

La reforma del Hospital Felipe II acelera el cierre del quiosco de San Blas
El establecimiento bajará la persiana para siempre a final de mes después de que el propietario vendiera su espacio para que Recoletas amplie la entrada del complejo asistencial
El quiosco Chupalandrina, ubicado en la calle San Blas cierra a final de mes. Su dueño desde hace seis años, Pablo Castaño, ha recibido una ... oferta que no ha podido rechazar y de esta manera se pone fin a un establecimiento que, con diferentes estructuras, llevaba 45 años instalado en esta céntrica calle, junto al Colegio Santa Teresa de Jesús. El dueño del establecimiento explica la oferta que ha recibido de esta manera: «El quiosco se cierra porque el Hospital Felipe II va a hacer una obra, quiere que las ambulancias entren de una manera más cómoda, y me han comprado el espacio para conseguirlo», explica este quiosquero, que se muestra satisfecho con el acuerdo. «Lo he hablado con otra gente y me han dicho que lo que me ofrecen es más que justo. Sé que dentro de veinte o treinta años, cuando me fuera a jubilar, no iba a recuperar ni la mitad de lo que he invertido y ahora consigo al menos algo de dinero», añade.
La oferta de Recoletas llega por una necesidad imperiosa del hospital, que necesitaba desde hace años mejorar la accesibilidad de su entrada, tal y como explica su gerente, Ana Lía Juárez. «La parte de fuera dará acceso a las ambulancias para que puedan entrar y salir, porque ahora se quedan fuera del vallado ubicado junto al quiosco. Todo eso desaparece para mejorar el acceso de ambulancias y pacientes», explica la gerente del Recoletas Felipe II, quien adelanta que el inicio de las obras está previsto para el mes de mayo y que, una vez finalizada esta actuación -que se prevé tenga una duración aproximada de entre cuatro y cinco meses-, se acometerá la reforma de la cuarta planta, en la que están ubicadas las consultas.

De esta manera, el Hospital Recoletas Felipe II renovará toda la planta principal, en donde se ubicarán la admisión del centro asistencial, la de diagnóstico por imagen y la del servicio de urgencias. Y, para lograr esta mejora, han comprado el espacio del quiosco a Pablo Castaño, que tiene 39 años y, tras el cierre, se va al paro. «Ahora me toca buscar y a lo que salga», reconoce con pesar para explicar después cómo se siente tras anunciar el cierre de su negocio. «Por un lado, tengo una sensación de alivio y por el otro, de tristeza», afirma este quiosquero, que en los ocho metros cuadrados de su establecimiento ha tenido infinidad de experiencias durante los seis años que ha estado al otro lado de la ventanilla. «Aquí he pasado desde una pandemia hasta situaciones surrealistas con personas que se acercan para preguntarme dónde está el hospital, cuando lo tengo detrás», explica con una cierta dosis de humor.
Ahora, los clientes tendrán que ir a otros sitios para adquirir los productos que antes compraban a Pablo. «A los niños del colegio les ha dado mucha pena. Me han dicho que me van a echar mucho de menos», explica el todavía quiosquero, que no sabe qué será de la estructura que retirará de la vía pública cuando cese su actividad. «Lo llevaré a la chatarra o que se lo lleve una grúa y que haga lo que estime oportuno con él», afirma poco antes de decir que tendría sentimientos encontrados si su medio de vida se acaba convirtiendo en una barbacoa, como le sucedió al quiosco que estuvo 26 años frente al Teatro Calderón. «No me importaría porque la estructura se aprovecharía para algo, pero esto se creó para algo muy distinto», añade.
Lo que sí se seguirá utilizando para lo que fue creado es el Hospital Recoletas Felipe II, que lleva seis años inmerso en un proyecto de transformación que le ha servido para realizar obras de mejora en las plantas de hospitalización, así como en el Instituto de Otorrinolaringología, en el Instituto de Urología y en el servicio de Alergología. Pronto las obras llegarán a la entrada del complejo asistencial, a la que Pablo dejará su espacio gracias a una oferta que no ha podido rechazar y que le deja con esa mezcla de «alivio y tristeza» que reflejaba al inicio de estas líneas.

«No se quieren reutilizar para nada los quioscos y es una pena»
El goteo de quioscos que van echando el cierre es incesante y Pablo Castaño lanza un llamamiento al Ayuntamiento para que recupere el patrimonio que ha formado parte de la ciudad y que, en muchas ocasiones, termina en la chatarrería. «A nivel institucional no se quieren reutilizar los quioscos para nada y es una pena. En otras ciudades, como Lisboa, estas estructuras se han utilizado para bares y floristerías y aquí se podía hacer algo similar. Es una pena que algo así acabe reducido a chatarra», concluye Pablo, que el día 31 de marzo dirá adiós a su negocio y pondrá fin a los 45 años de historia del quiosco de la calle San Blas.
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