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Antes se arreglaba todo y los materiales te permitían tener un buen par de zapatos casi para toda la vida, pero ahora todo es plástico y la gente prefiere tirarlos y estrenar otro par por cuatro euros», lamenta Miguel Ángel Hernández, penúltimo heredero de una ... larga saga de artesanos zapateros, que hunde sus raíces en la primera mitad del siglo XIX, antes de reconocer que «la importación del calzado y los nuevos materiales han matado» su oficio. Él, a sus 66 años, acaba de colgar sus herramientas y bajar para siempre la reja de su pequeño local del número 8 de la calle Goya, una perpendicular a la Paseo de Zorrilla, en el corazón del barrio de La Farola. Atrás quedan 182 años de historia de artesanía desde que su tatarabuelo Manuel iniciara en su Siete Iglesias de Trabancos natal un negocio familiar que fue pasando de generación en generación y que ahora, aunque con ciertos matices, tendrá un punto y seguido en la figura de su hijo Adrián, un joven de 26 años que mantendrá vivo el oficio aunque orientado al diseño de calzado y complementos a través de su propia firma (Malhervo).
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«Para mí había llegado el momento de dejarlo después de tantos años (más de cuarenta) en un oficio que he mamado desde niño y que me apasiona, pero que ha cambiado muchísimo en los últimos años hasta dejar en casi anecdótico el número de artesanos que quedábamos en activo», reconoce con tristeza Miguel Ángel antes de recordar cómo aprendió el oficio hace más de medio siglo junto a su padre, Jacinto, quien trajo el negocio familiar a la capital, en un primer momento, en un local de la calle Pasión, situado en la esquina del pasaje que conduce a la plaza Martí y Monsó (Coca), donde su madre trabajaba como portera de un edificio.
«Eran otros tiempos, en los que se arreglaba todo, y allí llegamos a tener un taller en el que trabajaban dieciséis zapateros», recuerda un artesano que vivió cómo su progenitor se mudaba posteriormente junto a la plaza de toros, primero, y posteriormente al número 95 del Paseo de Zorrilla, ya en La Farola, donde permaneció el taller familiar de Hernández Zapateros durante casi medio siglo. Ya en los últimos años tuvo que mudarse de nuevo a un local más pequeñito en la calle Goya. Allí cerró su comercio de reparación de calzado por jubilación nada más comenzar noviembre. Y allí dejará a su hijo Adrián. «El negocio ha cambiado, él ha estudiado diseño de calzado y complementos en Alicante e intentará continuar por esta línea», anticipa antes de reconocer que durante los primeros pasos de esta sexta generación de artesanos no podrá evitar «echarle una mano» en lo que mejor sabe hacer.
Miguel Ángel, y así lo ratifican los vecinos del barrio, que durante lustros han dejado sus zapatos en sus manos, se siente reconocido en su labor. «Nunca he puesto una pega a mis clientes y, aunque reconozco que he sido un poco caro, también he sido muy perfeccionista y un buen trabajos podía llevarme horas», explica el veterano zapatero, cuya labor, durante años, ha ido más allá de la atención a particulares, hasta el punto de realizar reparaciones para tiendas de zapatos e, incluso, para centros comerciales. Eso además de haber recibido encargos de medio país para una de sus especialidades, como es forrar calzado con una técnica que permitía después retirar el revestimientos de los zapatos.
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«Es un oficio que requiere maña y paciencia, pero es difícil competir con un mercado asiático que te permite comprar zapatos a precio de risa», lamenta el artesano antes de explicar que este tipo de calzado «solo permite reparaciones, y de aquella manera, con pegamentos especiales o poniendo alguna tira...». Nada que ver con el oficio que heredó de sus ancestros, cuya saga familiar comenzó en un lejano 1840, cuando «recogían los zapatos de toda la comarca y fabricaban sus propias botas». Eran, desde luego, otro tiempos.
Ahora, añade con tristeza, «zapatería que cierra maquinaría que va a la chatarrería porque ya no hay nadie que te la compre». En su caso mantendrá algunas joyas de su oficio, como una máquina de coser centenaria que heredó de su abuelo o una pulidora y herramientas que su hijo Adrián pretende conservar y exponer en su momento, cuando reabra el local de la calle Goya. «Será un pequeño homenaje al oficio de mi padre y de todos los que le precedieron», concreta Adrián, el titular de la sexta generación de artesanos zapateros.
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