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Esta semana, María Ángeles Clemente (47 años) es la encargada de hacer la lista de la compra. Leche, apunta. Galletas, anota en un papel que luego entregará a Reme o a Henar, dos de la técnicas de atención directa que a diario acuden a trabajar a este piso comunitario en el que vive María Ángeles, uno de los seis recursos residenciales de este tipo que gestiona Fundación Personas en Valladolid.
«Cuando podíamos, nosotras también íbamos al supermercado. Pero ahora es mejor no salir por el coronavirus. Por eso van ellas a la tienda». Porque «te puedes contagiar». Porque «no es seguro estar por la calle», dice María Ángeles. Porque, además, las personas con discapacidad intelectual están incluidas como sector de riesgo y es mejor extremar las precauciones.
El 13 de marzo, dos días antes de que entrara en vigor el estado de alarma, ya comenzó el confinamiento en estos pisos. Aquellos usuarios que lo desearon, se mudaron antes para pasar la cuarentena con algún hermano, otro familiar. La mayoría, prefirieron afrontar este periodo en su hogar habitual, en la vivienda comunitaria donde residen todo el año. En la que vive María Ángeles (dos pisos unidos, 317 metros cuadrados y capacidad para 12 usuarios, más los dormitorios para los trabajadores de apoyo), diez decidieron permanecer allí. Compartir reclusión. Aplaudir juntas a las ocho en el balcón. Echar a la vez de menos su vida cotidiana.
Chus Cubero, 54 años, trabaja en el taller de manipulados que Fundación Personas tiene en la calle Pilar Miró, en el polígono de Argales. Antes de la crisis sanitaria, cogía el autobús de la línea 1 en el Calderón. Hacía transbordo en El Corte Inglés. Llegaba a un puesto de trabajo que, hasta nuevo aviso, ha tenido que abandonar por el cese temporal de actividad. «Ahora es un poco aburrido. Ya tenemos todas ganas de salir, de pasear, de quedar con los amigos. Por la tarde yo iba a educación de adultos en la Rondilla y lo echo mucho de menos. Ahora toca quedarse en casa, lavarse bien las manos, evitar los besos y los abrazos», cuenta.
Antes de que comenzara la desescalada, el Gobierno autorizó los paseos terapéuticos para personas con discapacidad intelectual, pero las ocupantes de este piso comunitario han preferido aguantar unos días más sin salir a la calle. «No es miedo. Pero sí es preocupación por si pasa algo. A ver qué nos encontramos cuando podamos salir», cuenta Mercedes Sainz (56 años). «A mí me encanta ir al centro, ver las tiendas, los escaparates. Y el día 2 ya podíamos bajar a la calle, pero es mejor esperar un poco más, hasta que nos digan que ya no hay problema», añade. «Desde que estamos aquí metidas no veo a Jesús, mi novio, y ya tengo ganas. Se hace un poco largo, pero es por nuestra salud», apunta María Ángeles.
Será una caminata especial, sin la reunión de los andarines (no están permitidas las aglomeraciones ni concentraciones), pero sí con la posibilidad de colaborar. La Marcha Asprona se celebra este sábado con una realidad adaptada al coronavirus. Los participantes pueden apuntarse en la web marchaasprona.es y allí hacer las aportaciones económicas que servirán para poner en marcha una unidad residencial en Viana de Cega, que ofrecerá «atención integral en el ámbito personal y social a 18 personas adultas, con discapacidad intelectual y grandes necesidades de apoyo». La organización invita (en esta edición 42+1) a hacerse fotografías y compartirlas el sábado en las redes sociales con la etiqueta #lamarchaaspronaencasa.
Las tres (María Ángeles, Chus, Mercedes) son usuarias de esta vivienda comunitaria que ha extremado precauciones durante el coronavirus. Ellas no han salido a la calle, pero sí que lo han hecho las personas de apoyo que las acompañan (cuatro de forma habitual, con un refuerzo durante estos días por las mañanas, en ese tiempo que habitualmente están en su puesto de trabajo en los talleres).
«Al principio, vivimos la situación con mucho estrés, con mucha responsabilidad. Y muchas más medidas de seguridad», asegura Henar García, una de las personas de apoyo que trabajan en el piso. «Tenemos que quitarnos los zapatos y cambiarnos la ropa con la que venimos de la calle, desinfectar todos los pomos, las habitaciones... En parte, somos cuidadoras, y ese cuidado hay que extremarlo ahora con el coronavirus». No solo con medidas de higiene y prevención... sino también con actividades para mantener el ánimo. «En toda convivencia hay roces. Los primeros días se vivieron con algo de ansiedad. Pero después hemos hecho actividades, hemos estado tan unidas, nos lo hemos pasado tan bien, que pasar el coronavirus juntas está siendo toda una lección de vida, una demostración de la mucha responsabilidad que tienen también las personas con otras capacidades», dice Henar.
«Hay que quitarse el sombrero por cómo lo están llevando. Las personas con discapacidad intelectual podían afrontar esta situación (de cambio de horarios, de sus rutinas) con problemas de conducta, de ansiedad, más marcados. Y lo han llevado de una forma ejemplar», explica Javier González, coordinador de viviendas comunitarias de Fundación Personas.
Este modelo de alojamiento nació a principios de los años 90 para ofrecer un servicio residencial a aquellas personas que decidían vivir de una forma independiente. «Tienen autonomía, trabajan, ya no quieren vivir con sus padres... o estos han fallecido, porque los usuarios ya tienen una edad. Y, antes de vivir en una residencia, prefieren hacerlo por su cuenta en un piso compartido, con los apoyos que necesiten por parte de personal sociosanitario», afirma González.
Eso sí, la gestión directa y cotidiana de la vivienda le corresponde a los usuarios, con turnos marcados para la limpieza, la cocina, las compras... Durante el confinamiento, han tenido que variar sus rutinas. Al no poder salir a trabajar, se han tenido que reforzar las actividades comunes, con juegos de entretenimiento, bailes, sesiones de karaoke o talleres impartidos a través de Internet por el club de ocio de Fundación Personas (clases de gimnasia, de zumba). «Cada uno ha pasado el tiempo como quería. Algunos hacían manualidades, leían, yo veía la novela, Puente Viejo, y luego teníamos actividades en común», cuenta María Ángeles, quien confía en que la situación «mejore pronto» para recuperar su vida habitual.
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