que participan en el reto, se ponen una pegatina en la solapa.
María Ruiz, 22 años, estudiante palentina de ADE (habitación 301) dejó ayer su móvil a las 7:30 horas. No lo recuperó hasta las nueve de la noche, durante una cena en la que se repartieron premios a la estudiante que lo dejó más pronto, que más tiempo estuvo sin él, al pasillo de la residencia más implicado en el proyecto. «Solo es un día y piensas que se te va a hacer imposible. Al principio te sientes raro, pero luego te acostumbras. Oye, hasta te sientes más libre. Al estudiar te concentras mejor: no te interrumpen cada cinco minutos, explica María.Reconoce que debería ponerlo en silencio si está delante de los apuntes, pero la tentación puede más.
«Cuando vas a salir sientes que te falta algo. Me he palpado varias veces los pantalones para buscarlo hasta que me he dado cuenta de que no lo tengo», reconoce Laura Iglesias, 21 años, de Ponferrada, estudiante de Enfermería. «Te das cuenta de que lo usas mucho por impulso. Piensas que tienes que buscar algo en Internet que en realidad no es importante. Lo he echado de menos al volver de clase: suelo venir escuchando música», indica Laura, quien recuerda que en este día sin móvil ha hablado más cara a cara con sus compañeras. «Con el teléfono te mandas un mensaje... y a lo mejor estás en la habitación de al lado».
«¡Y el reloj! He buscado uno para hoy porque ahora siempre miro la hora en el móvil», dice Noelia Gaspar, 19 años, Miranda de Ebro, aspirante a Policía Nacional, habitación 308.
Y las que no quieren participar en la iniciativa, ¿qué excusa ponen? «Que si tienen examen, trabajo en grupo y las tienen que llamar». Para emergencias, hay un móvil de servicios mínimos, que custodia Cristina, la directora. «Solo se ha usado dos veces: de dos chicas para llamar a sus madres».
Al final, se hace una encuesta anónima. La mayoría concluye que se han sentido «más libres, con más concentración al estudiar...». Pero también que el móvil, pese a paréntesis como el de ayer, se ha convertido en indispensable.
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