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La reinserción social de Santos tras salir de la cárcel: «Cuesta aprender a vivir»La libertad vigilada de Santos B., condenado en el País Vasco por un delito de sangre hace más de un decenio, se llama Coral Cuenca. ... Él, 28 años; ella, 25. Él, expresidiario desde hace unos meses de la cárcel de Villanubla; ella, su mentora y voluntaria de la Fundación Adsis, además de una especie de ángel de la guarda de Santos desde abril. Sus vidas se cruzaron, tal vez, cuando Santos más lo necesitaba. Llevaba nueve años en prisión, con escasos permisos concedidos, y necesitaba de una guía para afrontar la realidad de no ver paredes las 24 horas del día. Porque después de tanto tiempo sin libertad «cuesta aprender a vivir».
La historia de Santos y Coral es la de dos piezas que encajan a la primera. Ahora se ven todos los lunes en la misma cafetería de Parquesol para seguir con una reinserción en la que Santos, según palabras de su mentora, «va por el buen camino». Aceptó desde el primer día la condena impuesta en un juzgado de Vitoria, asumió el «delito terrible» que cometió para desde entonces mostrarse arrepentido y «respetuoso» con la familia de la víctima.
De un centro de menores en el País Vasco pasó a Villanubla y desde entonces su privación de libertad la cumplió en el mismo módulo. Con la premisa de no olvidar el pasado, se centró, según relata él mismo, en trabajar, no meterse en líos para hallar la libertad que perdió. «Trabajaba y colaboraba, pero los permisos no llegaron por diversos motivos. Nunca me desmotivé a pesar de que en la cárcel te vuelven a juzgar y me tratan como un número», agrega Santos B.
Así fueron los primeros años de Santos hasta que se convirtió en el manitas de la prisión. Chapuzas y buen comportamiento y cada cierto tiempo algún vis a vis con sus familiares.
Y en un día de esos, al ahora exrecluso le recomendaron que entrara en un grupo de jóvenes. «Era la primera vez que me empecé a sentir libre dentro de la cárcel», detalla. Detrás de esas clases y charlas se hallaba la Fundación Adsis, concretamente la psicóloga Txesa Lazcano. «Me encontré con una realidad de que eran niños de 18 a 21 años. Había familias desestructuradas, pobreza endémica, un trato terrible...Propuse a la fundación crear una terapia grupal (programa Enlace) para que estas personas tuvieran una reinserción efectiva. Porque iban a salir a la calle y se iban a sentir peor que solos o iban a volver a prisión. Ahora vemos, que después de tres años, los que salen no cometen delitos», incide la psicóloga.
Coral Cuenca
Mentora de Santos B.
Y entre ellos, Santos B., que lo que más agradece es no haberse sentido señalado en ese grupo. «Podía tener miedo por el delito de sangre que había cometido. Encontramos personas que nos trataban de forma normal», detalla Lazcano.
La terapia avanzaba y, de repente, el primer permiso de tres días de Santos B. Volvía a la calle para notar la brisa, pero también para recibir el beso de su madre. Y todo, en una ciudad de la que solo había oído hablar. «Hay mucha gente en Villanubla que habla de la ciudad. Muchos son de Pajarillos y solo se comentan que si tal es muy violento», agrega. Lo que sí sintió Santos antes de salir fueron muchos nervios. «Mis padres me estaban esperando. Les di muchos besos y abrazos. Les decía que nos fuéramos rápido de allí por si se arrepentían», rememora aún ilusionado. Tardes en Río Shopping con sus sobrinas, paseos por Campo Grande. «Me comentaban, ya verás qué impresión la gente. Y así fue», añade.
«Al salir te encuentras a gente que no sabe poner la pila a un reloj. Santos, por ejemplo, no soportaba estar en la cola de un supermercado. Pensaba que le conocía todo el mundo», manifiesta Lazcano sobre su primer permiso.
Y los tres días se acabaron. Tocaba volver a la cárcel, con el añadido de la covid: dos semanas de aislamiento para prevenir brotes. «Estaba sentando en la celda llorando, pero a la par me reía. Salía después de muchos años.
Porque las condenas largas, según detalla su actual mentora, sufren un impacto fuerte en el cerebro. «Normalmente la mente se adapta a estas situaciones, pero también está el otro lado, el suicidio. A la salida hay que cambiar el chip. Gente que está en la calle no es gente de prisión. Puede haber delincuentes, pero no les han pillado. Es un choque cultural fuerte. La vida se para en prisión, pero sigue fuera. No viven los cambios sociales, políticos, culturales... sales y todo choca. Y más en una ciudad que no es la suya. Santos ha dejado rápidamente ese pánico social que todo el mundo puede tener en prisión. Muchos presos hacen mal uso de los permisos al drogarse o meterse en líos. En Santos era totalmente distinto», agrega Coral Cuenca.
Y en abril de este año, Santos estrenó la libertad vigilada. Se encontró de nuevo con sus padres para continuar su proceso de reinserción con Coral. «Solo pensaba en cómo me vería ella. ¿Sabrá mi delito? La cárcel te hace prudente. Pero no vi prejuicios. No había etiquetas», recuerda Santos B. En el otro lado de la mesa de la cafetería, Coral también se mostraba con nervios. «Yo le noté esa sensación, pero también vi que tenía esa conciencia de lo que había hecho. Tenía ese arrepentimiento. Es importante para la reinserción. Si no existe esa conciencia, olvídate de la reinserción. En Villanubla ves muchos chicos que no se dejan ayudar. Es triste, pero es así», añade Coral al comentario de Santos.
Santos B.
Expresidiario
La confianza fue ganando en los dos protagonistas de esta historia. Santos le contaba lo que le gustaría hacer; Coral, por su parte, se centraba en que aprendiera a vivir en sociedad para no volver a prisión. «Este es el caso de la reinserción pura y dura. Empieza en la cárcel y continúa fuera», afirma Coral.
En este tiempo por las calles de Valladolid, Santos se ha adaptado a su nueva vida. Ha formado su familia y hace tres meses nació su primera hija. «Me asustaba cuando escuchaba cualquier ruido durante las dos primeras semanas. Siempre he sido un trabajador y lo seguiré siendo. Es imposible olvidar todo», concluye Santos, quien ya se plantea cuando su condena finalice ser voluntario para ayudar a los internos de Villanubla.
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