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Recaudan dinero para que una exludópata eluda la cárcel tras cometer varios hurtosA María Fernanda Caballero –Zaratán, 67 años– la vida se le torció en septiembre de 2021. No recuerda exactamente cómo, ni dónde, pero sí por qué: entró en una espiral de adicción a las tragaperras. Sentía una necesidad insaciable de introducir continuamente monedas por la ... ranura de esas máquinas en busca de combinaciones aleatorias que le escupieran dinero en efectivo.
Ese ansia por conseguir, como fuera, unos euros para poder calmar esa 'sed' de juego le llevó a delinquir. Trabajaba como asistenta de hogar, a través de una empresa intermediaria, en varios domicilios de Valladolid capital. Aprovechó esa situación, su puesto laboral, para robar las joyas de los moradores para posteriormente venderlas y gastar ese dinero en el juego. En seis meses, se llevó joyas valoradas en 14.000 euros de hasta seis viviendas. Hasta que el 21 de febrero de 2022, cuando precisamente se dirigía hacia una sala de juegos, la detuvo la Policía Nacional.
Hechos por los que ahora, para eludir la cárcel, debe abonar 3.000 euros antes del día 27 de este mes tras el acuerdo al que ha llegado su abogada con la Fiscalía. A mayores, tendrá que pagar mensualmente cien euros, hasta alcanzar esa cifra de 14.000 euros. Pero es un dinero que, dice, no tiene. Por ello, la Asociación de Jugadores Patológicos de Valladolid (Ajupareva), donde María Fernanda acudió tras ser puesta en libertad con cargos, ha puesto en marcha una campaña de recaudación de fondos en la plataforma gofundme.com para obtener esos 3.000 euros y lograr así que pueda cumplir su parte del pacto con la Fiscalía y no ir la cárcel. «Tengo pánico a la prisión. No tengo ese dinero, me arrepiento todos los días de lo que hice, por eso estoy en tratamiento», dice, cabizbaja, mientras coloca sus mechones medio castaños, medio canosos, tras las orejas.
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Intenta encontrar el porqué de su comportamiento. Lo resume en que, sencillamente, es «inexplicable». Mira hacia atrás y no se reconoce. No estaba bien. «En septiembre de 2021 fue brutal, desde que me levantaba solamente pensaba en ir a las salas de juego. Me entró un ansia de jugar, jugar y jugar. Iba todos los días desde que salía de trabajar hasta que cerraba; estaba deseando salir del trabajo para vender las joyas que había cogido e irme a jugar», recuerda. «Cuando empecé en estas casas, llevaba tres días sin jugar y vi muchísimas joyas. Fui cogiendo unas pocas de cada una y me iba rápidamente a jugar; lo perdía todo, claro, pero mi obsesión era estar con la máquina», continúa.
Tuvo, cuando era adolescente, un primer contacto con las tragaperras, pero «no fue a más». Tenía 16 años, su madre acababa de fallecer y se fue a vivir a Madrid. «Como no bebo alcohol, entré en una cafetería de la Puerta del Sol, me pedí una manzanilla y vi a un señor que estaba jugando en la máquina. Le vi que le dio dinero, y cuando se fue probé yo. Me salió el especial, en un minuto gané lo de un mes, y fue ahí la primera vez que jugué. Pero no lo hacía siempre, no era habitual, solo cuando tenía dinero echaba alguna moneda», incide.
Asegura que una de las «cargas» que tiene en su conciencia es fallar a quienes le dieron una oportunidad. Dice que el «daño» que les hizo le acompañará «toda la vida». Fue cuando subía la rampa de los juzgados, en la mañana del 22 de febrero de 2021, cuando le «dio por pensar» que no estaba bien, que necesitaba ayuda. «No era normal esa actitud, estaba fatal. No sabía ni qué hacer. Nada más llegar a casa, me metí a la cama y estuve toda la noche pensando. Por la mañana siguiente fui a la asistente social, me contactaron con Ajupareva y desde entonces estoy aquí», apunta María Fernanda, al tiempo que concreta que acude «a todas las terapias» y además recibe tratamiento psicológico porque ha tenido «tres intentos» (de suicidio).
Encontró en Ajupareva una nueva oportunidad. Gracias al equipo liderado por Ángel Aranzana puso nombre y apellidos a lo que le pasaba: «ludopatía», pronuncia, con esfuerzo y la voz entrecortada. Ahora, año y medio después alejada de las máquinas tragaperras, solo busca salir adelante y pagar por los errores que cometió en el pasado. Vive en una casa compartida en el barrio de La Rondilla y disfruta de algún momento con su nieta, su «motor». Ahora, solo le queda esperar hasta el día 25, fecha límite para recabar esos 3.000 euros y poder abonarlo para eludir la cárcel.
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