A las cuatro de la mañana les despertaron los ruidos de las bombas. Aquel 24 de febrero fue para ellos un punto de inflexión en su vida. No salieron de casa en tres días, en los que las horas pasaban lentas entre el piso y ... el sótano y el miedo a morir aceleraba los nervios. Hasta entonces la vida de Oleksii y Oksana Kotenko, una pareja de 43 años transcurría tranquila y feliz en Kiev.
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Ambos licenciados en Derecho y Psicología trabajaban y vivían cómodamente con sus tres hijos, Yelisaveta y Mariia, gemelas de 9 años, y Daniil, de siete. Pero pasaban los días, los bombardeos no cesaban y vieron que no podían seguir en la ciudad donde crecieron. «Teníamos mucho miedo, corríamos grave peligro y tuvimos que marchar», dice Oleksii con los ojos tristes (pudo salir del país por ser padre de familia numerosa).
El 3 de marzo cerraron la puerta de su casa en Kiev y se montaron en el coche con los tres niños, la madre de Oksana, Nataliia, y el gato que tenían como mascota. «Es muy duro trabajar toda la vida para tener algo y en un momento no tener nada, saber que solo cabe en el coche tu familia y lo básico para viajar», explica Oleksii con sorprendente soltura en un idioma que ha tenido que aprender a marchas forzadas.
Un año después de aquel viaje a la desesperada para escapar de una guerra que ha matado a más de 8.000 civiles ucranianos y que ha obligado a más de 8 millones de personas a huir a otro país, esta familia explica cómo han vivido todo este tiempo como refugiados y el futuro que les espera ahora.
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Después de dos días de viaje en coche llegaron a Madrid el 5 de marzo y Cruz Roja les prestó ayuda dentro del sistema de acogida a personas solicitantes de Protección Internacional. En una primera fase de ayuda, en Madrid permanecieron un par de meses alojados en un hotel cerca de la terminal del Aeropuerto de Barajas, después fueron trasladados a un albergue en El Escorial. Oleksii habla en nombre de su numerosa familia cuando recuerda la incertidumbre que tenían al no conocer el idioma, la inseguridad que les generaba el no saber qué iba a ser de ellos y el miedo a no poder plantearse un futuro.
El mayor obstáculo que encuentran ahora es el de encontrar un alquiler para comenzar una vida más autónoma. En Madrid directamente la opción de encontrar una vivienda les fue imposible, lo intentaron también en Asturias y tampoco hubo suerte. «Les pusieron muchas trabas, excusas como el tener niños, el tener mascota, si no tienen un aspecto europeo también se echan para atrás...», interviene Natalia Martín, técnico del Plan de Protección Internacional de Cruz Roja, ella ha sido uno de sus apoyos para comenzar en Valladolid.
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Aquí llegaron el 19 de diciembre y tras dos meses en situación de acogida y de intensa búsqueda de piso, al fin han podido comenzar una nueva etapa. «Ellos han tenido suerte porque hay familias que llevan seis meses intentando buscar vivienda. Lo tienen muy complicado y normalmente no les alquilan porque piensan que se van a marchar de un momento a otro, por su nacionalidad y por la barrera idiomática», añade Martín.
Esta entidad acoge actualmente en Valladolid a 48 refugiados en 11 pisos de la capital y cuando pasa esa primera fase de acogida, les certifican un documento que los refugiados pueden mostrar a los arrendadores «para que sepan que asumimos los costes hasta que ellos puedan hacerlo», dice Martín.
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laura manjarrés
Técnico del Plan de Empleo de Cruz Roja
Tras muchos días de búsqueda, Oleksii y Oksana viven ahora en el barrio de San Juan y sus tres pequeños van al colegio Gabriel y Galán. «Ellos se están adaptando muy bien, aprenden muy rápido», dicen sus padres, que se están esforzando mucho para acceder cuanto antes a un puesto de trabajo. «Vamos a clases de español todos los días por la mañana y por la tarde también, practicamos español con los niños y entre nosotros», asegura la pareja.
Ahora aspiran a encontrar un trabajo, quieren ser tan independientes como lo eran en Kiev, aunque el nivel profesional y el nivel de vida que mantenían allí es imposible que lo tengan aquí. Al menos por el momento, tendrían que pasar años para que pudieran homologar su doble licenciatura y les toca que empezar de cero con algún trabajo donde el idioma no sea fundamental.
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«Se trata de empleos relacionados con el sector de la limpieza, la albañilería, la cocina o la hostelería», explica Laura Manjarrés, técnico del Plan de Empleo de solicitantes de Protección Internacional de Cruz Roja.
Ellos les respaldan en los primeros pasos para acceder al mundo laboral en un país distinto al suyo. «Se procura fomentar su empleabilidad, con talleres de orientación, de competencias digitales, preparación de currículum, de entrevistas y con prácticas en empresas para que encuentren un trabajo», puntualiza Manjarrés, aunque admite que para llegar a esta fase el proceso es largo porque tienen que superar la barrera del idioma.
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«Depende mucho del nivel de estudios o formativo que tengan previamente. Algunos necesitan muchas más horas para aprender el idioma, cada caso es un mundo», aclara Manjarrés.
Una vez que Oksana y Oleksii encuentren empleo dejarán de depender de Cruz Roja y empezarán a mirar de nuevo al futuro. «Nuestra vida se ha quedado allí, nuestro corazón también, pero tenemos que vivir aquí y ahora porque ya no es como al principio», dice Oleksii. Sueñan, eso sí, con poder volver a su hogar, pero son conscientes de que la guerra va para largo. «¿Hasta cuándo? ¿Cuánta gente más tiene que morir?», se pregunta él.
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