El refugio de los veranos

Rara vez paseábamos Miguel Delibes y yo, por los habituales entornos vallisoletanos, en tiempo de verano. Ni en julio ni en agosto. Meses que Miguel pasó, de por vida, en su residencia de Sedano, pueblecito de Burgos, donde él se sentía plenamente feliz. Al menos eufórico.

Sedano era reencontrarse con el campo, con la naturaleza, con su «vida al aire libre» a la que tanto ansiaba volver y de la que tanto escribió.

Ahora que acabamos de empezar el mes de julio, se me brinda la oportunidad de mentar y recordar algunas de 'mis horas con Delibes' en aquel entorno, en el pueblo burgalés de Sedano. Cada verano solía yo escaparme una o dos veces y pasar el día charlando y paseando con Miguel, digamos que para no perder el hábito vallisoletano.

Paseábamos por el vallejo, pródigo en frutales, donde se asienta el caserío; a orillas del río Moradillo, pródigo en cangrejos antaño, según recuerdos del escritor; o por los senderillos en derredor de la casona de piedra del siglo XVIII o del refugio de madera donde Delibes trazó, redactó o remató más de un libro.

'El hereje', sin ir más lejos, publicado en 1998, pero escrito a lo largo de los dos veranos precedentes en el refugio de Sedano. Cipriano Salcedo, el protagonista, bien podríamos decir que, como personaje, es sedanés de pura cepa.

Me había contado Miguel, en junio de 1996, que acababa de enfrascarse en una nueva novela, y me pidió que no dejase de acercarme a Sedano para hablarme del proyecto. Y me acerqué, cómo no iba a hacerlo.

Fue el 8 de agosto. Viajé a Sedano en mi coche y me encontré al escritor, en su pequeño refugio de madera, rodeado de libros de Historia y de montones de fotocopias subrayadas y anotadas. Era su material de consulta.

–En mi vida me he visto en otra igual – me suelta nada más verme–. Nunca he necesitado investigar para escribir una novela. Siempre he escrito de lo que sabía y conocía de primera mano. No sé qué saldrá, amigo Ramón.

Pues salió, nada más y nada menos, que su postrera novela, la culminación más señera de su carrera literaria. Y fue en Sedano donde se fraguó casi por entero.

Sedano fue su pueblo, el pueblo de Miguel Delibes. Él mismo lo dejó escrito en su libro «Vivir al día»: «Sedano es mi pueblo; y no por la casualidad de haber nacido en él, sino por decisión deliberada de haberlo adoptado entre mil».

Dicho queda. Pero me gustaría cerrar mi «hora» de hoy con otra cita textual, esta vez de su libro «Castilla habla»: «Entonces, hace ya nueve lustros – habla Delibes de sí mismo en tercera persona–, su juventud extrema y su amor incipiente, ponían lo que quitaba el hambre y las sombras de posguerra. Apenas apuntaba agosto, amarraba el cronista una camisa y un par de calzoncillos al soporte de su bicicleta Arelli y salía pedaleando de Molledo-Portolín, en la provincia de Santander, atravesaba Reinosa y el balneario de Corconte, almorzaba un par de huevos con chorizo en el estanco de Paradores de Bricia y al caer la tarde, entre dos luces, aparecía por Sedano, cuando las gentes del pueblo disponían sus arañas y reteles para salir a cangrejos en el río Moradillo. Allí, en un rincón de la plaza, en la casa de los Gallo, esperaba la novia del cronista»

Y termino con una pregunta, compendio de esta crónica: ¿Por qué nombró Delibes a Sedano como su pueblo? Porque él era de ciudad y necesitaba tener un pueblo, aunque fuera de adopción. Y es que, como dice el Isidoro, protagonista de sus 'Viejas historias de Castila la Vieja', «ser de pueblo es un don de Dios». Pues por eso.