¿Dónde estás? Quiero verte...
Diario de un confinamiento. Día 8 ·
... pero ahora no, ni a ti ni a nadie. Ni se te ocurra pisar la calle ahora porque lo que quiero es verte cuando haya pasado todo. Verte para no dejar de verteSecciones
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Diario de un confinamiento. Día 8 ·
... pero ahora no, ni a ti ni a nadie. Ni se te ocurra pisar la calle ahora porque lo que quiero es verte cuando haya pasado todo. Verte para no dejar de verteDicen que estás muerta,/las calles desiertas del olvido.../Nunca sabrán que sigo el rastro de tu amor. (...)/Dónde estás?/Quiero verte...(...) Princesa de mi soledad... '¿Dónde estás?' (Jaime Urrutia, 2009).
Hoy he vuelto a salir temprano para venir al periódico pero cada vez apetece ... menos estar en la calle para sentirla desierta. Es una sensación incómoda entre la soledad, la clandestinidad y la tristeza que probablemente sería mucho más difícil de experimentar en Sortland (10.000 habitantes, al norte de Noruega), en una fría tarde de enero volviendo a casa tras la derrota en el último minuto del equipo local de fútbol (existe y milita en la Cuarta del fútbol noruego) y sabiendo que no te queda ni una cerveza en casa –vamos a no hacer más sangre y a pasar de puntillas en lo de que el hincha sortlandés que retorna al hogar con el sabor de la derrota en la boca y acordándose de la anciana madre del árbitro no ha probado una Mahou en su próspera, ojiazúlica, pelirrúbica y metronovéntica vida–.
De mi portal al garaje apenas distan doscientos metros por la ruta más larga, la que cruza la plaza del Salvador –menos incluso si escoges ir por Fray Luis de León, pero el camino es bastante más feo–. Unos pocos hectómetros, que diría don Camilo, en los que te da tiempo, en condiciones normales y con el escenario lleno de figurantes, a sentir el palpitar de la vida en todas sus manifestaciones, las que te alegran el día, las que sorprenden y hasta las que te cabrean.
Ya no está el recado color glacé que cada mañana a diario deja en el suelo el perrito o la perrita de la dueñita o el dueñito que prefiere no salir a la calle con la bolsita de marras para así compartir el resultado de la evacuación intestinal de su mascota con el resto de los mortales, casi siempre a la altura –para más INRI– del lateral del centro escolar concertado Rafaela María. Y esta ausencia sí que es rara. Ellos, amito o amita y su can, pueden salir a diario. Tal vez son de los que interpretaron la orden de confinamiento como el comienzo de un macropuente y escaparon para pintar de marrón las calles de la localidad –mar o montaña–, que escogieron como segunda residencia.
Echo de menos ese instante mágico de primera hora en el que los noctámbulos rezagados camino de la cama –es el mejor camino–, se cruzan en intersección de preferencias, todas dignas de respeto pero unas más aburridas que otras, con los repelentes madrugadores de domingo, que salen de casa repeinados y con la gotita de colonia surcando su descansada frente.
Me faltan también los niños que chutan el balón una y otra vez contra la fachada de la iglesia del Salvador en la que algo más tarde, a la una de hoy domingo, su párroco, Don José –también y con el mismo respeto pero sin imposturas, Pepe–, ejerce su magisterio, con tanta verdad en el corazón como para lograr siempre que me tiemblen los sólidos principios de mi cada día renovada, aunque respetuosa, militancia atea. Me faltan sus feligreses, que empezarán a abandonar el templo a eso de las dos de la tarde al reencuentro con el miembro de la familia, más previsor que oveja descarriada, que sacrifica el precepto para guardar mesa en la terraza o sitio en la barra donde disfrutar del bien ganado momento del vermú tras el que ahora sí poder ir en paz.
¿Dónde están los que entienden como hacer deporte subir al José Zorrilla con la bolsa de los bocadillos en una mano y el niño-a, en la otra? ¿Dónde los que en el día del Señor van a comer a casa de la abuela? ¿Dónde la madre que al salir de misa le pregunta por octava vez en el fin de semana a su preadolescente hija si no le quedan deberes por hacer? Donde estéis, por favor, os seguís guardando, que siento que me faltáis todos y cada uno de vosotros, pero para recuperaros no se me ocurre nada mejor que seguir echándoos de menos.
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