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El rastro de Valladolid arde. Su gente está encendida. Muy enfadada. Pero mucho, además. Resulta que El Norte se acerca a hacer un reportaje costumbrista y se encuentra con una rebelión. Así. Como suena. La mecha se prendió el lunes. El sorteo de los 150 ... puestos de esta 'planta sótano' del mercadillo junto al estadio Zorrilla, bazar de todo y de nada, reino de la tan cacareada economía circular, paraíso de las tres 'erres' del reciclaje, ha dejado fuera a 57 veteranos de este concurrido zoco, atracción en festivo para los aficionados a la rebusca. Algunos, con cuarenta años de antigüedad. No solo eso. Desde ahora, estos comerciantes a tiempo dominical, que lo mismo ofrecen en sus escaparates a la intemperie una sobada muñeca Nancy que una radial a la que le podría quedar tute o un oxidado candelabro de cuatro brazos, tienen que darse de alta en autonómos. Lo dice el Ayuntamiento. La ley regional, argumenta la concejala Charo Chávez, obliga. Se les ha dado dos años de tregua, alega, pero ya no se podía hacer más la vista gorda.
«¡Pero esto qué es, ¿se creen que nos hacemos ricos?! Aquí viene gente muy humilde, que da una segunda vida a las cosas y complementan la escasa pensión, ayuda o sueldo que cobran, aquí se saca para poder comer la semana siguiente o pagar la luz, y eso si se saca», claman en un corro formado junto a Juan Carlos Rodríguez, uno de tenderos clásicos al que la suerte de ese polémico bombo no le ha sonreído.
Hoy ha colocado sobre las mesas, en las que ya no puede dar salida a su género, unos carteles denunciando el «atropello». Amarillos fosforito. Que se vean. Porque aquí lo del Instagram y demás mandangas virtuales no manda. Es el cara a cara, el encuentro semanal. «¡Muy bien, esto no se puede consentir!», le respaldan sus colegas cuando muestra a la cámara los «escritos» de protesta.
Indignación absoluta y solidaridad máxima. Nadie quiere dejar atrás a los suyos y «ninguno» puede afrontar ese pago, astronómico para unas carteras que, en la mayoría de los casos, dicen, son de subsistencia. Mucho de lo que aquí se expone llega de la basura, de contenedores, de restos de obra... «Hay personas para las que es un ingreso vital para seguir adelante, ¿o nos ves pinta de millonarios?», pregunta un afectado.
«Parece que lo que buscan es acabar con el rastro, cuando es una tradición de toda la vida en Valladolid», subraya Javier Martínez. Él trabaja la almoneda y las antigüedades. Compra lotes en casas de herencia. «Ya no es solo la venta, somos como una familia y para nosotros esto es una parte de nuestra vida; si nos lo quitan, nos matan», recalca. Nadie se niega a abonar los 40 euros de tasa municipal cada tres meses por cuatro horas de domingo. Ojo, porque si llueve, no montan. También admiten la obligación de formalizar un seguro de responsabilidad civil. «¿Pero autonómos, a quién se le ha ocurrido esa barbaridad?».
Quieren dejar claro que no están en contra de nuevas incorporaciones. «Hay sitio para todos y si tenemos que apretarnos, nos apretamos, pero dejar fuera a gente que lleva toda su vida, ¡por Dios!», lamentan en la agitada conversación. La edil Chávez acota: el listado es aún «provisional». «Nos hemos puesto en contacto con la Seguridad Social para evitar que tuvieran que pagar y no hay forma de esquivarlo, porque ejercen la actividad de manera habitual. Se ha hablado con las cooperativas para que los animaran a asociarse, serían ciento y pocos euros y entra todo: el alta, el seguro y la gestión», explica la responsable municipal, quien añade que uno de los requisitos para plantar el tenderete es que no tengan deudas con el erario público. Algunos, asegura, las tienen «de hasta 8.000 euros». A estos se les ha ofrecido el pago a plazos.
Hablan los gitanos mayores. Gente «de respeto». Como un pincel, con su impecable traje y tocado por un sombrero borsalino de pana marrón, Emilio Fernández, uno de los fundadores de este zoco de la segunda y enésima mano, espera que al alcalde y los concejales «les toque el corazón». Don Emilio no se anda con medias tintas. «¡Cómo revolucionados, es una vergüenza y que me perdonen; según está la vida hacernos esto, luego cuando llegan los votos bien que vienen ...».
Los testimonios son muchos, pero no nos caben. Ángel Rivera, Jesús Ramírez, Manuela Jiménez, Enrique Borja, Faustino Hernández... Payos y calós. Mayores y jóvenes. Todos, en pie de guerra. Entre los clientes la sorpresa también es mayúscula. Un habitual es Manolo Soler, conocido comerciante del centro y expresidente de la patronal de la provincia. Lleva más de treinta años sin faltar los domingos a este bazar en sus diferentes ubicaciones. Tiene muchos amigos en él. Hoy se lleva un libro de 1914, dos cromotipias de bodegón «muy interesantes» y un mapa de carreteras del 49. «Cositas curiosas». Total: ocho eurazos.
Se pregunta Soler el por qué de esos requisitos tan exigentes a personas que con estos puestecillos complementan su economía semanal. «Además, cumple una función ecológica, en el rastro se han recuperado montones de cosas, objetos sorprendentes que de otra manera habrían acabado en el vertedero y que tienen valor de preservación», apuntala el exdirigente de la antigua CVE.
El conflicto en el Real de la Feria está hoy en un punto álgido y, de momento, no tiene pinta de amainar. La concejala pide calma y avanza su intención buscar soluciones, aunque se antoja complicado si la normativa manda. Los del zoco ya advierten que ellos no van a aflojar. «Es una canallada», resumen con disgusto.
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